El “Donald Trump presidente” evocó en la última semana al “Donald Trump conductor televisivo”. Tal como hiciera en su reality show “El aprendiz”, Trump expulsó escandalosamente de su cargo al director del Buró Federal de Investigaciones (FBI por sus siglas en inglés), James Comey. Sin embargo, las consecuencias de echar a la gente de manera airada, que no tenían costo en la televisión, podrían ser muy onerosas en la política.

Comey supervisaba una investigación sobre el posible financiamiento desde Rusia de la campaña electoral de Trump. Debe recordarse que distintas agencias de inteligencia estadounidenses expresaron que hubo intentos rusos de diversa índole para interferir en los comicios presidenciales estadounidenses de 2016.

Tormenta en ciernes

El propio James Comey abrió la polémica en torno a su persona cuando puso en aprietos a Hillary Clinton mientras investigaba el contenido de los emails que se habían filtrado desde su servidor y que pertenecían a su etapa como Secretaria de Estado, con el consecuente riesgo para la seguridad nacional de los Estados Unidos.

Hillary Clinton sostienen aún hoy que el supuesto de que fueron hackers rusos quienes obtuvieron los emails y se los ofrecieron a Wikileaks, es falso. Sus sospechas conducen a que en realidad se trató de una intervención de los servicios de inteligencia rusos, los cuales habrían suministrado los emails a los hackers y luego ellos se los habrían brindado al sitio web de Julian Assange.

En ese entonces el FBI comenzó a investigar el tema, pero la principal preocupación en ese momento era la información vital que se le podría haber escapado a la candidata del Partido Demócrata y que podría caer en manos inescrupulosas.

Sin embargo, la sospecha de que el gobierno ruso se encontraba detrás de una operación tendiente a potenciar las posibilidades de Donald Trump para convertirse en presidente quedó instalada. Desde el entorno de Clinton sostienen aún que la situación es más grave y que el gobierno ruso habría inyectado dinero directamente en la campaña de Trump para ganar la interna de su partido primero y la compulsa presidencial después.

Debe recordarse además que, cuando Trump era candidato, elogiaba a Comey porque investigaba a Hillary, pero en las últimas semanas, tras las indagaciones acerca de la influencia rusa en su campaña, el presidente comenzó a denostarlo públicamente.

Desde la Casa Blanca se negó rotundamente que el despido de Comey buscara influir o detener las averiguaciones. Pero independientemente de la veracidad de la versión oficial, el efecto práctico está siendo exactamente inverso y una tormenta política parece aproximarse.

Bajo sospecha

El despido de Comey provocó una multiplicación de los reclamos para que la investigación sobre la influencia rusa en las elecciones presidenciales estadounidenses se realice de modo independiente, al punto que el director interino del FBI expresó que avisaría al Congreso si desde la Casa Blanca se intentaba interferir.

El clima político se enrareció al punto de que la agenda de gobierno aparece amenazada y temas centrales como la reforma tributaria o el presupuesto podrían demorarse en el Congreso tras la salida de Comey.

El conflicto desatado por la interferencia del presidente en una institución percibida por la opinión pública como eficiente, independiente y transparente, desplazó a todos los demás temas no solamente de la agenda gubernamental, sino también de la agenda mediática.

El presidente -fiel a su estilo- está lejos de apaciguar la controversia y la agitó intentando justificar su decisión de echar a Comey, afirmando que lo había hecho "independientemente de la recomendación" que le dieran al respecto el fiscal general y su adjunto. El presidente contradijo así la información oficial brindada desde la Casa Blanca, que sostenía que Trump removió a Comey siguiendo el consejo de esos dos funcionarios del Departamento de Justicia.

Curiosamente, unos días antes de ser exonerado de su cargo, Comey había pedido al Departamento de Justicia un aumento sustancial de los recursos para indagar la influencia rusa en las pasadas elecciones presidenciales.

La ida y vuelta de información contrapuesta abrió nuevos cuestionamientos a la credibilidad de Trump, quien la semana pasada mantuvo un extraño encuentro con el canciller ruso, Sergey Lavrov, a puertas cerradas en la Casa Blanca, otro elemento que insufla sospechas.

La oposición demócrata insistió en reclamar que se designe un fiscal especial para encabezar la investigación sobre los posibles vínculos de distintos colaboradores de Trump con el gobierno ruso. La mayoría oficialista en manos de los republicanos rechazó esos pedidos hasta ahora, pero algunos legisladores de partido de Trump ya han expresado públicamente su inquietud por el despido de Comey. De este modo, la idea de los republicanos de mantener un manejo lento y discreto de las investigaciones que el Congreso realiza por su cuenta sobre la posible injerencia rusa en la campaña presidencial que llevó a Trump al poder, parece una tarea cada vez más difícil. De hecho, el Comité de Inteligencia del Senado exigió al exconsejero de seguridad nacional de Trump, Michael Flynn -quien fuera expulsado del gobierno al poco tiempo de haber asumido-, que entregue los registros en su poder referidos a vínculos con rusos, desde llamadas telefónicas hasta transacciones financieras.

Algunos analistas sostienen que el problema para el presidente está cada vez más en su propio partido, donde esta polémica pone una vez más a prueba la lealtad republicana hacia Trump.

Lo cierto es que la extraña actitud de Trump respecto de las investigaciones en torno a su vinculación con el gobierno ruso, abre espacio para la duda y para la sospecha. Cabe preguntarse si acaso la sobreactuación del presidente ante la crisis Siria, luego del episodio del gas sarín y el posterior bombardeo estadounidenses contra instalaciones militares del gobierno de Bashar al-Asad, que tensó públicamente la relación con Rusia, no pudo haber sido un escándalo creado deliberadamente para distraer la atención y mostrar públicamente distancia entre Trump y el gobierno de Vladimir Putin.

Pero la pregunta que se torna cada vez más recurrente es ¿qué pasaría si llegan a probarse los vínculos non sanctos entre Donald Trump y el gobierno ruso? ¿Acaso no obligaría eso a Trump a dejar la presidencia antes de tiempo? El fantasma de Richard Nixon deambula por la Casa Blanca.