En el ocaso de su gobierno, Barack Obama ungió a Angela Merkel como su sucesora en el rol de defensora del mundo libre. Preveía entonces que Donald Trump no ocuparía ese papel y Emannuel Macron no era una opción puesto que aún no había sido elegido presidente de Francia. El denominado mundo libre no contaba con otro liderazgo entonces que el de la canciller germana.

Sin embargo, su estrella comenzó a apagarse. Pero no porque anunció que no buscará una nueva reelección como líder de su partido -la Unión Cristiano Demócrata (CDU)- el mes que viene. Tampoco  porque adelantó que dejará su escaño como diputada en el parlamento en 2021. Con esas declaraciones anticipa solamente su despedida final de la política. El comienzo de su ocaso comenzó mucho antes, en 2015.

Urnas esquivas

Los anuncios del paso al costado llegaron tras los tropiezos electorales de los partidos de la gran coalición -compuesta por la CDU de Merkel y el Partido Socialdemócrata (SPD)- en las elecciones regionales en los estados de Hesse y de Baviera.

Tras las derrotas, Merkel recordó que, en sus 18 años al frente del partido y casi 13 como jefa del gobierno, asumió siempre la responsabilidad sobre lo que sale bien y lo que sale mal, y que tras largas reflexiones decidió iniciar la retirada de un cargo que siempre quiso llevar con dignidad y dejar con dignidad.

Pero lo cierto es que la pendiente descendente ya se había iniciado antes. La ajustada victoria en las elecciones generales de 2017 y los casi seis meses que demoró en formar un gobierno, demostraron que Merkel ya no era lo que fue y que el fin de su era había comenzado.

Es que la otrora mujer más poderosa del mundo no sólo tuvo que hacer concesiones -calificadas por ella misma como dolorosas- ante los socialdemócratas, con el fin de formar una gran coalición y sostenerse en el poder. También tuvo que someter su continuidad como canciller y su destino político al visto bueno del medio millón de socialistas afiliados al SPD quienes, paradójicamente, fueron los que al final decidieron dar un sí a la coalición de gobierno entre su partido y la CDU de Merkel para gobernar hasta 2021.

El sueño de esta alemana oriental de 64 años era igualar el récord al frente de la cancillería que mantiene hasta ahora su mentor, el excanciller Helmut Kohl, con 16 años en el poder, pero difícilmente podrá superarlo. El desgaste de su figura en la política nacional y dentro de su propio partido, así como los cambios ideológicos y las nuevas exigencias del electorado alemán registradas en los últimos años, obligan a todos los partidos políticos -no sólo al de la canciller- a reinventarse y darle paso a una nueva generación en la que difícilmente haya espacio para las figuras que representan la política tradicional.

Pero hay que profundizar un poco más para comprender el motivo de la debacle de la imagen de Merkel frente a sus seguidores. 

El inicio del fin

2015 será un año que muchos alemanes recordarán. Cientos de miles de inmigrantes que huían de la guerra y la miseria en Oriente Medio y África cruzaron las fronteras europeas como una auténtica marea humana que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. Y mientras casi al unísono Europa le cerraba sus puertas, la canciller Merkel tomó la decisión de abrir las de Alemania para aquellos que huían de la guerra y la persecución. Ese fue el primero de varios factores que comenzaron a menguar su fuerza y su poderío.

Durante el verano del 2015 cerca de un millón de refugiados ingresaron a Alemania sin que nadie imaginara las consecuencias políticas que eso traería. La capacidad de acogida de las distintas comunidades a los que fueron enviados estuvo totalmente rebasada y en ciudades como Berlín se vieron refugiados durmiendo en la calle y en los parques ante falta de lugares de acogida.

Tras el primer impacto que significó la falta de infraestructura, recursos y personal para atender a los recién llegados vino otro que aún hoy persiste: el de la integración e interacción con la sociedad alemana.

