¿Hay razones para detestar las canciones de Ricardo Arjona?
Cuando se habla de Ricardo Arjona no hay punto medio. Arjona es verbo y sustantivo. Entre los fanáticos extremos y quienes lo detestan fervientemente al punto de ponerse cera en los oídos con tal de no escucharlo hay una grieta infinita, enorme. Mientras, el guatemalteco rebalsa estadios en todo el continente.
¿Qué ocurre con los intelectuales? ¿Qué piensan los músicos y escritores en torno al fenómeno arjonesco?
Rosarioplus.com reunió a un grupo de artistas de Rosario para hablar sobre la producción del cantautor. La conversación entre poetas, cineastas, escritores y músicos giró en torno a tres ejes: ¿Por qué la intelectualidad detesta a Ricardo Arjona? ¿Cuáles son las claves de un éxito que no para de crecer? ¿Qué valoración hacen de sus letras y su música?
Javier Núñez (escritor, columnista de Rosario12). Todos los fenómenos de masas generan antinomias cuando se vuelven icónicos, y Arjona lo es: te permite definir algo complejísimo con sólo nombrarlo. Arjona me parece de mal gusto, efectista e hipócrita. Pero está lejos de ser el único, y personalmente creo que hay casos peores. Por eso creo que la respuesta debería buscarse por otro lado. Supongo se lo detesta más allá de la pobreza de sus rimas, el patetismo de sus letras o la dudosa elección de temas para sostener esa pose de cantarle a lo que otros no le cantan; se lo detesta como símbolo de decadencia cultural. No por lo que Arjona es, sino lo que representa, lo que engloba como definición: lo arjonesco.
No tengo idea. A lo mejor eso mismo que le criticamos. Cuando todavía no entendemos que le cante a la grasa abdominal, o lo de la reputación que eran las primeras seis letras, va y le hace una canción a la menstruación. Hay que reconocerlo: todos estamos esperando el próximo disco para ver si hay una canción con los olores que se dejan el baño o algo por el estilo, y el tipo cumple.
No creo que el problema sea la música sino las letras: burdas, llenas de sentimentalismo berreta y con rimas y metáforas que son un mamarracho, casi como una parodia. Hay un video que me hace reír mucho, que enseña a componer como Ricardo Arjona: elegir cuatro palabras y sus antónimos u opuestos, juntarlas en frases que sean alegorías, metáforas u oxímoron, aunque no tengan sentido. “Con discreción rimbombante / como un pequeño elefante / retrocedo hacia adelante / cual rebelde comandante”. El problema es que las letras verdaderas son peores. No me acuerdo ahora dónde leí que la estrofa final de su canción antiabortista (“A esa estrella en tu vientre, no le digas detente /Si lo hubiesen hecho conmigo / hoy faltaría una canción”) era el mayor alegato en favor del aborto, pero coincido.
Andrés Abramowski (músico, integrante de “El Regreso del Coelacanto”). Hay varias razones que se me ocurren acerca de por qué la intelectualidad, supongo que entendida ésta como un colectivo variopinto, detesta a Arjona.
Una es porque es fácil y eso siempre es muy apetecible para la intelectualidad del siglo de los eslóganes. Otra razón tiene que ver con cierta soberbia de los intelectuales que se adjudican el derecho/deber de dictaminar qué es lo más inteligente, correcto, poético, cool y beneficioso para la humanidad, cierto síndrome de conquistador que heredamos de los europeos y a la que le agregamos nuestra rebeldía emancipadora americana. Esta puede ser una contradicción difícil de sortear para muchos intelectuales que, entonces, se la agarran con un guatemalteco medio facho que hace canciones horribles y lo convierte en enemigo estético cuando lo único que hace el pobre Ricardo es cantar canciones horribles para miles de mujeres que se mojan por él.
Arjona tiene sus méritos para ser detestado como artista, pero detestarlo es, en rigor, una pelotudez que atrasa. En el mundo de hoy, si no te gustan las canciones de Arjona no las escuchés, como tampoco te van a escuchar a vos las miles de mujeres que se mojan por Arjona.
Particularmente, no me sensibilizan sus metáforas, pero entiendo que hay gente a la que sí. ¿Debo detestar a esas personas que no sienten como yo y mis amigos que escuchamos System of a Down? ¿Detestar no será una forma de envidiar?, podría preguntarse un compositor –por hablar de una forma de intelectualidad– al que le encantaría –sin dudas– tener tamaño público por varios países.
