“En 1944 conoce a la mujer que es su madre. Nace, así, en la misma cuna que la bandera (Rosario). Cuenta, por lo tanto, 27 años acumulados pacientemente a través del tiempo, y es quizás lo único interesante que tiene para contar”. Así presentaba la revista cordobesa Hortensia a Roberto Fontanarrosa en su número 15. Poco después, en octubre de 1972, comenzaría a publicar "Boogie el aceitoso" y en diciembre del año “Las tolderías de Traful”, la primera entrega de Inodoro Pereyra. Pero Fontanarrosa tenía una historia para contar, la de sus inicios en el dibujo, la historieta y la literatura, los años de su formación.

En ese aprendizaje, tal como lo contaba, fue decisiva su experiencia como dibujante publicitario. Su padre, Humberto Fontanarrosa, lo presentó en la agencia de Roberto Reyna en 1963, porque lo único que hacía era dibujar. Don Berto, como lo llamaban, había sido un notable jugador del básquet rosarino, en Huracán, y conocía a Reyna. Fontanarrosa lo evocaría más tarde, entre otros textos, en “Tío Enrique”, un cuento que entrelaza con la ficción partes de su infancia en el Edificio Dominicis, de Corrientes y Catamarca, donde vivía, los recorridos que compartían por el viejo puerto de la ciudad y el Fiat Balilla negro del padre.

De aquella etapa inicial se conserva una historieta muy desprolija, "Tadea y sus hijos", que hizo a los 15 años. Era la supuesta adaptación de una película del neorrealismo italiano, un drama típico de la Segunda Guerra. “Para mí no existía otro dibujo que no fuese el de las historietas serias”, contó en una entrevista publicada en 1979 por Tinta, la revista de los dibujantes solitarios, que dirigía Sergio Kern.

En 1965 hizo una historieta policial, "Jueves", donde se notaban sus lecturas de Héctor Oesterheld y la influencia de Hugo Pratt en el dibujo. También quedó inédita, pero los progresos eran evidentes. Por entonces trabajaba en Forma, la agencia de Alberto Mirtuono, donde estuvo hasta 1972. Hacía dibujos, componía logotipos, diseñaba folletos, ilustraba almanaques.

Todavía pueden verse en publicaciones de la época los trabajos que hizo para Bauen, Gricon, Metcon, Espacio, Mainero, Agrometal, María Castaña y Acide, entre otras empresas. En Forma estaban también el fotógrafo Carlos Saldi, que cubrió los Rosariazos de mayo y septiembre de 1969 para la revista Boom, y el dibujante Alberto Jaime. “El del dibujante publicitario es un aprendizaje muy útil –dijo Fontanarrosa en la entrevista con Tinta, que le hizo Elvio Gandolfo-. Es un rubro amplísimo, especialmente si uno trabaja en una agencia chica donde hay que hacer de todo. Se aprende diagramación y uno se familiariza con diversas técnicas. Por otra parte se conocen los métodos de impresión. Además es un ejercicio creativo, limitado por las exigencias de venta, pero creativo al fin”.

En 1968 Ovidio Lagos Rueda, un joven periodista que venía de trabajar en Primera Plana, lanzó el mensuario Boom. Era la versión rosarina del nuevo periodismo que aggiornaba hacía rato las formas de contar historias, aunque los medios locales no se hubieran enterado. Formó un equipo de periodistas, escritores, fotógrafos, dibujantes y creativos publicitarios. Fontanarrosa estuvo en la primera reunión de trabajo, que se hizo en una de las salas de La Capital (Lagos Rueda era hijo de uno de los directores del diario), y se convirtió en el responsable de arte y diagramación.

“Para el primer número le preguntamos a Fontanarrosa si se animaba a hacer un chiste para la parte de humor de la revista”, recordó José Ortuño, jefe de diagramación, en el libro Boom. La revista de Rosario. Así publicó su primer chiste gráfico, una alusión a la represión de la dictadura de Onganía. También ilustró varias de las portadas de la revista, entre ellas la del número de junio de 1969 que quedó como un icono del primer Rosariazo: una silueta humana caída y un rastro de sangre sobre fondo negro.

“La revista funcionaba en donde ahora está el consulado español. Después nos mudamos a otra casa, frente a la Plaza 25 de Mayo. Me acuerdo de llegar a la redacción y encontrarme en la plaza con Fontanarrosa, Gregorio Zeballos y Rafael Ielpi jugando al fútbol con una pelota de trapo”, dijo Graciela Querzola, redactora de la revista, también en Boom. La revista de Rosario.

