“Mi hijo no mira noticieros. Se aburre. ¿Qué hacemos con ellos para que nos miren?”. Por primera vez me reuno con el gerente de noticias, el capo máximo del canal en donde trabajo. Un profesional que admiro y respeto por su creatividad a la hora de pensar formatos, de diseñar estrategias de prensa televisiva. Estamos trabajando en un proyecto de convergencia entre TV y web, la retroalimentación de ambas pantallas y esas cosas. Estoy frente a frente. Y pienso. Para darle una respuesta ante una pregunta que es casi una provocación debo decir algo que quiebre el relato. Reacciono rápido y contesto: “Felicite a su hijo, es un genio. Los noticieros históricamente les dieron la espalda a los niños y a los jóvenes y ahora nos preocupamos. La tele los estigmatiza. O hablamos de violencia escolar, o de que suben peleas a YouTube, o de madres adolescentes. El problema no es de la revolución digital, nosotros tenemos un problema de agenda, jamás los incluimos”. El gerente piensa en su hijo como potencial público de sus productos. Yo pensaré en el mío.

Mi hijo mira el noticiero. Me cuenta que cada vez que aparezco en una crónica roja me saluda. ¡Hola papi! Bauti quiere ir a conocer el canal. Bauti habla y me cuenta lo que ve en la tele. Como quien colecciona estampillas o cajillas de cigarrillo yo me dedico a recolectar diálogos. Recuperar pequeños fragmentos de conversaciones que fueron apareciendo desde los dos años y que aún perduran. Mientras, trato de encontrar otra respuesta para el gerente de noticias en esa colección etérea de palabras al aire. ¿Cómo será la TV dentro de diez años? El interrogante se devela escuchando.

La voz de la ubicuidad

Afuera llueve a chorros. Volvemos de un cumple de 4. Las calles son canales, ríos internos de una ciudad que desborda. Bauti va de copiloto, GPS en mano.

– ¿Papá, cómo se llama la señora que está en el GPS?
– Nosotros le decimos “Gallega”. Es “la Gallega” porque habla con z, de tú, en español. Y en Argentina a los españoles les decimos gallegos.
– ¿Y desde dónde nos habla?
Me río. Pienso. Está tratando de poner en un lugar a esa voz de acento español que siempre nos ubica en un lugar. Y pregunto entre sonrisas.
– ¿Y para vos en dónde está?
Bauti también se ríe.
– Está en el cielo. Y desde ahí nos habla con un micrófono grandeeeeee…

La información viene de arriba, como una gracia divina o como un satélite espía. Libertad o control. La vida cotidiana está plagada de dispositivos. Es junio del 2011. Mi hijo tiene prohibido atender el móvil. La obsesión y el pánico de vivir en una metrópolis hacen que esa sea una práctica censurada. Bauti avisa a los gritos: “¡Papá, el celular!”. “No hijo, ese no es el celular, ese es el teléfono fijo”. Dos días más tarde se repite el grito-anuncio. “Suena el celu!”. “No hijo, ese no es el celular, ese es el portero, debe haber llegado la pizza”. Para Bauti el teléfono fijo, el portero y el celular son la misma cosa, tres dispositivos que sirven para lo mismo: hablar. Tres nombres distintos para una generación que a los dos años ya hizo una convergencia mental, el medio es el mensaje.

Lengua y lenguaje

– ¿Viste cómo hablan los españoles, papá?
– ¿Cómo hablan?
– Cuando fui a lo de Marina, su papá me dijo: “Quítate la mochila”. (Ceño fruncido, serio, voz firme)
– ¿Y eso qué significa?
– En argentino es “sacáte la mochila”
– ¿Y vos que hiciste, te la quitaste o te la sacaste?
– Me la saqué, porque no sé hablar en español.

En la aldea global existen diferencias, tonos, matices, ritmos idiomáticos que nada tienen que ver con el fin de la historia que nos quisieron vender los teóricos posmodernos. Los niños perciben los acentos, las cadencias del sonido: hablar, escuchar, sentir. Experiencias sensitivas donde las palabras no siempre pueden definir la esencia de lo que representan.

El nombre de las cosas

Le estaba lavando las manos. Habíamos estado pintando en familia la contratapa del cuaderno del jardín con témperas, crayones y lápices. Ya en el baño, me pidió con un tono firme.

– Papá, dame música.
El pedido me desconcertó. ¿Vamos a poner un cidi?, le pregunté.
Señaló el espejo e insistió:
– No quiero poner un cidi… ¡Dame música!

Miré el espejo. Sólo veía nuestro reflejo desdibujado por el vapor de un baño reciente. Hasta que advertí que el dedo (todavía rojoazul) señalaba algo que estaba detrás. Bauti tenía la vista fija en un objeto en nuestra retaguardia. Giré y me encontré con una ‘radio para baños totalmente impermeable’ que nos regaló Fernando, un gran amigo que vive en Barcelona desde hace casi diez años. Bauti quería la radio, pero pedía acordes.
Bauti no quería la forma, sino su contenido.
Bauti llama a las cosas no por lo que el objeto representa sino por su esencia.

