Son muchos los síntomas de una economía que se resquebrajó en este 2016 producto de un atípico combo: recesión e inflación. La señal más cruda (y palpable) del progresivo ajuste aparece en el abrupto crecimiento de la demanda de alimentos en los barrios más postergados de la ciudad. Todos los actores, municipio, gremios, organizaciones sociales y trabajadores de comedores, coinciden en que la comida ya no alcanza. Admiten que los pedidos de raciones aumentaron más de un 30% en comparación con el escenario social de 2015.

Los números y registros de la Municipalidad son contundentes. La secretaria de Desarrollo Social, Laura Capilla, reconoce que aumentó la cantidad de gente que pide comida en toda la red de efectores barriales: 33 centros de convivencia (CCB), 12 polideportivos y más de 70 centros de salud. El nuevo escenario tiene a chicos que llegan a las instituciones del Estado sin haber cenado la noche anterior y a otros que piden los alimentos que sobran para llevarlos a sus hogares para que sus padres puedan comer.

También hay adultos que ahora piden ayuda cuando antes se mantenían al margen de la asistencia estatal y resolvían sus necesidades en la economía informal. La demanda es por comida pero también por empleo. “Los vecinos se acercan para averiguar posibilidades de trabajo, nos cuentan que la plata ya no les alcanza. Preguntan si hay algún emprendimiento, si hay alguna tarea remunerada para hacer”, cuenta Capilla.

Las solicitudes de la Tarjeta Única de Ciudadanía (TUC), programa que la provincia implementa desde 2008 para reemplazar los tickets y cajas alimentarias, son otro indicio irrefutable de esta nueva coyuntura. En Rosario hay más de 54.000 beneficiarios, quienes sobreviven con menos dinero que el salario mínimo vital y móvil, actualmente, 8.060 pesos mensuales. A principio de año, las solicitudes mensuales no superaban las 350. El año se cierra con un promedio de 450.

“El aumento lo empezamos a sentir en abril y tuvo su mayor pico en agosto cuando se resintieron los soportes económicos de las familias. La demanda se consolidó a partir de ahí. La realidad nos llevó a reforzar la asistencia”, subraya la funcionaria municipal.

El aumento de la demanda desde adentro

Angélica colabora desde hace más de 20 años en el centro comunitario San Cayetano, en barrio Ludueña. Es una de las seis cocineras que todos los días preparan un plato de comida para 450 personas. La capacidad del lugar está completa desde mediados de año.  Hay días que se arman una cola en la puerta a la espera que sobre alguna ración.

“Estamos colapsados, queremos atender a todos pero no podemos. La demanda se desbordó a principio de año y nunca bajó. Nos preocupa mucho esta situación", dice la mujer, que dice entender poco de “variables económicas”, pero mucho de “las necesidades de los vecinos”.

"Lo único que sé es que hay menos plata en los bolsillos y que crece la desesperación. Eso es lo que me asusta", plantea.

El centro comunitario, ubicado en calle Gorriti al 6000, empezó a funcionar en 1982. En un principio, se confeccionaban guardapolvos para los chicos del barrio. La solidaridad se transformó rápidamente en necesidad. A fines de 1988, el lugar se transformó en un comedor a cielo abierto. Madres y maestras se juntaban para, entre todas, preparar decenas de ollas de comida.

Con el tiempo, llegaron las paredes y los ladrillos. Los talleres, los juegos, la contención y las sonrisas de grandes y chicos. Las 120 mujeres que hoy colaboran para que la rueda siga funcionando ponen el "factor humano" como puntal de un proyecto que no tiene fecha de vencimiento. Se enorgullecen al hablar del Pocho Lepratti y de Mercedes Delgado, militantes asesinados que pusieron sus cuerpos al servicio de los más necesitados.

“Si la lista del comedor fuera ilimitada tendríamos el doble de gente”, aclara Angélica

La situación en los comedores escolares

Los comedores escolares también sintieron el cimbronazo económico. El Gran Rosario cierra el año con 60 mil platos de comida y 120 copas de leche diarias, un 30% más que en diciembre del 2015. “Habíamos logrado reducir cerca 3000 raciones en los últimos años. Ahora esto se revirtió. La demanda volvió a ser altísima”, explica Lorena Almirón, secretaría adjunta de la seccional local de la ATE.

En total, las escuelas reciben 2,50 por la colación y 10 pesos para el almuerzo por cada alumno, entre los aportes de provincia y Nación. El último aumento fue en agosto, por lo que las partidas ya quedaron desactualizadas. “Esto es un problema grave. Hasta abril del 2017 no vamos a tener otra actualización. Hay que hacer malabares para que los chicos reciban una nutrición de calidad”, se queja Almirón.

Según los cálculos de los cooperadores escolares, se necesitan unos 19 pesos para el comedor y más de 5 para cada desayuno o merienda. “Hay algunos comedores que sirven la lecho o el alfajor, no alcanza para los dos”, detalla la dirigente gremial. Y agrega: “La carne escasea cada vez más y en algunos comedores suprimieron el pan y los postres”.

El panorama asoma aún más complicado para el 2017 si se tiene en cuenta que las clases terminaron pero los comedores continúan con todas las sillas ocupadas. “Los chicos siguen yendo en su totalidad al comedor, veníamos de años en donde había una marcada reducción de platos durante el receso. Estamos preocupados”, concluye Almirón.

La contención de las organizaciones sociales

Las organizaciones sociales y políticas con militancia territorial son otros actores que puedan dar fe del fuerte impacto de la crisis económica en los barrios de la periferia.  A medida que avanzó el año, los vecinos intensificaron la demanda de alimentos a aquellas agrupaciones relacionadas a algún comedor comunitario.

Facundo Peralta,  militante de Causa Organización Popular y secretario de bloque del Frente Social y Popular en la Cámara Diputados de Santa Fe, señala que en el 2016 los militantes se transformaron en “bomberos”. “Nos dedicamos a apagar incendios”, dice en el afán de graficar las consecuencias del ajuste.  

Su relato coincide con el panorama que brindaron las otras fuentes consultadas por Rosarioplus.com: el pico de la demanda de comida llegó a mitad de año y se mantuvo en los meses siguientes. “El pico provocó que municipio y provincia tomaran nota de la problemática. Pusieron el tema en agenda. Pero nada más. El refuerzo de la ayuda nunca llegó”, denuncia.

Peralta pone un ejemplo concreto, el del comedor La Morena de barrio Toba, que este año sumó 100 nuevas raciones en su cocina. “Hoy Rosario es más que nunca la capital de la desigualdad. Con barrios plagados de urgencias y otro sector que parece indemne a la crisis”.