Plantear nuevamente la enseñanza de la religión en las escuelas es volver a fines del 1800, cuando la sociedad ponía en discusión un tema crucial: la educación como derecho. En el debate parlamentario previo a la promulgación de la Ley 1420, la Cámara de Senadores aprobó rápidamente las ideas propuestas; pero, sin embargo, los diputados batallaron durante tres meses un tema crucial: la laicidad de la enseñanza.

No obstante ellos, esta temática, zanjada hace 130 años atrás, vuelve a tomar notoriedad cuando el Ministro de educación nacional planteó, esta semana,  que “vendría muy bien que todas las religiones tengan su espacio en las escuelas”, al responder el pedido de un sacerdote en la localidad de Esquina, Corrientes.

Abbagnano en su Diccionario de Filosofía define a la religión como “la creencia en una garantía sobrenatural ofrecida al hombre para su propia salvación y las prácticas dirigidas a obtener o conservar esta garantía. La garantía a que apela la religión es sobrenatural, en el sentido de que va más allá de los límites a que pueden llegar los poderes reconocidos como propios del hombre…”

La escuela, desde su conformación, ha intentado fomentar el juicio crítico y la libertad de conciencia; esto es, intentar que los estudiantes puedan pensar por sí solos y, a su vez, tomar posición respecto de las temáticas enseñadas, sumada a la capacidad de opinar en función de ello. Esto sólo es posible si los contenidos se abordan desde el campo  científico y objetivo. La religión, basada en un libro sagrado como autoridad  y con fuertes dogmas de fe, no permite la autonomía de un pensamiento que rompa con lo que ella enseña.

Creer que la enseñanza religiosa en las escuelas volverá mejores a los niños y jóvenes es un pensamiento fantástico e irreal. Si bien necesitamos una escuela que recomponga el tejido social, que abarque las problemáticas profundas de la realidad cotidiana, tales como la exclusión, la pobreza, la violencia, entre otras tantas, la religión no será la que pueda re- ligar a los ciudadanos que la transitan a diario, al menos al interior de la escuela. Esto no significa que quien quiera comulgar con alguna iglesia, pueda hacerlo, pero en el ámbito familiar, no en el escolar. La función de la institución educativa – gratuita, gradual y obligatoria- es la de formar ciudadanos preparados para afrontar la complejidad del mundo con amplitud crítica. 

Hoy por hoy, ya no sirve una enseñanza de contenidos vacíos, enciclopedistas; sino, por el contrario, hace falta una escuela comprometida con la realidad de los estudiantes y de los docentes. Por lo tanto, es fundamental trabajar en el aula las habilidades sociales, como la empatía, la solidaridad, el respeto o el compromiso,  a fin de enseñar valores, normas y conocimientos que les sirvan a los jóvenes  a vivir en una sociedad  compleja y cambiante, formados en una pluralidad cultural, con dialogo permanente.