Sartén, botella, electrodo, armario. Los hombres nos empecinamos ponerles nombres ridículos a las cosas por sus apariencias, su etimología, su historia. Los niños, no.

Tiempo libre

El periodista mexicano Luis Roberto Castrillón sostiene que vivimos en la era del homosliders. Para los niños el universo es touch. Varias veces, antes de jugar un partido de fútbol en la plaza, Bauti me advierte: “Voy a poner play” y con su pequeño dedo ejecuta una acción en el aire, clickea en la nada y luego comenzamos el torneo de penales. El tiempo libre, esas burbujas de ocio que denominó Roberto Igarza en su libro como micro espacios lúdicos están presentes a diario en la relación padre-hijo, aunque a veces el tiempo no es suficiente para jugar todo lo que los niños necesitan.

Me llama con una ‘a’ larga al final: “Papáaaaaaaaaaa”. Voy al baño a lavarle la cola. Lo miro desde arriba.

– ¡A vos te voy a romper la compu!

La amenaza de Bauti es firme. Le habíamos advertido que esa noche no tendría golosinas por haber estado inquieto durante toda la cena. La revancha por la eventual penitencia es mayor, pienso.
“¡Así no trabajas más, papá!”, agrega mientras me mira de reojo, desde abajo.

La computadora puede ser vista, a veces, como un elemento de trabajo. Pero algunos dispositivos también pueden ser un fragmento de amor. Bauti se preparaba para salir de viaje con su mamá para ir a visitar a los abuelos. Ya sentado en su sillita de viaje me pregunta:

– ¿Papá, vos venís?

– No puedo, hijo. Mañana hay elecciones y tengo que trabajar en el canal.

– ¡Ay, cómo voy a extrañar a tu celular!

Extensión del entretenimiento

Mientras manejo Bauti sabe que no puedo distraerme mirando hacia los laterales, entonces él me cuenta lo que ve.

– Papi… ¡Vi un cartel grande de La era del hielo!
– ¡Qué bueno, vamos a ver la peli! Debe ser que se estrena la tercera parte.
– No es una peli. Es una bebida con gas para tomar.
– Ah.
Los personajes se extienden de las pantallas. Bauti no sabe leer letras pero algo entiende de las estrategias transmedia y de los vericuetos de la mercadotecnia.

Papás clonados

No siempre hablamos de los sueños. Pero una invasión de ratas en el barrio me había obsesionado. En el desayuno le conté el sueño reciente.

– Anoche soñé con ratas.

– Y yo soñé que mi papá me compraba otro papá.

– ¿Y cómo era “el otro papá?

– Igualito a vos, papi.

En el sueño de Bauti no había una sustitución ni reemplazo sino una duplicación. También aparecía el mercado: cosas que se pueden comprar. En ese instante me acordé de los replicantes de Blade Runner, la posibilidad de clonar, de fabricar autómatas con sentimientos. Circular y laberíntico como un cuento de Borges, el “otro papá” de Bauti tendría las mismas características, incluso no se perdería el aura en la repetición del original a diferencia de los postulados del filósofo Walter Benjamin donde la muerte del aura queda en manos de la reproductividad técnica. Dos días después alquilamos el DVD de la primera temporada de Astroboy, el animé que miré durante mi infancia. Y ahí sí hay un reemplazo, ante la muerte del hijo, un científico le da vida a un niño robot con superpoderes. El “otro hijo” es sustitutivo.

Feliz cumple

En el noticiero donde trabajo estrenamos una cámara que transmite con una tecnología 3G. Eso nos permite emitir en vivo desde cualquier lugar pero sobre todo romper el esquema del móvil en vivo satelital donde quedamos atados a un espacio. Si bien la temporalidad es en tiempo real, la espacialidad de los móviles satélites es fija. La tecnología 3G nos permitió quebrar el eje de la espacialidad, con lo cual fue muy interesante pensar en una narrativa televisiva en movimiento.

El 25 de agosto de 2011 la probamos para encarar una nota color. La Asociación los Amigos del Riel había llevado a Rosario una vieja zorra, estos carromatos que recorrían las vías del país haciendo reparaciones. Con el camarógrafo nos subimos para transmitir simulando un viaje y salimos en vivo con un desplazamiento extenso. Era un modo de probar el canal de transmisión. Como la nota se transformó en un chiste quebré una máxima del periodismo y aproveché para saludar en vivo a mi hijo: “Le envío felicidades a mi hijo Bauti, que hoy cumple dos años”.

Al llegar a mi casa le pregunté: “¿Viste hijo que te mandé saludos por la tele?”. “Sí papá. ¿Y vos escuchaste lo que yo te dije?”. En esa pregunta está la respuesta que busca el gerente de noticias, pensé. Nosotros desde la TV no escuchamos lo que nos dice la audiencia. ¿Y lo que nos dicen nuestros hijos? ¿Se escucha?