Dos hechos hicieron que una buena parte de la escéptica sociedad alemana pasara del distanciamiento al rechazo abierto contra los refugiados. El primero, fue el de los desafortunados sucesos de la Noche Vieja de 2015 en Colonia, cuando durante los festejos callejeros cientos de mujeres fueron atacadas sexualmente y robadas. Las investigaciones de la policía concluyeron que muchos de los atacantes habían sido jóvenes refugiados. El segundo, fue la serie de atentados terroristas que desde entonces azotaron a toda Europa, en los que los perpetradores fueron en muchos casos islamistas radicales que se habrían colado a Europa dentro de la ola de refugiados. La responsabilidad de la situación según la percepción de un sector importante de la población fue de Angela Merkel y su política de puertas abiertas a los inmigrantes.

La crisis de los refugiados dio lugar a un fenómeno que se creía erradicado de Alemania, a saber, el surgimiento y empoderamiento de la derecha radical y xenófoba. La ignorancia y temor de una parte de la población que creía amenazado su bienestar ante la presencia de casi un millón de refugiados y el descontento real de otra parte que no aprobaba las decisiones de Merkel porque consideraba inexistente una política pública adecuada ante tal contingencia fue aprovechado y capitalizado por el partido político Alternativa por Alemania (AfD), que en sólo dos años pasó de ser un partido marginal y sin mayores expectativas, a alcanzar presencia en cada uno de los parlamentos regionales, hasta llegar al parlamento federal y convertirse actualmente en la tercera fuerza política a nivel nacional.

Las elecciones federales de septiembre de 2017 mostraron la crisis de la CDU de Merkel -que alcanzó un modesto 32.9 por ciento de los sufragios- y del resto de los partidos políticos tradicionales. El SPD obtuvo el peor resultado de su historia con 20.5 por ciento de los votos. Por su parte, AfD obtuvo el 12.6 por ciento de los sufragios, desplazando a la Izquierda, a los Verdes y a los Liberales. La estadística fue demoledora para el partido de Merkel. Casi un millón de sus votos se fueron para AfD y un millón 300 mil para los Liberales.

Desde entonces, el margen de maniobra para Merkel se redujo considerablemente. Su imagen siguió desgastándose luego del fracaso de un primer intento por formar un gobierno de coalición con el Partido Verde y los Liberales. Comenzó entonces una situación que evidenció la fragilidad de la canciller, cuando su destino político comenzó a depender de la decisión de terceros.

A todo lo anterior hay que agregar un fenómeno que por su estado latente, no fue advertido hasta que fue demasiado tarde. Se trata de las consecuencias del proceso de la reunificación alemana. Los germanos orientales desarrollaron desde 1990 hasta ahora una suerte de complejo de inferioridad frente a sus pares occidentales. Una sociedad donde las mujeres comprendieron rápidamente los nuevos desafíos, dejó como saldo una gran masa de hombres desempleados y temerosos del progreso, del futuro y de los refugiados e inmigrantes a los que perciben como mejor tratados que a ellos mismos. Ese sector vota desde el resentimiento por AfD.

Posibles sucesores

La elección del próximo presidente de la CDU tendrá lugar en el congreso del partido, que se celebrará del 7 al 8 de diciembre en Hamburgo, y hay varios nombres que ya se perfilan para la sucesión. Entre ellos la secretaria general de la CDU, Annegret Kramp-Karrenbauer, propuesta por Merkel y elegida en febrero de 2018. También el actual ministro de Sanidad y representante del ala más derechista de la coalición, Jens Spahn. Los medios de comunicación alemanes mencionan también al exjefe del grupo parlamentario conservador, Friedrich Merz, uno de los grandes enemigos internos de la canciller.

Pero independientemente de la definición de la interna partidaria, lo que preocupa es el destino de Alemania con vistas a 2021, en un escenario de crecimiento de la ultraderecha. Europa mira con atención. El mundo también. ¿Quién conducirá los destinos del mundo libre después de Merkel?