¿Por qué Hamas atacó a Israel?
El conflicto entre Israel y Palestina se agudiza una vez más con componentes novedosos. ¿Qué se esconde detrás de la última acción terrorista?
El ataque terrorista lanzado por Hamas contra Israel fue repentino y sin precedentes. No caben dudas de que no se trató de una operación militar, ni de un ataque en situación de guerra, sino de una acción terrorista, debido que apuntó deliberadamente contra la población civil. Buscó una reacción por parte del Estado de Israel y la está obteniendo a punto tal que, con la superioridad militar israelí, la existencia misma Hamas está en juego. El gobierno -ahora de unidad nacional- de Benjamin Netanyahu prometió acabar definitivamente con el grupo extremista. ¿Qué motivaría entonces a Hamas a incurrir en una acción tal que podría conducir a su propia destrucción?
Para entenderlo, primero hay que indagar sobre la que quizás sea la razón más relevante detrás del ataque: la proximidad de un acuerdo entre Arabia Saudí e Israel.
Un acercamiento que podría cambiar el escenario
Desde 2020 los gobiernos de Israel y Arabia mantienen intensas negociaciones impulsadas por la administración del presidente estadounidense Joe Biden, para normalizar sus relaciones diplomáticas. Las posibilidades de alcanzar un acuerdo se aceleraron en el último tiempo e incluirían cooperación en materia de seguridad y la posibilidad de que Arabia accediera al desarrollo de energía nuclear con fines civiles.
Arabia e Israel se asemejan a dos primos que se odian y a los cuales -en sentido borgeano- no los une el amor, sino el espanto. En realidad, además del espanto compartido que les causa el régimen teocrático de Irán, los une la alianza estratégica que ambos países mantienen -por separado- con los Estados Unidos.
La novedad desde 2020 es entonces el acercamiento entre los gobiernos árabe e israelí como una reedición de aquella idea de Richard Nixon -o más bien de su secretario de Estado, Henry Kissinger- que se sintetizaba en la sentencia “el enemigo de mi enemigo, es mi amigo”.
El acercamiento entre estas dos potencias regionales enfrentadas durante décadas debido a la cuestión palestina, tiene la importancia de que, por primera vez, podría habilitar dos carriles separados de negociación: por un lado la normalización de las relaciones diplomáticas entre Israel y Arabia, y por otro, la gestión de las diferencias en torno a la resolución del problema palestino.
Si la normalización de las relaciones diplomáticas entre Israel y Arabia se concretara, adquiriría una magnitud similar al Tratado de Paz entre Israel y Egipto en 1979 con el consiguiente establecimiento de relaciones entre ambos países. Arabia Saudí es, por su peso demográfico y su poderío económico, uno de los principales países árabes y, como custodio de los santos lugares del Islam, es una de las máximas influencias en el universo musulmán.
Dicho de otro modo, un acuerdo entre Israel y Arabia supondría un giro geoestratégico y político en la región más caliente del planeta que, por oposición, restaría poder y protagonismo dentro del mundo islámico a Irán y a las organizaciones extremistas que ese país alimenta, como Hamas y Hezbolá.
Los gobiernos de Israel, Arabia y los Estados Unidos encuentran en el régimen iraní una amenaza no solo militar, sino también como un factor desestabilizador por su aliento a las actividades terroristas. En el caso de Arabia, también constituye un adversario directo respecto de la primacía cultural y religiosa. Irán es mayoritariamente de vertiente chií mientras que la monarquía saudí intenta colocarse a la vanguardia del mundo suní alegando que La Meca y Medina, las dos ciudades santas, se encuentran bajo su dominio. El enfrentamiento por el liderazgo religioso dentro del Islam es de larga data y supuso derramamiento de sangre. El punto más álgido fue el enfrentamiento que ambos países sostuvieron en la guerra civil en Yemen, donde iraníes y árabes apoyaron a cada uno de los bandos enfrentados.
Hasta ahora, el principal gesto del gobierno árabe con su par israelí consistió en alentar a otros países bajo su órbita de influencia tales como Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos a establecer relaciones diplomáticas con Israel con la intención de poner en funcionamiento un frente anti iraní. Algo similar ocurrió con Marruecos y Sudán, países con los cuales Israel estrechó sus vínculos. También desde Arabia existieron presiones para que el gobierno de Omán e incluso el de Pakistán dieran pasos en la misma dirección. Qatar por el contrario, país al que Arabia se encuentra enfrentado y boicotea desde hace varios años, no parece dispuesto a avanzar por ese mismo camino, e incluso parece más inclinado a avanzar por el contrario. Se lo señala desde distintos ámbitos como uno de los máximos impulsores de organizaciones terroristas.
