El encargado escuchó dos detonaciones, pero no les dio importancia. En el edificio de cocheras de Paraguay 846 eran comunes los portazos, los escapes libres, los ruidos de los vehículos. Recién comenzó a preocuparse cuando un conductor sacó su auto y le avisó que en el tercer piso había un hombre en el suelo, un hombre que parecía herido. Era el sábado 8 de febrero de 1986 y en ese punto céntrico de la ciudad acababa de producirse el crimen de Mario Domingo Armas, abogado y diputado provincial del Partido Demócrata Progresista, y su autor había conseguido escapar sin que nadie lo advirtiera.

Más de treinta años después, cuando parecía destinado al olvido, el crimen de Armas acaba de reabrirse a partir de nuevos testimonios. Las sospechas de los investigadores apuntan a un ex agente del Servicio de Inteligencia del Ejército, Raúl Campilongo, quien fue citado a una declaración informativa el próximo jueves 14 de diciembre, en el Juzgado de Instrucción de la 11° Nominación.

Campilongo fue acusado por el ex agente de inteligencia Eduardo Costanzo de haber participado en el secuestro de los dirigentes peronistas Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereira Rossi, en el bar Magnum de Rosario, en 1983, pero la justicia lo absolvió por falta de pruebas. También fue señalado por el abogado Jorge Majul como la persona que lo baleó, un antecedente que el propio Majul expuso en la reciente investigación sobre el asesinato de Armas.

Majul recordó que Campilongo “trabajaba en el estudio de Cerrutti”, en alusión al abogado Héctor Cerrutti, de notoria influencia en la política santafesina de los años 80.

Según trascendió de fuentes vinculadas con la investigación, Campilongo se habría jactado públicamente de ser el autor del crimen del ex diputado progresista, lo que motivó la reapertura de un expediente que estuvo paralizado desde poco después del hecho.

Los hechos

“Nosotros teníamos el estudio a la vuelta, en Córdoba 1438, segundo A, entre la Bolsa de Comercio y el Palacio Minetti, en el edificio Gilardoni. Recién volvíamos de veranear en Mar del Plata, era un día de mucho calor y nos estábamos reintegrando a la profesión”, recuerda Mario Lisandro Armas, uno de los hijos de la víctima.

Empezó como un día común y corriente, que el hijo de Armas reconstruiría muchas veces en su memoria. “Yo había ido a trabajar temprano, a eso de las 9, y él vino más tarde, a las 10.30. A las 12, 12.15, me dijo que se iba. Guardaba el auto en una cochera del tercer piso del Edificio Alfar. Cuando voy al lugar, 20 o 25 minutos después, el portero me ataja y me dice que habían baleado a mi padre. Había una médica y él estaba en el tercer piso, ensangrentado totalmente, ya muerto”, cuenta. Luego llegaron los policías de la comisaría 2ª y tomó intervención el juez de instrucción Ernesto Pangia.

Armas fue encontrado junto a su auto Ford Falcon color borravino, boca abajo. Tenía una herida de bala en el pecho, junto a la tetilla derecha, y otra en la sien, ambas de calibre 22. No se observaron signos de golpes.

La puerta izquierda del auto había quedado abierta y las llaves estaban en el piso, como si el diputado hubiera sido baleado cuando estaba por salir del lugar. Según la reconstrucción policial, Armas recibió primero el disparo en el pecho, a tres metros de distancia, y después el segundo en la sien, a quemarropa. Junto al cadáver había quedado una bala sin disparar.

No había testigos del crimen. El asesino se había perdido de vista. Se abría un misterio que se volvería insondable.

Una figura pública

Armas, de 71 años, estaba casado con María Inés Morra y tenía dos hijos, Mario Lisandro y Fernando. Nacido en Romang en 1914, había sido militante del PDP desde la adolescencia y era conocido como un dirigente apasionado y de rectitud ejemplar, como su modelo, Lisandro de la Torre.

“Hizo sus estudios secundarios en la Escuela Superior de Comercio. En Rosario se casó; allí nacieron sus hijos y sus nietos; en Rosario cultivó sus grandes afectos. Hizo sus estudios jurídicos en la Facultad de Derecho de Santa Fe, en la que se graduó de abogado”, recordaría Angel Chávarri en un acto del Colegio de Abogados de Rosario.

Entre 1973 y 1976 fue senador provincial por el departamento Rosario y durante la dictadura no solo se mantuvo al margen de la colaboración que prestaron otros miembros de su partido al régimen militar -encabezados por Alberto Natale- sino que fue uno de los pocos abogados que respaldó los pedidos de hábeas corpus por detenidos-desaparecidos.

En 1983 fue elegido diputado provincial, junto con sus correligionarios Carlos Caballero Martín y Roberto Maier. El socialista Pablo Benetti Aprosio se integró al bloque demócrata progresista, una minoría con activa participación en los debates -sobre todo a través de la intervenciones de Armas- pero con poca incidencia en las votaciones de la Cámara de Diputados, dominada por la mayoría peronista.

“Mi viejo hablaba en casi todas las sesiones -recuerda Mario Lisandro Armas-. Era muy íntegro, había sido varias veces integrante y también presidente del tribunal de ética del Colegio de Abogados de Rosario, y cuando lo mataron integraba la Comisión de Acuerdo de Magistrados y la Comisión de Asuntos Constitucionales de la provincia”.

El crimen provocó conmoción y extrañeza. No había un motivo a la vista, ni surgían datos para reconstruir la historia oculta. El gobernador José María Vernet visitó a la familia y abrazó a María Inés Morra. “Nos dijo que nos quedáramos tranquilos, que en tres meses el caso se aclaraba”, recuerda el hijo de Armas.

