Hace unos meses celebrábamos la publicación en Argentina de Realismo capitalista, uno de los libros más conocidos de Mark Fisher. El sábado pasado, a través de los blogs de amigos suyos –Fisher fue uno de los más inteligentes impulsores de la blogósfera a través de k-punk– nos enterábamos de su muerte, tenía apenas 49 años.

Fisher, cuya obra cabe en las vagas definiciones como “theorist” –el término inglés moderno para ensayista– o “crítico cultural”, era un agitador, un novelista de las mutaciones sociales que se manifiestan en la cultura popular.

Por eso en Jacksonismo –el libro en el que invitó a algunos de los críticos más lúcidos de habla inglesa sobre Michael Jackson luego de su muerte– trató al ídolo a través de las figuras que lo fascinaron: “muñecos, zombies, colosos, cyborgs, objetos fetiche y personajes de fantasía como Peter Pan o Mickey Mouse (…) como presagio de los desastres personales que erosionaron su carrera y, ante todo, jeroglíficos en cuya superficie se refleja la trama que conecta a Jackson con la expansión del mundo neoliberal, globalizado y hipermediatizado en el que vivimos hoy.

Ese proceso, que comenzó en la década del ochenta y que implicó la mercantilización de todos los aspectos de la vida, encontró en el Rey del Pop –la mercancía más absoluta y universal– a su mayor promulgador. Su cuerpo –cuerpo postracial, posthumano y andrógino– encarnó la voluntad de dominación planetaria del capital, su capacidad implacable de abstraerlo todo y al mismo tiempo investirlo con una fuerza libidinal irresistible”.

Su amigo Simon Reynolds lo describe con cercanía tras la noticia de su muerte en una entrada de su blog. Dice en un párrafo: “Lo excitante de la escritura de Mark –en K-punk, en revistas como FACT y The Wire, en los libros– era la sensación de que estaba de viaje: las ideas iban a algún lugar, un gigantesco edificio de pensamiento estaba en proceso de construcción. Mark pensaba en grande, construía un sistema, siempre enfocado en la foto completa. Y por último, esta obra rigurosa y profundamente informada, no era académica, en el sentido de ser hecha puramente por sí misma: su urgencia provenía de su fe en que las palabras podían realmente cambiar las cosas. Leer la obra de Mark hizo que todo se sintiera más significativo, sobrecargado de significado”.

No es menor la observación de Reynolds: la obra de Fisher no era “académica”, no satisfacía la demanda de una academia que él conocía y conectaba con el mercado de la educación; como ciertos escritores, Fisher caminaba entre dos dimensiones: la que postulaba sus observaciones y reflexiones al modo de una ficción y, por otro lado, la que propendía a cierta forma de pedagogía.

Había sido docente en escuelas terciarias, donde se encontró con los jóvenes desahuciados de la clase media baja de Gran Bretaña, condenados a ser mano de obra barata en una sociedad que no tenía ninguna expectativa sobre ellos. En Realismo capitalista (donde se preguntaba si no había alternativas al neoliberalismo y planteaba: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”) observó que sus alumnos practicaban una “hedonía depresiva” (incapacidad de sentir placer y a la vez, incapacidad de hacer otra cosa que buscar placer); también, que los tratamientos de enfermedades mentales estaban reducidos a la química de las farmacéuticas.

En un breve ensayo en el que se refirió a su depresión crónica, titulado “Bueno para nada” (hay traducción al español acá) escribió: “Desde hace tiempo, una de las tácticas más exitosas de la clase dominante consistió en la ‘responsabilidad’. Cada individuo de la clase subordinada es alentado a sentir que su pobreza, su falta de oportunidades o su desempleo, es sólo su culpa. Se culpará a sí mismo en lugar de a las estructuras sociales, que en cualquier caso lo indujeron a creer que realmente no existen (son sólo excusas, invocadas por los débiles). Lo que se llama ‘voluntarismo mágico’ –la creencia de que dentro de cada individuo está el poder de ser quien quiera ser– es la ideología dominante y la religión no oficial de la sociedad capitalista contemporánea que sostienen los ‘expertos’ o los políticos.

El voluntarismo mágico es a la vez un efecto y una causa de este nivel históricamente tan bajo de la conciencia de clase. En el Reino Unido se impone ahora un doble lazo particularmente vicioso: una población que durante toda su vida recibió el mensaje de que es bueno para nada, ahora también se le dice que puede hacer lo que quiera (…) Debemos entender esta sumisión fatalista de la población a la austeridad como la consecuencia de una depresión deliberadamente cultivada.” 

Decir, informar que el acto final de Fisher fue el resultado de largos años de depresión no sería justo, su muerte es acaso una respuesta y, al modo en que él y sus amigos exploraron la muerte de Michael Jackson, es una pregunta de alcances “evangélicos”: ¿vamos a sentarnos a darle clic a íconos de jardín de infantes en las redes pensando que realmente no hay alternativa?