Aquella fatídica y calurosa mañana de enero de 2013, Juan Carlos Esquivel (35 años) cumplió una postergada promesa: la de jugar con su pequeña hija en la placita del barrio, el único cuadro verde de la zona. Mientras empujaba una de las hamacas, advirtió que tres muchachos se acercaban con mucho sigilo. No le dio mucha importancia. Agachó la cabeza y volvió a impulsar la tabla de madera sobre la que estaba sentada su hija. Cuando volvió a girar hacia la calle, se encontró cara a cara con los tres intrusos. Los insultos dieron paso a los empujones. Después llegaron las balas. Dos proyectiles impactaron en el pecho de Juan Carlos, quien falleció horas más tarde en el Hospital de Emergencia Clemente Alvarez (HECA).

"Le metieron dos tiros mientras jugaba con su hija, qué mal nacido hace una cosa así", gritaba su hermana sin encontrar consuelo ante las cámaras de televisión. Juan Carlos tenía siete hijos, era albañil de profesión y se dedicaba al cirujeo. Ante la falta de dinero, había aceptado un trabajo que desencadenó en su muerte: proteger un kiosco de droga. En su desgarrador relato, la mujer llegó a nombrar a los supuestos asesinos de su hermano. "Fueron los mismos transeros que mataron a César Oviedo, son soldaditos del búnker que funciona acá atrás", explicaba señalando con su dedo índice el pasillo ubicado a pocos metros de la plaza. 

El nombre y el rostro de César Oviedo (34 años) ilustran uno de los paredones del lugar. La leyenda pintada en letras rojas que acompaña la caricatura pide justicia. César también era carrero. Meses antes de su muerte, había empezado a militar en el Movimiento 26 de Junio del Frente Popular Darío Santillán, la misma agrupación en la que participaban Patóm, Jere y Mono, los jóvenes que fueron acribillados en el emblemático triple crimen de Villa Moreno.  

Oviedo vivía en una precaria casilla ubicada en el callejón que se forma al cortarse calle Uruguay. Era uno de los vecinos que más se oponía a convivir con los narcotraficantes. "No nos podemos quedar de brazos cruzados", repetía cada vez que alguien le decía que la lucha estaba perdida. Su tozudez y valentía le jugaron una mala pasada el 20 de junio de 2012. 

Aquel día, César se cruzó con uno de los soldaditos que cuidada el búnker. "Se llama Maxi y siempre está ahí. Para él cuidar el búnker era un trabajo. Siempre anda como loco, es un tipo peligroso. Fue él quien lo mató", le contó la hermana de la víctima al cronista del diario La Capital que se trasladó hasta el barrio para cubrir la noticia. 
 
Según la reconstrucción de los vecinos, César pasó frente al búnker y discutió a los gritos con Maxi. Le recriminó que dejara de jugar con el arma porque había niños y gente pasando. El soldadito, fuera de sí, le disparó en el pecho. El agresor huyó rápidamente con la ayuda de un cómplice. Oviedo, en tanto, fue llevado por un vecino hasta el hospital Carrasco, donde falleció a poco de ingresar. 

En un primer momento, la policía, en una práctica habitual cuando las balas repican en la periferia de la ciudad, vinculó el homicidio con un "ajuste de cuentas" entre narcotraficantes enemistados. Para darle sustento a esa hipótesis, se difundió un dato falso. Tanto desde Jefatura como desde el juzgado de Instrucción a cargo del asesinato sostuvieron que Oviedo había cumplido una condena de 11 años en Coronda. La información fue rápidamente desmentida por sus compañeros de militancia.

El nombre de César Oviedo volvió a aparecer en los medios de comunicación en junio de 2013. Fue luego de que se conociera el contenido de las escuchas telefónicas de todos los contactos que figuraban en el teléfono celular de Martín "Fantasma" Paz (crimen que desencadenó la investigación judicial contra Los Monos). Aquel peritaje echó algo de luz en seis ejecuciones (entre ellas la de este militante) que no habían sido aclaradas. Se comprobó que en todos los casos, las víctimas habían sido asesinadas por individuos que formaban parte de la red de la familia Cantero. 

El paso del tiempo no cicatrizó las heridas. Las familias de Oviedo y de Esquivel siguen reclamando justicia. Aquel problemático búnker dejó de funcionar (se derrumbó hace tiempo), aunque la droga, según denuncian hoy los vecinos, "sigue corriendo" por la placita. "Lamentablemente, es un lugar que se perdió, que está podrido", coinciden quienes viven en la cuadra.