Cabe preguntarse por qué motivo Arabia avanza con tanta cautela para establecer relaciones diplomáticas con Israel. Si bien no puede establecerse una respuesta tajante, puede conjeturarse que la monarquía saudí no estaría dispuesta a provocar una reacción adversa dentro del mundo islámico, propenso a apoyar la causa palestina. De hecho, la normalización de relaciones entre Bahrein y los Emiratos Árabes Unidos con Israel fue interpretada en buena parte del universo musulmán como una traición. Es por eso que, en el ámbito diplomático, el gobierno saudí siempre mantuvo en público la posición tradicional de avalar una normalización de las relaciones con Israel, pero con la condición de un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes que condujera al establecimiento del Estado palestino. Pero en privado, las negociaciones entre los gobiernos de Arabia e Israel se acercaron aceleradamente a un punto de acuerdo en el que desglosarían ambas cuestiones y eso fue advertido por Hamas como una derrota segura para su propia causa.
Hamas “pateó” el tablero de negociaciones de Israel
En lo inmediato, el acuerdo entre Israel y Arabia quedará en suspenso, especialmente hasta que termine la ofensiva israelí en Gaza y pueda advertirse cuan proporcionada o desproporcionada fue. Inclusive, debería pensarse en que no habrá mayores avances en las negociaciones bilaterales hasta que se defina quién será el próximo presidente estadounidense, quien oficiaría como garante del acuerdo.
La pronta concreción de un acuerdo entre Arabia e Israel habría supuesto beneficios para los tres países implicados. Para Israel un acuerdo de paz con Arabia hubiera significado que una parte importante del mundo islámico habría seguido los pasos de la monarquía saudí. De esa manera podría ver reducido significativamente el número de sus enemigos y habría acorralado a Irán y a las organizaciones extremistas sustentadas desde ese país, Hamas y Hezbolá.
Para Arabia, hubiera significado una victoria sobre el régimen teocrático iraní ante la mirada del mundo islámico. También habría supuesto una suerte de “apertura” para una monarquía retrógrada que no cumple el más mínimo canon en materia de derechos humanos, exigencia que los sucesivos gobiernos estadounidenses le exigen rigurosamente a muchos otros países en el mundo. La gobernante familia Al Saud, aliada leal de los Estados Unidos, habría incrementado ostensiblemente su poder e influencia sobre otros actores islámicos en la región, teniendo en cuenta que, más allá de ser acreedor por aproximadamente 120 mil millones de dólares de la deuda externa estadounidense, y tener envidiables reservas de petróleo, la deuda externa norteamericana se encuentra en niveles peligrosamente altos y los recursos energéticos tradicionales no son infinitos.
Para los Estados Unidos, un acuerdo próximo hubiera significado un éxito diplomático de grandes proporciones, fundamentalmente para el presidente Joe Biden, quien se prepara para disputar la reelección en 2024.
Fue ante el peligro que esta situación suponía para su propia subsistencia y para la causa palestina, que Hamas atacó con un nivel de violencia inusitada al pueblo israelí, de manera tal de asegurar una reacción lo más desproporcionada que fuera posible por parte del Estado de Israel. El objetivo de Hamas es arrastrar consigo a la guerra a Hezbolá, a las distintas facciones palestinas de Cisjordania, y a todos los países islámicos posibles, esperando unirlos detrás de un frente común. Aun cuando Israel lograra destruir por completo a Hamas, sólo lo lograría convirtiendo en mártires a sus integrantes y a decenas de miles de palestinos y palestinas inocentes, impidiendo cualquier forma de acercamiento entre los países islámicos e Israel y condenando a todos a una relación amigo-enemigo a perpetuidad.
No es la primera vez que los extremistas de Hamas apuntan a soliviantar a los sectores ultraderechistas israelíes con el fin de que el conflicto se desborde y conduzca a un enfrentamiento total. Saben que si se produjera una matanza, conduciría a una confluencia de voluntades en el mundo islámico en torno a la causa palestina o, incluso, en torno a la destrucción de Israel. En ese caso, una guerra total entre Israel y sus vecinos musulmanes estaría peligrosamente cerca.
Los grupos extremistas como Hamas y los sectores de la ultraderecha reaccionaria tienden a retroalimentarse y a reducir a escombros las expectativas de quienes quieren coexistir en paz.