La 28ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, más conocida como COP28, se reunió en Dubái, Emiratos Árabes Unidos, entre el 30 de noviembre y el 13 de diciembre, extendiéndose así una jornada más que lo previsto.

Ese tiempo añadido tubo por objetivo que países de todo el mundo alcanzaran un compromiso sin precedentes que convoca a abandonar progresivamente los combustibles fósiles, principales responsables de la emisión de gases de efecto invernadero y, como consecuencia, del calentamiento global. Se pretende así recortar las emisiones de gases lo suficiente para limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados extra.

Un cambio ambicioso

Desde su inicio el 30 de noviembre, la cumbre acordó la implementación de un fondo destinado a financiar las pérdidas y los daños climáticos en los países más vulnerables, para enfocarse posteriormente en el tema de los combustibles fósiles, el principal de la cumbre.

Varias potencias reclamaron una mención explícita sobre la necesidad de abandonar progresivamente el petróleo, el gas y el carbón, combustibles fósiles considerados las causas principales del calentamiento global. El pedido se encontró sin embargo con la firme oposición de los países productores de petróleo, encabezados por Arabia Saudita.

Tras arduas negociaciones conducidas por los anfitriones de los Emiratos Árabes Unidos, se elaboró el documento final que reclama “hacer la transición lejos de los combustibles fósiles en los sistemas energéticos, de manera justa, ordenada y equitativa, acelerando la acción en esta década crucial, con el fin de alcanzar la neutralidad de carbono en 2050 de acuerdo con las recomendaciones científicas”. La clave estuvo en la elección del concepto “transición”, con el cual se dejó atrás la redacción anterior, que se refería a la “eliminación gradual” del petróleo, el gas y el carbón.

Además de la frase ya mencionada, el texto ratificó otro avance importante, a saber, el objetivo de triplicar la producción de energías renovables y duplicar la eficiencia energética hacia 2030. También se reclamó a los Estados la reducción del uso de carbón de acuerdo a una instrucción ya incluida durante la COP26 efectuada en Glasgow.

Sin embargo, más allá de los logros alcanzados, el documento presenta algunos interrogantes que preocupan. El principal es que la acción climática necesita un correlato presupuestario. Se necesita financiamiento para ayudar a los países en desarrollo a realizar la transición energética.

También para ayudar a los países más vulnerables a adaptarse al cambio climático. Y fundamentalmente, para apoyar en la recuperación de estos países cuando el cambio climático los golpea críticamente.

Es así como el de la financiación se revela como el punto más débil del acuerdo. La disposición de recursos económicos es esencial para preparar a los países, especialmente a los más vulnerables, para enfrentar el calentamiento global actual.

Si bien la creación de un fondo destinado a compensar los daños causados por catástrofes o pérdidas irreversibles vinculadas al cambio climático provocó una ola de promesas de financiación por parte de los países desarrollados por un total de 655 millones de dólares, el umbral fue considerado muy bajo. Alemania prometió 65,7 millones de dólares, Francia 10,9 millones, Suecia y España 22 millones, y los Estados Unidos 17,5 millones. Son sumas irrisorias comparadas con los entre 215 y 387 mil millones de dólares que habría que movilizar cada año de esta década para lograr la adaptación al cambio climático, de acuerdo a los cálculos del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

El texto votado la semana pasada insta a los países desarrollados a duplicar su ayuda a los países en desarrollo para la adaptación al cambio climático hacia 2025. Puede anticiparse que la próxima COP, a realizarse en Bakú, Azerbaiyán, un poderoso productor de gas, tendrá necesariamente el eje puesto en la cuestión financiera.

Lo cierto es que la financiación de la adaptación a las energías renovables supone quizás la inconsistencia más grande del documento porque deja abierta la brecha entre lo que se necesita y lo que se aporta.

¿Adiós a los combustibles fósiles?

Actualmente el 80 por ciento de la energía que se utiliza en el planeta proviene de los combustibles fósiles. El éxito o no del acuerdo alcanzado en la COP28 para reducir significativamente ese porcentaje sólo podrá medirse con su implementación. Y el dato cierto con el que ya se dispone es que la financiación para la transición energética es insuficiente. No obstante ello, algunos análisis permiten mantener una mirada optimista acerca del futuro cercano.

La Agencia Internacional de Energía (AIE) predice que la humanidad está en la antesala de un “punto de inflexión histórico”, dado que el uso global de combustibles fósiles alcanzará su pico máximo en 2025, momento a partir del cual la demanda comenzará a disminuir, incluso si los gobiernos no introducen ninguna política climática nueva.

La energía eólica y solar, las dos grandes esperanzas para un futuro energético limpio, han crecido rápidamente. En 2022 ambas representaron alrededor del 12 por ciento de la electricidad generada cuando hasta hace pocas décadas atrás era prácticamente inexistente.

Sin embargo la mayor parte de la electricidad -el 70 por ciento del total- todavía se genera a partir de carbón, petróleo y gas. Y la electricidad representa sólo una quinta parte del consumo total de energía global. Por lo tanto, la energía eólica y solar en realidad sólo son responsables de alrededor del 2 por ciento del suministro energético mundial.

La razón por la que se estaría alcanzando el pico de consumo de combustibles fósiles debe buscarse en la creciente eficiencia de las centrales eléctricas, acerías, fábricas de vidrio, barcos, aviones y automóviles que con las energías renovables.

Si lo acordado en la COP28 se cumple, implicará electrificar prácticamente todo, y los dispositivos eléctricos tienden a ser más eficientes que los que funcionan con combustibles fósiles. De esa manera la ecuación se torna un poco más prometedora.

Lo cierto es que la dependencia de combustibles fósiles sobre la que la humanidad construyó su civilización es muy alta y, por lo tanto, será difícil -aunque no imposible- dejarla atrás.