El "soft power" en las guerras de información
Los espías y sus tácticas pueden parecer algo propio de los días de la Guerra Fría, pero vuelven con más actualidad que nunca. El espionaje ha alcanzado niveles de gran peligrosidad por la asociación entre la obtención fraudulenta de información masiva, empresarial o personal, con su procesamiento y posterior filtrado a través de la prensa y las redes sociales.
Todo hasta el punto de influir en acontecimientos de la importancia del "brexit" o las elecciones presidenciales de Estados Unidos, en 2016.
Se trata de una estrategia de inteligencia u operación de influencia de un Estado sobre otro para lograr intervenir en las decisiones de gobernantes, grupos específicos y ciudadanos, dentro de un plan diseñado para debilitar la política de seguridad del actor estatal, a través de la difusión de información, que además puede ser engañosa o incorrecta.
Estas operaciones han sido empleadas tanto por los Estados Unidos como por Rusia, facilitadas por la revolución digital y la creciente interconexión a nivel global. En el caso de Estados Unidos estas operaciones se desarrollaron a partir de lo que se conoce como "soft power" (poder blando).
La gran expansión de los valores de la cultura estadounidense, entre los que se encuentran la participación y la libertad de expresión, representan los cimientos de un "poder blando" bidireccional, tanto desde como hacia los Estados Unidos. El problema es que el "soft power" depende de la credibilidad del país, y en el momento en que sus gobiernos son percibidos como manipuladores y la información como propaganda, la credibilidad se destruye.
El ejemplo de la Primavera Árabe
Como ejemplo de operación de influencia estadounidense podemos citar la "Primavera árabe" que comenzó en Túnez el 17 de diciembre de 2010. Aunque en principio pueda ser percibida como un levantamiento espontáneo, la realidad es más compleja. Se trata de una estrategia basada en la táctica del "poder blando" que nació durante la gestión de Condoleezza Rice al frente del departamento de Estado de EEUU y fue culminada por su sucesora, Hillary Clinton.
La idea principal detrás de esa estrategia es la "diplomacia transformacional", con la que Condoleezza Rice intentaba pasar de las valoraciones a la acción y promover la libertad y las oportunidades entre la población civil apoyando a las comunidades reformistas. Esto promovió cambios a nivel bilateral con los gobiernos, pero también directamente con la sociedad civil.
Pero si la precursora intelectual de las operaciones de influencia basadas en la diplomacia transformacional fue Rice, sería Hillary Clinton la encargada de aplicarlas a Oriente Próximo.
El poder inteligente
Desde la Secretaría de Estado Hillary Clinton creó su propia estrategia, conocida como "poder inteligente", una mezcla de "poder blando" y de "poder duro", éste último más asociado al presidente George W. Bush. Para Clinton, este "poder inteligente" se traduce en una relación más equilibrada entre los departamentos de Estado y de Defensa. Una táctica en la que ganó creciente influencia Internet como instrumento de la diplomacia pública.
Así, una de las figuras claves en las protestas en la plaza egipcia de Tahrir asistió a una cumbre de blogueros y activistas políticos en la Universidad de Columbia; al tiempo que la entonces embajadora de EEUU en El Cairo, Anne Patterson, afirmaba ante el Senado que desde el comienzo de las revueltas que provocaron la caída del presidente Hosni Mubarak, su país distribuyó 40 millones de dólares entre ONGs "para expandir y reforzar la sociedad civil egipcia", que luchaba por la democracia y los derechos humanos.
Rusia en la movida
En el otro frente nos encontramos con el caso ruso. Para entender las singularidades de este país sobre las operaciones de influencia hay que resaltar dos aspectos: medidas activas y control reflexivo. El engaño es la esencia de las llamadas medidas activas, que a veces incluyen actividades encubiertas, y utilizan técnicas como la desinformación y el intento de influir en partidos políticos con agendas abiertamente antisistema o críticos con las sociedades en las que el Kremlin pretende influir.
El control reflexivo lo podemos describir como un medio de transmitir a un aliado o a un adversario información especialmente preparada para inclinarlo a tomar voluntariamente una decisión predeterminada. A esto ayuda la predisposición de audiencias desinformadas o desmotivadas a creer mensajes fáciles de comprender y que desencadenan una respuesta emocional primaria.
Una estrategia que se remonta a la era soviética, pero que ha renacido con fuerza en la era digital. Internet y las redes sociales brindan a Rusia recursos económicos y un acceso efectivo a la sociedad occidental que le pone en disposición de ganar una "Segunda Guerra Fría" por medio de la fuerza de la política en oposición a la política de la fuerza.
La intervención rusa en campañas como la del "brexit" en Reino Unido o las presidenciales de Estados Unidos son buenos ejemplos de esta táctica renovada. Pero los operadores rusos de desinformación también han dejado rastros. Las primeras evidencias de estas campañas de influencia se remontan a 2014.
Pero fue en las presidenciales de 2016 en Estados Unidos cuando culminó la estrategia rusa. En ellas contó con la ayuda involuntaria de actores como Wikileaks, Twitter, Facebook y los periodistas que cubrieron agresivamente las filtraciones de la inteligencia rusa sin cuestionar su procedencia.
Una cuestión que nos lleva a reconocer que gran parte del éxito de las campañas de desinformación rusas se deben a la amplificación que logran en los medios de comunicación occidentales. El endurecimiento y un mayor rigor de la política editorial de estos medios sería de gran ayuda para combatir las campañas de influencia de Rusia.
Not: EFE. Autor: Emilio Sánchez de Rojas Díaz, analista del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE)