Quien haya pensado que tras el nazismo, el fascismo y el franquismo los movimientos políticos de extrema derecha eran cosas del pasado, se equivocaron. La diferencia entre aquellos movimientos de masas y los actuales partidos y agrupaciones políticas más reaccionarios, es que ahora ya no se usan uniformes militares y hay una completa adaptación a las ventajas que ofrecen las nuevas tecnologías, especialmente aquellas aplicadas al ámbito de la comunicación y la propaganda política. Por lo demás, el sustrato sigue siendo el mismo. Las ultraderechas saben captar con precisión los miedos más arraigados de las sociedades, se nutren de ellos, y los alimentan hasta llevar la paranoia colectiva a su máxima expresión. Construyen enemigos interiores y exteriores y los responsabilizan de los fracasos individuales y colectivos de una comunidad. Y se proponen como la única forma de combatirlos, de calmar el miedo, de ofrecer seguridad. Por eso el vértice de su pirámide valorativa es la seguridad, con la cual quieren reemplazar a la libertad, tan preciada para el mundo occidental.

La libertad siempre resulta una amenaza para aquellos movimientos e ideologías extremistas que apuntan a dominar los resortes del poder en una sociedad para poder controlarla y dirigirla. No hay casualidad alguna en el hecho de que los fundamentalismos terroristas de oriente y las ultraderechas occidentales compartan su desprecio por la libertad. Tampoco es casual que desde ambos sectores se alimente complementariamente la entronización de seguridad: los primeros intentan demostrar su fragilidad, los segundos, fortalecerla hasta el infinito. En el camino, quedan sociedades psíquicamente alteradas, seres humanos desplazados, perseguidos, torturados y muertos.

Holanda

Las elecciones en Holanda de la última semana supusieron una suerte de “termómetro”, porque se trata de un país caracterizado en las últimas décadas por el respeto, la comprensión, la tolerancia y en el cual las libertades individuales han sido contempladas como en ningún otro sitio. Sólo a modo de ejemplo, cabe señalar que allí no está penalizado el consumo de drogas, el aborto es legal y la eutanasia está permitida. La aparición de una agrupación política de extrema derecha y la cantidad de seguidores que alcanzaron en pocos años, es una clara muestra de que ninguna sociedad occidental está exenta de este fenómeno

Su líder, el ascendente Geert Wilders y su Partido de la Libertad -casi como una burla, los extremistas de derecha suelen bautizar a sus agrupaciones apelando a la “libertad”- encontraron un tope temporario a sus ambiciones. Los sondeos de opinión mostraban que en las últimas semanas su candidatura se había estancado e incluso algunas encuestas pronosticaron que quedaría en un segundo puesto. Pero lo cierto es que, pese a haber obtenido el segundo lugar en las elecciones y a que Mark Rutte será reelecto como primer ministro, el partido de Wilders obtuvo más bancas parlamentarias que antes. Ante sus seguidores, el candidato expresó que se había dado un paso más en la conquista del poder. Y a juzgar por lo que sucede en numerosos países europeos –especialmente en Francia con el crecimiento del Frente Nacional (FN)- Wilders parece tener razón. Tal como lo hizo Adolf Hitler cuando decidió utilizar los propios resortes del sistema político democrático a su favor, los grupos de extrema derecha, avanzan sin prisa pero sin pausa, banca por banca, sin perder de vista su objetivo de apropiarse del poder.

Los partidos de la derecha tradicional giran cada vez más a la derecha

El avance electoral de las derechas extremistas, reñidos con los valores democráticos, xenófobas e intolerantes, se extiende por Europa. En el Este, gobiernan en Hungría y Polonia. Pero países con mayor poder y peso específico global ven aumentar el caudal electoral de estos grupos como el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) en Gran Bretaña, el FN en Francia, el Partido de la Libertad en Austria, la Liga del Norte en Italia y otros similares en Alemania. Todos estos grupos encuentran en la paranoia desatada por el terrorismo un aliado.

Ya se ha dicho en reiteradas ocasiones que en su discurso y en su acción, el terrorismo fundamentalista y las ultraderechas occidentales se retroalimentan. Lo que agrava más la situación es que las otras derechas, las tradicionales y conservadoras, adoptan de las ultraderechas cada vez más y sin ningún desparpajo, el discurso, los modos y hasta toman medidas y sancionan leyes en consecuencia, con el único e inmediato objetivo de no perder votos. En esa dinámica perversa, las derechas tradicionales juegan un juego peligroso en el cual arrastran a buena parte de la sociedad hacia la polarización.

Las derechas extremas apelan a las reglas de juego democráticas mientras les conviene y tienden a ponderar aquellas que les resultan útiles y a soslayar las que deploran. Tal como sucediera tantas veces, ensalzan la regla de la mayoría, pero reniegan de la protección de los derechos de las minorías y hacen lo propio con la libertad de opinión e información, sobre todo, cuando sus mentiras son reveladas. A veces se olvida que “elecciones” no es lo mismo que “democracia”, aunque tienden a confundirse deliberadamente ambas cosas.

Lo cierto es que el próximo “caso testigo” será Francia y sus elecciones presidentes el 23 de abril. Será otra batalla a disputar por la ultraderecha racista y antieuropea, esta vez, encarnada en el FN de Marine Le Pen. Todos los pronósticos indican que será derrotada en el ballotage previsto para el 7 de mayo. Será otra batalla perdida, pero la guerra continuará. El extremismo ideológico sigue creciendo en Occidente. Después, de todo y haciendo memoria, Hitler tardó 13 años en alcanzar el poder. Lo hizo sin prisa y sin pausa.