Cuando se indaga en la historia personal las vivencias en la escuela, surgen, generalmente, recuerdos de personas que nos ayudaron en nuestros procesos de enseñanza y aprendizaje,  docentes que explicaban bien, cuyas clases eran vívidas y, fundamentalmente, que valoraban a los alumnos como personas.

Pero ¿qué significa ser un buen maestro? Algunos autores han tratado de definir el concepto de "buena enseñanza" y señalan que los alcances de la palabra "buena" difieren del planteo de las décadas anteriores en la que se remitía a enseñanza exitosa. Por el contrario, la palabra buena, tiene fuerza moral. Preguntar qué es una buena enseñanza en el sentido moral equivale a preguntar qué acciones docentes pueden justificarse y ser capaces de provocar acciones por parte de los alumnos, es plantearse si lo que se enseña es racionalmente justificable, digno de que el estudiante lo conozca.

No hay un modelo único, sino que hay muchas propuestas para una buena arquitectura de clase. En definitiva, la buena enseñanza es la que pone el acento en la comprensión, en lo pedagógico, ético y social de la enseñanza.

El compromiso con la práctica no es ocioso sino que sirve para expresar lo que se hace y por qué se hace, permite adoptar una postura crítica que puede contribuir a la elaboración de una explicación más completa de las prácticas. Para ello los docentes deberán evaluarse a sí mismos, valorando los actosy si han producido los resultados deseados; pero, también, deberán mirar la coherencia de los argumentos en los que se basaron y si las decisiones que tomaron en clases fueron justas, teniendo en cuenta que la práctica de la enseñanza es mutable porque cambia según las instituciones que la contienen y sustentan.

No es fácil ser crítico con uno mismo. Las teorías permanecen arraigadas muchas veces por comodidad, y otras por ignorancia, que no es lo mismo que incapacidad. He aquí la función de un buen docente: enseñar, explicar, entretener, pero también replantearse lo bueno y lo malo, permanecer abierto al cambio y tener la solvencia para reconocer los errores que se sostienen por años.

Es duro tener que reciclarse continuamente, revisar contenidos periódicamente, poner en crisis las propias concepciones o representaciones sobre educación. Es duro ir envejeciendo mientras los alumnos conservan invariablemente la misma edad, siendo cada vez más profunda la brecha generacional.

Sin embargo, ser buenos docentes es un deber para con los alumnos, no es una respuesta al Estado con quién no se comparte algunos planteos. Por eso, nuestro destinatario, el niño y/ o el joven, tiene que ser respetado desde el primer al último día.  Y se debe actuar en consecuencia. Valorar, respetar, concientizar no deberían ser sólo verbos que se usan en los papeles.

Las disciplinas, las materias que les enseñamos a los estudiantes en clase las pueden volver a leer  o retomar si no las recuerdan, sobre todo si fueron dadas las herramientas, pero hay momentos vividos y vivificados en la escuela que no se pueden olvidar.

Dice Richard Bach en Ilusiones: Siente un impulso, ese es el rumbo del momento. El cielo conoce las razones y las configuraciones que hay detrás de todas las nubes y tú también la conocerás cuando te eleves a la altura indispensable para ver más allá de los horizontes. Esa es la mirada que debemos dar en  la escuela. Las verdaderas "maestras" de cada una de las historias personales, pudieron elevarnos y permitirnos ver más allá de los horizontes.