Siempre llamó la atención que durante las últimas décadas los sucesivos gobiernos estadounidenses pretendieran disciplinar a todos aquellos regímenes que consideraban antidemocráticos, pero nunca lo hiciera fehacientemente con Arabia Saudita. Se trata de dos países que mantienen una vieja alianza estratégica, pero ese dato nunca resultó suficiente para justificar la paciencia y la tolerancia estadounidense con uno de los regímenes más opresivos y autoritarios del planeta, por más petróleo que estuviera negociándose. De hecho, la llamada “primavera árabe” y la supuesta ola democratizadora que representó, fue impulsada en buena medida por el gobierno de Barack Obama y arrasó con países que habían sido aliados de los Estados Unidos como Egipto o Siria, pero llamativamente nunca llegó a Arabia.

Revelaciones

Hace poco tiempo la agencia de información económica Bloomberg hizo públicos los detalles de un acuerdo secreto entre los Estados Unidos y Arabia Saudita, revelando así la existencia de una deuda oculta durante cuatro décadas que el primer país mantuvo con el segundo.

En julio de 1974, la denominada “crisis del petróleo” complicó la situación económica de los Estados Unidos que ya se había visto afectada por un embargo que los países miembro de la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP) habían impuesto contra los norteamericanos debido a su apoyo a Israel durante la guerra del Yom Kipur.

A raíz de aquellos acontecimientos, el ministro de Finanzas de ese entonces, William Simon, realizó una gira especial por los países de Oriente Medio y Europa. Oficialmente esa ronda de visitas fue presentada a la opinión pública como algo de rutina en el marco de la diplomacia económica estadounidense. Sin embargo, Simon tenía como objetivo llegar a Arabia Saudita para abordar el problema de la utilización del petróleo como arma económica por parte de los países de la OPEP.

El entonces presidente estadounidense, Richard Nixon, se propuso el objetivo de persuadir a los saudíes de la necesidad de invertir en la deuda pública de los Estados Unidos. En aquel entonces, Nixon le expresó a Simon que su fracaso en las negociaciones con Arabia podría afectar negativamente a la economía estadounidense y, como efecto colateral, incidir en el fortalecimiento de la Unión Soviética.

Las principales condiciones del futuro acuerdo eran que el gobierno estadounidense se comprometía a comprar petróleo a Arabia y le facilitaba apoyo militar, a cambio de que la monarquía Saudí invirtiera miles de millones de dólares en comprar bonos de la deuda estadounidense.

Para ajustar los detalles del acuerdo, las partes sostuvieron una ronda de negociaciones a puerta cerrada. Tras varios meses se llegó a un acuerdo pero faltaba fijar una sola cláusula que consistía en que la compra de los bonos de la deuda pública estadounidense por parte de los árabes debería quedar en secreto. La solución que encontraron los funcionarios del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos para asegurar la confidencialidad del acuerdo fue permitir que la monarquía Saudí  no tuviera que participar de una licitación especial y obligatoria para poder comprar los bonos estadounidenses. Esa enmienda especial hizo casi imposible determinar la presencia de capitales saudíes en el mercado de deuda pública de los Estados Unidos, hasta ahora.

Intereses y debilidades ocultas

Desde el punto de vista político, el acuerdo sellado por Arabia Saudita y los Estados Unidos fue complicado y ambiguo. En esa época varios países competían por los “petrodólares” árabes, tales como Japón, Francia y el Reino Unido, todos ellos socios políticos de los Estados Unidos.

Pero con el acuerdo alcanzado, la administración de Richard Nixon logró adelantarse a todos sus socios “por izquierda” como suele decirse.

Por su parte, el tercer rey de Arabia de la dinastía Al Saud, Faisal bin Abdelaziz, albergaba el temor de que el dinero de su país pudiera terminar siendo redireccionado de manera tal de caer en manos del enemigo más odiado: el Estado de Israel. El dinero habría podido llegar a ese país en forma de ayuda militar de los Estados Unidos después de la dura guerra del Yom Kipur. Hasta la actualidad, los Estados Unidos aparecen como juez y parte en los sucesivos conflictos entre palestinos e israelíes apoyando a un sector u otro de manera manifiesta o velada. Mantener vivo ese conflicto sigue suponiendo hoy una manera de mantener la división en Oriente Medio para poder sacar partido con mayor facilidad. 

Es importante resaltar el interés puntual del gobierno de Nixon -y luego de sus sucesores- por ocultar puntillosamente el endeudamiento estadounidense, por temor tanto a que eso fuera interpretado como síntoma de debilidad frente a la Unión Soviética en el contexto de la Guerra Fría, como para evitar que los socios del bloque capitalista notaran que los Estados Unidos pactaban a sus espaldas con los árabes en una competencia claramente desleal.

De acuerdo a la información revelada por la cadena Bloombreg, puede interpretarse también que los Estados Unidos no pudieron evitar ser víctima del fenómeno de los petrodólares. Con esa denominación se conoció al fabuloso ingreso de dólares a los países de la OPEP luego de las dos crisis del petróleo de los años ´70 que elevaron exponencialmente el valor de esa materia prima. La venta de petróleo más caro permitió a los países de la OPEP prosperar económicamente e invertir en las economías de otras naciones, primero prestándoles dinero y facilitando el endeudamiento y luego comprando bonos de la deuda pública. El fenómeno fue notorio respecto de los países latinoamericanos, y en esa época se produjo el mayor incremento de la deuda externa en la región, producto de la sobreabundancia de petrodólares. Se tomó conciencia de la situación recién ante la imposibilidad de pago de la deuda externa de varios países latinoamericanos a comienzos de la década de los ´80. Pero el hecho de que los Estados Unidos atravesaran una situación semejante se mantuvo oculto hasta ahora.

De acuerdo con información del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, actualmente Arabia Saudita posee bonos de la deuda de los Estados Unidos por valor de 116 mil ochocientos millones de dólares. Es esta dependencia mucho más que el comercio de petróleo o el temor a enemigos regionales comunes -como Irán- lo que permite comprender la ilimitada paciencia estadounidense con un régimen retrógrado, autoritario, antidemocrático y sin el menor respeto por los derechos humanos. Y por si eso fuera poco, que también mantiene probados vínculos de financiación de grupos terroristas en todo el mundo. Pero, si las cuentas cierran ¿quién es uno para criticar?