Seguía haciendo dibujo publicitario. En esa época componía los avisos de Signos, la librería de Juan Martini, escritor y entonces redactor de Boom. Con la consolidación de la revista Fontanarrosa pareció animarse más y publicó sus primeros textos, por ejemplo una especie de semblanza de Pelé. En los últimos cuatro números, en 1970, hizo el suplemento Bumor, que en cuatro páginas presentaba collages, parodias de fotonovelas, historietas y textos humorísticos.

En Bumor hizo “Animalitos domésticos”, textos breves sobre la hiena, el vampiro y la piraña. “Resistida, rechazada por gente prejuiciosa y aferrada a convencionalismos tontos, la hiena no deja, por ello, de ser un animalito simpático –escribió-. Y muy compañero, digno de ser alojado en el hogar tal vez con más razón que un perro, un gato e, incluso, un murciélago. Conviene adoptarlo de cachorro, como amiguito de nuestros hijos y para acostumbrarlo a los rígidos preceptos que postula la pedagogía moderna”.

Como muchos dibujantes primerizos de la época, Fontanarrosa mostró sus trabajos iniciales en Editorial Columba, que publicaba las revistas El Tony, D’Artagnan y Fantasía y dominaba el mercado. “Dijeron que me iban a dar un guión para que yo graficara, que me iban a llamar. No me llamaron nunca”, recordó. Mientras tanto, cuando dejó de publicarse Boom desarrolló su primera historieta larga, "Ultra", un agente secreto que prefiguró a Boogie y del que hizo 70 páginas. “Era la época de la euforia de James Bond y eso influyó en la temática. Recuerdo que recién por la mitad de la historieta imaginé su final, por lo tanto el relato se torna más coherente”, contó en el reportaje de Tinta.

En "Ultra" está ya la concepción narrativa de la historieta que desplegó en trabajos posteriores, como las adaptaciones de grandes obras de la literatura universal (que expone a partir de este miércoles el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa). No se jugaba al final, al efecto del remate, porque el chiste debía ser muy bueno para sostener la estructura, y en caso contrario la página sencillamente no tenía gracia; con el modelo de los narradores orales (solía citar a Luis Landriscina, por caso) prefería crear situaciones de comicidad en distintos momentos de la tira, para que el lector no esperara tanto del desenlace. En "Ultra", así, se suceden infinidad de gags: “¿El señor es japonés?”, pregunta el agente ante un oriental que parece inclinarse para saludarlo; “No, reumático nomás”, contesta el otro.

Boom tuvo una fugaz continuación en 1971 en una revista que dirigió Arturo Uranga. Se llamó Zoom y publicó tres números. Pero en sus páginas subsiste entre otras perlas del periodismo rosarino “Rosario Central: la ciudad de los canallas”, una crónica que Fontanarrosa escribió a propósito del impacto de la campaña de Central en el torneo nacional de ese año, cuando llegó a la semifinales.

La nota en Zoom incluyó entrevistas a Laerte Carroli –el creador de la marcha de Central- y Carlos Tula, que copaba la barra con el bombo, y hacía eje no tanto en lo deportivo en sí como en el fenómeno popular, el entusiasmo que provocó aquel torneo de Central que fue el anticipo de su primer campeonato. “A la realización de una campaña excepcional, desacostumbrada para un conjunto local, se sumó –en los partidos finales- la certeza de que cada triunfo del conjunto auriazul en el campo de juego podía desatar en las calles de la ciudad un verdadero y alucinante carnaval”, escribió Fontanarrosa.

En 1972 la editorial rosarina Encuadre, de Juan Martini, publicó Fontanarrosa se la cuenta, su primer libro de cuentos, reeditado en 1977 como Los trenes matan a los autos. Martini recordaría los tiempos de Boom, las tardes en la redacción y las noches en el restaurante Dori y su amistad con Fontanarrosa en el libro Rosario express, publicado en 2007.

Ese mismo año comenzó a colaborar en Hortensia y Ediciones De la Flor tituló su primer libro de humor gráfico con una pregunta que apelaba a un público todavía no enterado, ¿Quién es Fontanarrosa? Los rosarinos ya sabían la respuesta.