Más allá de que Ricardo y yo vivimos en el mismo mundo, el mundo del éxito es un mundo paralelo a los tantos mundos en los que se puede desarrollar el arte. Hoy por hoy, en la industria del entretenimiento –base cultural de los adoradores del mercado– Ricardo Arjona es un hombre que trabaja de sí mismo, como podría ser Jorge Lanata. Uno tiene el cartelito de cantante, el otro tiene el cartelito de infoteiner. En algunos ámbitos, incluso intelectuales, eso no se considera un éxito. En otros sí, sobre todo en el mundo del éxito, un sistema mediático de propalación unidireccional que se autovalida a través del lenguaje publicitario. ¿Cuáles son las claves de un éxito que no para de crecer? Que haya alguien que crea en ese mundo paralelo, ya sea en Arjona, Papa Francisco, Lanata o Midachi.
No me gustan, pero a veces me parecen ingenuamente ingeniosas, me dan a entender que el tipo es un farsante que encontró la fórmula de Coca Cola y se caga de risa vendiéndola de pueblo en pueblo como si fuera una bebida un poco más noble. Está lleno el mundo de ese tipo de farsantes, algunos hasta son simpáticos, otros son verdaderos delincuentes mucho más detestables que Ricardo.
Pablo Makovsky (escritor y periodista). No creo que la intelectualidad deteste a Arjona. Me parece que por lo general lo ignoran, en todos los sentidos del término: desconocen desde sus composiciones hasta su existencia. Lo menos que puedo pedirle a un intelectual es que interprete esas cuestiones de la historia, la literatura y el pensamiento que puedan de algún modo darnos una clave del tiempo en que vivimos. El papel de Arjona, en ese esquema, sólo puede ser la desaparición –como desaparecieron desde Gary Glitter a Johnny Tedesco o Jolly Land– y analizar su fenómeno sería una pérdida de tiempo.
En todo caso, es una tarea que le cabe al periodismo. Incluso si el intelectual analizara el fenómeno del público –miles de mujeres que acuden en hordas a ver los recitales y a publicar sus fotos en Facebook– estaría perdiendo el tiempo, descubriendo cosas que descubrieron pensadores ya en los años 20 y 30 y de las que se aburrieron enseguida. El fenómeno masivo ha dado lugar a lo que Oscar Wilde definía como "el arte de esconder un secreto que no vale la pena descubrir". Incluso a malas películas de grandes artistas, como es el caso "Tiempos modernos", la peor de las películas de Charles Chaplin: alegórica, panfletaria y falsa.
Con respecto a las claves del éxito: creo que fue Edgar Morin, cuando analizó el star-system de Hollywood, quien señaló que el fenómeno del éxito es más efímero que complejo. Supongo que debe tener que ver con la alta capacidad para generar aceptación, y podríamos desviarnos con algunas teorías acerca de su público; pero lo único que se me ocurre decir con cierta contundencia es que en mi caso y en el de las personas que frecuento, consulto, leo, escucho y trato con frecuencia y hasta familiaridad, su éxito es absolutamente nulo.
Mi valoración: debo decir primero que no creo que quienes escuchan y promueven a Arjona tengan en cuenta ningún otro tipo de valoración que no sea la venta de entradas –a lo mejor en esos círculos también se venden aún discos, no lo sé–, pero quién sabe, pese a mi ignorancia entiendo que el mismo Arjona reivindica sus años de músico callejero no sé si en Buenos Aires o dónde, por lo tanto hay una intencionalidad "profética”.
Héctor Molina (cineasta). ¿Los intelectuales lo detestan? Ni idea. De ser así, esa intelectualidad podría invertir más energía en hacer producir sus neuronas que perder el tiempo en detestar a un músico, un bombero o la que vende chipacitos en la peatonal.
Intuyo que he logrado desterrar de mi repertorio ese desbaratado concepto de éxito. Noción impúdica propagada por los medios. Aspiración escabrosa cuyo mandato es reputar como frustrados o inservibles a la gran mayoría de los seres humanos que no logren riqueza, una foto en la revista TV Guía o encías como las de Nazarena Vélez. Mal podría aventurar entonces revelación alguna sobre estas incógnitas.
