En barrio La Lagunita a Mario Funes se lo conoce como Tato. Es un hombre querido y respetado por su espíritu combativo. "Siempre está pendiente de los demás, detesta las injusticias", cuentan orgullosos sus vecinos. Tato tiene 47 años y siete hijos. Se autodefine como un "sobreviviente de la miseria". Sus primeros recuerdos están asociados a un carro, a un caballo y a bolsas de basura. Su papá fue peón de las antiguas carretas que recogían los residuos. Arriba de esas maderas descubrió la crudeza de un mundo que lo recibió sin oportunidades. Tato nunca se pudo bajar de ese carro. 

Tato y Miriam, su pareja y su compañera de ruta, son la mano barata e invisible del costoso proceso de recolección y disposición de la basura, una tarea que al municipio le significa por día unos 310 mil pesos. En la calle se los conoce como carreros o cirujas. Para la Municipalidad, sin embargo, son recuperadores informales de residuos. Con sus curtidas manos recogen aquellos desechos que se pueden reciclar. Son, al cabo, el último eslabón de una cadena que en Rosario tiene más marketing que efectividad. Separan lo que el Estado no logra separar de origen, ya sea por los hábitos de los ciudadanos o por falencias en el diseño y la gestión de la recolección. Se estima que los rosarinos como Tato y Miriam recuperan cerca del 10 por ciento del total de los residuos producidos.    

Tato es uno de los 120 recuperadores informales autorizados por la Municipalidad para ingresar en el relleno sanitario de Bella Vista, ubicado en Uriburu al 800, en la zona oeste de la ciudad. El basural es utilizado para el desecho de materiales inertes, como restos de obras, escombros, ramas, entre otros elementos. En esa montaña de basura, Tato busca día por medio cartones, metales y plásticos para poder rescatar y revender. "Nos pagan 50 centavos el kilo de chatarra, cuantos más elementos recuperamos, más dinero nos llevamos a casa", cuenta a Rosarioplus.com.

Hace algunos años, los carreros entraban al lugar a escondidas. Hasta que la Municipalidad creó un registro y les otorgó una credencial para darle cierta formalidad al trabajo. "Si un día no vas, te suspende, así de simple", explica Tato, quien se queja porque el municipio apareció pero luego "se borró". Los cortes y las lesiones son moneda corriente a la hora de revolver la basura. Las promesas de un botiquín y de un plan de cobertura de asistencia médica nunca se cumplieron. "Trabajamos entre camiones, máquinas y palas. Nos vivimos cortando y no tenemos ni una curita", se queja con resignación. 

Hoy en día, la mayor preocupación de Tato no pasa ni por la curita ni por el botiquín. Su gran temor es que la Municipalidad le quite su caballo y su carro. La puesta en vigencia del programa "Andando", que pretende erradicar la tracción a sangre de la ciudad, lo dejó "entre la espada y la pared". "O voy y entrego mi caballo contra mi voluntad o si no soy un rebelde que no cumple las reglas del juego", dice. "No hacemos esto porque nos gusta. No sabemos hacer otra cosa, nadie nos enseñó un oficio. Subsistimos en la miseria sin molestar a nadie, ¿qué culpa tenemos nosotros de ser pobres", se pregunta con una lucidez que perturba.   

Tato expone sus argumentos. Sostiene que con su carro puede cargar hasta 700 kilos (350 pesos), mientras que con una bicicleta --lo que ofrece a cambio el municipio-- no más de 80 kilos (40 pesos). "Nos prometen un subsidio de mil pesos por mes, pero hoy nadie puede vivir con ese dinero", subraya. Y agrega: "Sabemos que la tracción a sangre no está bien, que no es lo ideal, pero es el caballo o el hambre de nuestros pibes. Tengo muy en claro lo que tengo que elegir". 

Son muchos los carreros que apoyan a este hombre en su cruzada de negarse a entregar su caballo. Por ahora resisten. La sensación mientras posan para el fotógrafoes compartida: o las autoridades políticas no toman dimensión de la miseria que padecen muchos rosarinos o se quiere esconder la pobreza. "De otra manera no se entiende esta medida. Están poniendo en juego el poco trabajo digno que tenemos", afirman.

Tato saluda y se marcha junto a Miriam. El reloj marca que es tiempo de otra recorrida. Los espera una postal conocida: un carro, un caballo y muchas bolsas de basura por revisar.