"Ustedes con quienes queremos/ un presente igualitario (...) son ustedes/ quienes con el femicidio nuestro de cada día/ son ustedes/ quienes están fracasando". Los versos de Itatí Schvartzman calan hondo en esta tarde de feriado nacional. La propia autora, Majo Gerez y Noelia Figueroa, militantes del colectivo feminista Mala Junta, los leen en voz alta a más de un centenar de varones que, abrazados en ronda y con los ojos cerrados, escuchamos con atención. Está empezando la primera Asamblea de Varones Feministas y está claro que para los que nos animamos a la convocatoria ya nada será igual.

Es que la movida no es precisamente una asamblea como a las que uno está acostumbrado. De entrada, los coordinadores propondrán una serie de ejercicios que implicarán poner el cuerpo, desarmar prejuicios, despojarse de lo aprehendido. Sostener la mirada con otro varón al que se acaba de conocer. Darle la mano y no soltarla, abrazarlo, pequeños grandes desafíos a la masculinidad, ese mandato que se lleva tan mal con el cuerpo. 
 
La convocatoria a la asamblea tuvo un primer germen en la movilización espontánea en la Plaza Montenegro aquel sábado gris de principios de abril en que el cuerpo sin vida de Micaela García confirmó las peores sospechas. Otro femicidio y un llamado desesperado: “Varones, necesitamos algo más que la palmadita en la espalda, necesitamos que se pongan las pilas y se empiecen a cortar el mambo entre ustedes”. El desafío fue recogido por un grupo de varones feministas. “Tenemos que traicionar la complicidad machista”, dijo Lucho Fabbri. Y de eso se trató todo lo que pasó este 25 de mayo en La Toma.
 
Pero esa traición tendrá sus costos. ¿Es eso lo que nos frena a hacerlo con nuestros amigos, compañeros de trabajo, familiares? “Si yo le marco a mis amigos una actitud machista, ellos me van a marcar cinco mías”, reflexiona un pibe en uno de los tantos grupos de debate que se armaron. Ese miedo a verse en el espejo es uno de los límites que se intentarán romper. El feminismo interpela, incomoda, desafía y empieza a socavar todas las estructuras. Pero una vez que entró, ya no sale nunca más. Y la revolución está en marcha. 
 
Las experiencias personales se repiten, los miedos también. Hay discusiones y puntos de acuerdo. Este modelo no va más, pero ¿qué ofrecemos a cambio? ¿Tenemos que ofrecer algo a cambio? La construcción de un nuevo modelo de masculinidad, donde ya no existan privilegios por la casualidad de haber nacido varones. La libertad de sentir con el cuerpo, darle una oportunidad a practicar la ternura. Las propuestas se acumulan en afiches que se desparraman por el piso. “En la próxima marcha disfracémonos de pony para poner en ridículo a nuestro género”, tira uno y despierta las risas de todos. “El género es una cárcel”, le había dicho Fabbri a Rosarioplus.com. La llave de esa celda está en la mano. Hay que usarla.

Se termina la asamblea y cada uno se vuelve a su casa. Pasaron cuatro horas de este feriado dentro de La Toma, afuera ya es de noche. Hay promesa de nuevo encuentro, de mantener el contacto, de seguir debatiendo. El camino de regreso está acompañado de muchas preguntas nuevas, también de satisfacción y de una sensación de libertad nueva, recién estrenada. Los que fracasamos -como dice con toda certeza el poema de Itatí- estamos ahora un poco más seguros de no volver a fracasar. Los traidores estamos ahora un poco menos solos.