La policía también tenía expectativas en la pronta resolución de los hechos. Apostaban al dato de algún soplón, a que el asesino diera un paso en falso. Pero nada de eso ocurrió.

A ciegas

“Se investigó todo -dice el hijo de Armas-. En relación con su actividad como diputado, sus compañeros de bancada aseguraron que no estaban indagando nada en particular y que si mi padre lo hacía por su cuenta no sabían nada. Pero era raro, en caso de que investigara algo, que no me lo hubiera comentado”.

Una hipótesis fue que el crimen había sido cometido por un ladrón ocasional. Pero Armas conservaba un reloj Rolex y dinero en su bolsillo. Como variante, se pensó que el ladrón podía haber desistido del robo, asustado por el  asesinato. Pero no hubo ningún elemento para sostener la suposición.

La policía detuvo en averiguación a la empleada doméstica de Armas y a su pareja, e investigó al portero de la cochera. Tampoco surgió nada que los vinculara con el asesinato.

“Se pensó también que él pudo haber visto a un ladrón en otro auto. Mi padre era un hombre valiente, encarador, capaz de increpar a alguien si lo veía haciendo algo incorrecto. Y entonces pudo haber sido muerto en esa circunstancia. Era lo que creía mi madre; yo no tengo ninguna certeza”, dice Mario Lisandro Armas.

También se buscó un motivo en relación con la actividad de la víctima como abogado. Su estudio se dedicaba a derecho civil y comercial y nunca había recibido amenazas ni sufrido mayores sobresaltos. “Se abrieron muchas puertas, en fin, de los posibles móviles -concluye el hijo de Armas-. Pero no había móviles”.

Presente

Corría una de las etapas más oscuras de la historia política santafesina, marcada por la permanencia de notorios represores en la policía provincial y sucesos que demostraban la presencia de grupos de tareas de la represión ilegal, como el asalto a los Tribunales provinciales perpetrado el 8 de octubre de 1984, cuando fueron robados 150 expedientes con información sobre el personal de inteligencia del Segundo Cuerpo de Ejército.

“El crimen me dio vuelta la vida -cuenta Mario Lisandro Armas-. Mi padre era una persona muy especial para mí, imposible de describir. Investigar, ponerme en detective, no lo hice, no estaba en condiciones anímicas. Directamente el crimen me partió en dos, los dos o tres primeros años la pasé muy mal, hasta que acomodé el duelo”.

La investigación perdió impulso y se paralizó. El juez Pangia fue ascendido a camarista y en su lugar asumió Carlos Alberto Triglia, quien recaratuló la causa como homicidio calificado por alevosía y premeditación.

La historia también se perdió en las crónicas policiales, a excepción de algún recordatorio aislado, como “¿Nadie vio huir al misterioso asesino?”, un texto de Pedro C. Martini que recapituló en mayo de 1989 lo poco que se sabia del crimen y reafirmó la esperanza por el esclarecimiento. “Si alguien lee estas líneas y sabe algo, aun está a tiempo para denunciarlo”, escribió el periodista del diario La Capital.

Armas había dejado una impresión fuerte en quienes lo conocieron y lo trataron, y a falta de avances en la investigación, fueron sus amigos y familiares quienes mantuvieron presentes los hechos a través de homenajes, recordatorios y periódicos reclamos a los gobiernos provinciales y a la justicia para que se reactivaran las averiguaciones. “Seguimos reclamando que se aclare quién asesinó a Mario Armas”, dijo el diputado provincial del PDP Gabriel Real en la sesión del 16 de febrero de este año, al recordar un nuevo aniversario del crimen.

“Mario Armas fue un liberal-progresista clásico -dijo Fernando Armas, conocido militante del troskismo, en un texto de homenaje a su padre-. Admirador de Lisandro de la Torre, repetía una frase de su maestro: la creación del hombre es un error fatal e irreparable de la naturaleza. Desde mi punto de vista, aunque en momentos históricos diferentes, tanto Lisandro como mi padre expresaban en esa frase su escepticismo y su impotencia ante la descomposición de la sociedad”.

También el desenlace de ambas historias fue distinto. “Lisandro dejó de amar la vida: se suicidó. Mi padre amaba la vida: tuvo que ser asesinado. Quizás la diferencia estaba no en lo ideológico, sino en la compensación que supo encontrar Mario Armas en su vida privada, ante las frustraciones de la vida política”, escribió Fernando Armas.

“Tenia una gran virtud: sabía escuchar. Con él se podía hablar de cualquier cosa. No se sentía la diferencia de edad y aunque era un hombre mayor nunca lo vi como un viejo. O mejor dicho sí: siempre lo vi como un viejo canchero, aunque en algunas opiniones políticas era medio terco”, recordó Héctor G. Ceconi, un abogado que solía visitar a Armas en su estudio.

Un testigo

Al cumplirse quince años del crimen, en una carta de lectores dirigida a La Capital, Mario Lisandro Armas resumió las incógnitas del suceso en un puñado de preguntas angustiantes: “¿Por qué? Su muerte no fue esclarecida; ¿fue un hecho circunstancial?, ¿fue premeditado? Alguien o algunos lo asesinaron; alguien o algunos lo mandaron matar; alguien o algunos conocen ese por qué. Todas las puertas que pueden conducir a saber ese por qué, están cerradas. Todavía sigo esperando que esos alguien o algunos, aunque sea anónimamente, me lo hagan saber”.

El próximo jueves, quizá, esas puertas podrán entreabrirse. Por lo pronto se conoce el testimonio de Gerardo Rosso, quien guardaba su auto en el edificio Alfar y subió en el ascensor de la cochera con quien, se presume, asesinó a Armas.