El 25 de mayo de 1810 no fue ideal, no fue la epopeya que se vende, pero fue verdadero, pragmático, lleno de defectos y vicisitudes como los hombres que lo protagonizaron. No fue un grupo de amigos que, amantes de la libertad, decidieron echar por tierra al dominio hispano; no tenían los mismos intereses, no representaban a los mismos sectores sociales y tampoco tenían las mismas concepciones políticas.

Ya existía en aquel entonces la tan famosa (y aparentemente actual) “grieta”. Resumiendo: Cornelio Saavedra y Mariano Moreno, Presidente y Secretario del primer gobierno patrio, no se podían ni ver.  

Por un lado el General Saavedra, hombre mayor, conservador, militar de carrera, moderado; por el otro, el Doctor Moreno, joven abogado, revolucionario, extremo y fervoroso. Saavedra en una de sus tantas cartas lo llamó "impío, malvado, maquiavélico", Moreno se encargó de señalar siempre la pasividad del otro como su aparente poco compromiso con la causa revolucionaria.

Para Saavedra el gobierno debía incluir a las provincias del interior, para Moreno la revolución debía ser manejada desde Buenos Aires para asegurar efectividad. Cornelio buscaba dialogar y negociar para lograr cambios graduales, don Mariano hablaba de “cortar cabezas, verter sangre”  y exhortaba a tener “la conducta más cruel y sanguinaria” con los adversarios. Algo iba a explotar. Era inevitable.

En diciembre de 1810, un general adulón pasado de copas, brindó en un banquete por Don Cornelio Saavedra llamándolo “futuro emperador de América”. Enterado de esto, Moreno, a quien se le había prohibido la entrada a la cena, tragó toneladas de bronca y, llegado a su escritorio, empezó a agitar su pluma contra el papel creando el “Decreto de Supresión de Honores”.

En éste bregó por la “perfecta e idéntica igualdad entre el Presidente y demás Vocales de la Junta y determinó la prohibición de  “todo brindis, viva, o aclamación pública en favor de individuos particulares de la Junta”. Además, estableció que no se podía brindar más que “por la Patria, por sus derechos, por la gloria de nuestras armas, y por objetos generales concernientes a la pública felicidad”. ¿Qué le esperaba al borrachín brindador saavedrista según Moreno? La muerte, porque Moreno no andaba con vueltas. Sin embargo, en ese mismo decreto finalmente escribió que  “por el estado de embriaguez en que se hallaba, se le perdona la vida”, y se lo desterró de la ciudad.

¿Y qué pasaba con quien se le ocurriese brindar por algún individuo de la Junta? “Será desterrado por seis años (…) porque ningún habitante de Buenos Aires, ni ebrio ni dormido, debe tener impresiones contra la libertad de su país”. Todo muy extremista. Liturgia morenista.

Saavedra masticó más bronca que la que había llevado a Moreno a redactar semejante documento pero decidió estampar la firma en ese decreto sin hacer ningún berrinche, por lo menos públicamente, porque en una carta fechada en enero de 1811 escribió que Moreno quería matarlo, que le tenía envidia, que era “de baja esfera” (sofisticado insulto), “soberbio” y, sin más vueltas, un “demonio del infierno”. Cornelio también tenía sus momentos de Moreno con la pluma.

Los ánimos se siguieron crispando y las relaciones se tornaron más amargas hasta que Saavedra decidió enviar a Moreno en misión diplomática a Londres. A días de haber zarpado el barco de don Mariano, su esposa recibió una encomienda con una carta que decía "Estimada señora: como se que va a ser viuda, me tomo la confianza de remitir estos artículos que pronto corresponderán a su estado". La encomienda contenía guantes, un abanico, un velo y otras prendas de luto tradicionales de la época. Moreno murió en altamar por altas dosis de arsénico que le suministró el capitán del barco para los dolores que lo aquejaban y que lo “quemaron” por dentro. Su cuerpo fue envuelto en una bandera inglesa y arrojado el mar. Enterado de esto, Cornelio Saavedra dijo “era menester tanta agua para apagar tanto fuego”, ¿el fuego era el espíritu morenista y el agua la inmensidad del Atlántico; o el océano era el único que podía calmar el fuego del arsénico? Nunca se sabrá. Lo que sí se sabe es que Cornelio y Mariano no eran amigos, nunca lo fueron y que nuestra historia, la real, la que no está en el mundo fantástico de la escuela, está hecha a base de grietas.

(*) Abogado. Integrante de la Cátedra de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho, UNR