Con su entrada en vigor el 1º de mayo, el documento supone la conclusión del largo y complejo proceso mediante el cual el Reino Unido se retiró definitivamente de la Unión Europea (UE). 

Con una abrumadora mayoría -660 votos a favor, 5 en contra y 32 abstenciones- el Parlamento Europeo dio por terminados un lustro de trabajo diplomático y legislativo al ratificar un acuerdo que le permitirá a la UE y al Reino Unido trabajar de manera colaborativa pero independiente.

El texto había sido rápidamente aprobado por el Parlamento británico. Pero el Parlamento Europeo prefirió someter el acuerdo a una minuciosa revisión pese a que no disponía de competencia para modificarlo. 

Este punto final al Brexit supone una nueva etapa en las relaciones británico-europeas. Pero especialmente supone para el bloque comunitario la certeza de que la vida continúa luego de la salida de uno de sus miembros. 

Crónica de un divorcio anunciado

Hay quienes señalan que los lazos matrimoniales entre la UE y el Reino Unido nunca existieron y que los británicos se sumaron tarde y a disgusto al bloque, con el único objetivo de superar su estancamiento económico y evitar quedar rezagados por los seis países fundadores, que poco después de crear el bloque en 1958 multiplicaron su comercio y su producción industrial.

Otros entienden que el distanciamiento comenzó en 1979, con el primer Parlamento Europeo elegido por sufragio directo, un avance democrático que en el Reino Unido, en cambio, se vio como una ruptura de su habitual conexión directa entre votantes y legisladores. O bien, que se inició en 1984, cuando la entonces primera ministra, Margaret Thatcher, consiguió un importante descuento en la contribución británica al presupuesto comunitario.

Más cerca en el tiempo, están quienes estiman que el distanciamiento comenzó en 2009 cuando el exprimer ministro David Cameron rompió con el Partido Popular Europeo y formó un nuevo grupo, junto a las fuerzas ultranacionalistas del polaco Jaroslaw Kaczynski y donde los eurodiputados británicos a duras penas pudieron mantener la influencia que tenían en el seno del bloque conservador del Parlamento Europeo.

Todas esas posturas tienen su fundamento y, lo más probable, es que lejos de contradecirse, se complementen. Pero hay sin dudas un hito que marcó un antes y un después en el vínculo: se trata del estreno del euro en 1999. Los británicos nunca estuvieron dispuestos a sacrificar su soberanía monetaria. Además, interpretaron con acierto que la creación del euro conduciría a nuevos pasos en la integración política y fiscal para poder mantener en pie la divisa única, nuevas cesiones de soberanía que no iban a tolerar.

La UE puso en marcha la integración de sus mercados financieros aprovechando la moneda compartida por 12 países. Se establecieron las primeras autoridades europeas para banca, seguros y mercados bursátiles, anticipo de la unión bancaria tras la primera gran crisis del euro (2008-2012). Y los desarrollos legislativos en ese terreno avanzaron imparables, sin apenas tomar en cuenta el parecer del Reino Unido, a pesar de que Londres era y es aún el mayor centro financiero de la zona euro.

Pero la frutilla del postre llegó con la gran ampliación de la UE hacia los países del antiguo bloque soviético, una expansión alentada por el gobierno británico con la esperanza de sumar aliados para diluir el proyecto de integración política, pero que se tradujo en una masiva llegada de trabajadores comunitarios a un Reino Unido donde buena parte los trabajadores locales se sintieron postergados. Tras las ampliaciones de 2004 y 2007 y el ingreso de 10 países de Europa central y del este a la UE, los sectores políticos británicos más reaccionarios, como el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP por su sigla en inglés) se nutrieron de la xenofobia generada por la llegada de miles de trabajadores procedentes de Europa del este. El número de trabajadores europeos en el Reino Unido casi se duplicó en tres años, pasando de 750 mil en el primer trimestre de 2004 a más de 1,2 millones a finales de 2007. En junio de 2016, cuando se celebró el referéndum del Brexit, ya eran más de 2,3 millones.

En las elecciones para el Parlamento Europeo de 2014, el UKIP se convirtió en el partido más votado, para preocupación del entonces primer ministro conservador, David Cameron, quien decidió contraatacar con la propuesta del referéndum sobre la permanencia o la salida de la UE. Cameron confiaba en ganar la partida mediante un acuerdo con la UE que lo habilitara a limitar los derechos de los inmigrantes comunitarios durante cuatro años y suprimir las ayudas familiares a quienes dejaran a sus hijos en el país de origen. Pero en 2016 perdió el referéndum, dejó el gobierno y comenzó el Brexit. Es el proceso de desconexión iniciado con ese referéndum, lo que acaba de finalizar.

El punto más álgido: la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte

El acuerdo alcanzado intenta evitar una frontera dura entre la República de Irlanda (país miembro de la UE) e Irlanda del Norte (territorio bajo administración Británica). Para ello, ambas partes debieron ceder algo. 

Irlanda del Norte formará parte de la Unión Aduanera del Reino Unido, pero deberá cumplir con las reglas del Mercado Único Europeo. Esto significa que la frontera en la que se realizarán los controles y verificaciones estará en el mar de Irlanda y no en la frontera terrestre que separa a Irlanda del Norte de la República de Irlanda.

Los Veintisiete países comunitarios querían a toda costa evitar una frontera dura en la isla de Irlanda. Esa salvaguarda era clave para no poner en peligro los Acuerdos del Viernes Santo de 1998, que impiden entre otras cosas que haya una frontera física entre los dos territorios, y proteger simultáneamente el mercado único. El protocolo busca mantener las condiciones para que siga la cooperación entre norte y sur en varios ámbitos, entre otros, en educación, energía, telecomunicaciones, justicia o seguridad.

De todas maneras, la Comisión Europea alberga desconfianza hacia el gobierno de Boris Johnson y extremará la vigilancia para garantizar que el Reino Unido cumpla lo pactado y evitar así que Irlanda del Norte se convierta en un agujero de entrada de productos británicos hacia el mercado interior europeo.

A favor de Johnson debe decirse que logró lo que sus anteriores jefes conservadores no pudieron:  cerrar el acuerdo de salida de la UE en tiempo récord , arrasar en las elecciones generales y sellar el acuerdo comercial más ambicioso firmado nunca por la UE. El documento preserva buena parte de la relación comercial entre la UE y el Reino Unido, que estará libre de aranceles y de cuotas de importación. Configura además, una estructura institucional que permitirá a la UE mantener con el Reino Unido una relación más estrecha que con ninguna otro país en el mundo. 

La UE y el Reino Unido no están obligados a llevarse bien, pero no tienen más remedio que entenderse. Después de tantos desencuentros tal vez el Brexit no sea un punto final sino más bien un nuevo punto de partida.