A Maximiliano Zamudio (16 años) no le gustaba estudiar. Semanas antes de su muerte había dejado la escuela especial a la que concurría por un retraso madurativo congénito que se había acelerado en los primeros años de su adolescencia. Aquella limitación cognitiva no le impedía, sin embargo, hacer lo que más le gustaba en la vida: jugar al fútbol. Su gran sueño, cuenta María, su mamá, era el de patear una pelota dentro de un estadio de fútbol repleto de espectadores. Las balas que repican cada vez con más fuerza en la periferia de Rosario le impidieron a Maximiliano luchar por su gran anhelo. La noche del 26 de mayo, un prefecto que vestía de civil lo asesinó a metros de su casa, en un oscuro pasillo de barrio Tablada.

La trágica historia de Maximiliano tiene puntos en común con otros crímenes atravesados por el abuso de la fuerza policial. En lo que va del año, se abrieron nueve expedientes por denuncias de casos de gatillo fácil en la ciudad de Rosario. En todos los casos, los uniformados esgrimen haber actuado en legítima defensa. Los familiares de las víctimas, y en muchas ocasiones testigos presenciales de los asesinatos, denuncian en cambio ejecuciones apresuradas y sin sentido.

El prefecto de 32 años que le disparó a Maximiliano nunca perdió la libertad. A fines de julio, el fiscal Miguel Moreno lo imputó por homicidio simple agravado por el uso de arma de fuego. Sin embargo, el prefecto no quedó detenido. El fiscal entendió que no hay elementos que indiquen riesgo procesal ni entorpecimiento de la prueba.

Para Marcos Cella, abogado defensor de la familia Zamudio, la libertad del prefecto, como la de los otros efectivos policiales involucrados en las causas en curso de gatillo fácil, se explica por la “permisividad” de los fiscales con los agentes de las fuerzas de seguridad. “Es llamativo que en el inicio de las investigaciones a estos policías les basta con esgrimir pocas excusas para dibujar una legítima defensa. A los fiscales les alcanza la versión oficial”, le explica el letrado a Rosarioplus.com. Y agrega: “Antes con los jueces de instrucción esto no pasaba, otra era la situación”.

Cella cree que la explicación a este reiterado modo de actuar hay que buscarla en los “convencimientos personales e ideológicos de los fiscales”. “No nos olvidemos que los fiscales de homicidios han sido secretarios de los juzgados de instrucción, en donde han tenido mucha relación con las fuerzas policiales. Existe cierta afinidad, aunque no reconocida. Están del mismo lado”, detalla.

Por estas horas, Cella analiza hacerse cargo de la defensa del crimen de Elías David Martínez (18 años), ultimado por la espalda por efectivos policiales el sábado pasado en barrio Rucci, luego de asaltar junto a un cómplice a un grupo de adolescentes. El abogado admite “no estar sorprendido” por la aparición de más casos de gatillo fácil. “Tiene que ver con el poco grado de profesionalismo de las fuerzas de seguridad, con la permisión de los fiscales y con el contexto de violencia y pobreza”, sentencia.

La reconstrucción del crimen de Maximiliano

A más de tres meses del asesinato, la causa está por estos días en manos del Gabinete Criminalístico. La defensa solicitó que se hagan pericias balísticas sobre las lesiones de Maximiliano, ya que según los testigos presenciales del hecho el adolescente recibió primero disparos desde adentro del auto y luego fue rematado sobre el asfalto. Además, se solicitó la reconstrucción de lo sucedido aquella noche para que el prefecto cuente en detalle cómo fue la dinámica del crimen.

La versión del uniformado, quien reside a pocas cuadras del lugar del homicidio, es que llevó a una amiga hasta un angosto pasillo ubicado en Colón al 4300, quien al llegar a destino se bajó en busca de un equipo de música. En la espera, dos jóvenes se acercaron al coche con fines de robo. Uno de ellos, siempre según la versión del prefecto, tenía en su poder un rifle de aire comprimido.

El oficial le dio su celular y cuando le dijo que no tenía nada más uno de los muchachos comenzó a golpearlo con la parte trasera del arma en la cabeza. Al escuchar “quemalo, quemalo”, desenfundó su arma y disparó.

Los vecinos contradijeron esta versión. Dos mujeres del barrio aseguran haber visto la secuencia completa de lo sucedido. A ambas señoras les llamó la atención la presencia de un auto en un pasillo en el que no suelen ingresar vehículos. Por eso, ninguna le quitó los ojos de encima al Ford Falcon color blanco. Según sus relatos, el agente de Prefectura llegó solo manejando su coche. Al ver a Zamudio, lo llamó. El joven se acercó e intercambiaron pocas palabras.

Cuando la víctima retrocedía, el conductor efectuó un disparo con una pistola calibre 40 que dio en el pecho del muchacho. Luego, abrió la puerta y lo remató con dos disparos, uno de ellos en la cabeza. “Escuché los estruendos y salí a la calle. Me encontré con mi hijo muerto y con este hombre. Con los brazos en la cabeza me decía que lo perdone, que no lo había querido matar”, recuerda la mamá de Maximiliano.

La mujer agarró un palo y, a los gritos, empezó a correr al agresor, quien acorralado desenfundó nuevamente su arma y disparó al aire. La llegada de un móvil policial evitó que los vecinos lincharan al agente federal. A las pocas horas, su auto apareció quemado en medio de la avenida Uriburu.

“Este hombre vino a mi barrio, mató a una criatura como a un perro y no estuvo ni un día detenido. Quiero que el asesino de mi hijo esté preso”, pide esta joven mamá.