No he frecuentado la mayoría de sus letras. Las que conozco me parecen como mínimo imprevisibles. Tengo muy presente la primera vez que escuché uno de sus temas. Volvía de madrugada de un rodaje con Riccio, un asistente de luces, cuando empezó a sonar en la radio una canción. Azorado escucho: Jesús no bajes a la tierra quedáte ahí arriba, todos lo que han pensado como tu hoy están boca arriba.
- ¡Impune!, exclamé. Hace rimar ahíarriba con bocarriba! ¡Qué cretino! Y me di cuenta que me había dibujado una sonrisa. Luego recordé una historieta de la revista Humor donde un viejo cabrón le volaba la cabeza a un pibe que leía en el Subte.
¿Cómo se llama esa revista? ¿Humor? ¡Qué pelotudez! –insiste el hombre- Es como si yo a una revista de Fóbal le pongo de nombre Fóbal.
Intelectuales. ¿Por qué no se enojan con Lanata? ¿Por qué no intentan gestos más sediciosos como mearle la cubierta al Audi de algún Juez que absuelve violadores de pibes de seis años? Intelectuales. Es fácil bardear las estrafalarias metáforas sobre menstruaciones y pingüinos y sentenciar que hay gustos superiores a otros. Yo prefiero a Silvio Rodríguez. Pero también a Roberto Carlos.
Marcelo Britos (escritor). Considero a un intelectual como alguien que intenta encontrar una razón a todo, alguien que interpela todo acto humano en la búsqueda de esa razón. Por lo tanto, no creo que los intelectuales se ocupen de denostar una manifestación artística, sino que, en todo caso, y si se ocuparan de esas nimiedades, se preguntarían la razón por la cual ese cantante ha adquirido notoriedad o masividad. Y esa pregunta se la han hecho varios ya, desde la Escuela de Frankfurt hasta Bourdieu, pasando por todos los sociólogos y filósofos que han estudiado el fenómeno de la cultura de masas.
Por mi parte, no creo que pueda aportar nada nuevo al tema. En virtud de esta encuesta, me tomé la libertad de leer las letras de las canciones de Arjona, y la verdad es que no encuentro demasiada diferencia con otros cantautores melódicos, un género que no me atrae como tal. Quizá sí algunas canciones, aisladas, de otros intérpretes, me han gustado.
Hablar de intelectualidad primero, y después de odio, me parece una exageración, y además no creo que pueda darse un debate alrededor de esto que aporte algo original o novedoso en una discusión que está cruzada por fuerzas que exceden lo estético y lo artístico, y que están más vinculadas a los lineamientos del mercado, y de las fuerzas que se tensionan dentro de ese campo.
Gustavo Postiglione, cineasta: Opinar sobre Arjona me causa tanta gracia como las letras de sus canciones. Pero si bien no me interesa su música es imposible desconocer el impacto popular que ha logrado y sería muy soberbio de pensar que toda la gente que lo sigue es estúpida o tiene su gusto musical atrofiado. Aunque es cierto que muchas veces lo popular no es sinónimo de calidad artística en otras ocasiones sí lo es, Los Beatles son el ejemplo más claro y más cerca nuestro Charly García, Cerati, Fito Paéz o Calamaro son pruebas que lo masivo también puede ser de calidad.
Y aquí entran las valoraciones que más allá de lo estrictamente musical van a lo supuestamente poético de sus letras, dedicarle una canción a la menstruación sería más propio de un personaje de Capusotto o de una humorada que de alguien que se tome en serio esos versos, como parece hacerlo el querido Ricardo. O comenzar una canción con “tu reputación son las primeras seis letras de esa palabra” para decir más adelante “has hecho el amor más veces que mi abuela y aún no acabas ni la escuela” no hacen más que tomar esas frases como un chiste y no como lo que pretende ser: una canción romántica. Pero la clave está en ese lugar tan extraño que es la cabeza de todas esas fans que encuentran en la poética arjoniana algo que las conmueva y que las convierta en fieles seguidoras.
Sin embargo yo tengo una teoría y es que mientras nosotros debatimos y opinamos acerca de él, Ricardo Arjona se ríe de nosotros recostado en varios millones de dólares.
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