La política, la pandemia y la crisis sanitaria, la economía: todo forma parte de un cóctel explosivo en el Brasil de Jair Bolsonaro.

El país se encuentra prisionero de una superposición de conflictos en distintos frentes pero que se reúnen en un mismo punto: el presidente y su estrategia de propagar el odio polarizador.

La violencia y la crisis política

El 19 de febrero la Cámara de Diputados confirmó con una mayoría abrumadora de 364 votos contra 130 y tres abstenciones, la prisión de uno de sus pares, Daniel Silveira, determinada por el Supremo Tribunal Federal (STF). Silveira es un expolicía militar de Río de Janeiro que durante los ocho años que estuvo en la fuerza fue objeto de detenciones, prisiones y reprimendas, y se convirtió en uno de los modelos más logrados de ultraderechista radical seguidor de Jair Bolsonaro. ¿Qué hizo? Reivindicó el Acta Institucional N° 5 de la dictadura con la que se inició la represión sistemática desde el Estado, agravió a varios de los integrantes del STF, pero se hizo realmente famoso cuando destruyó un cartel con el que se había rebautizado a una calle con el nombre de Marielle Franco, la concejala y activista asesinada por un grupo paramilitar en 2018.

El tema no es menor en un país con el nivel de violencia política e institucional que padece brasil. Tras la detención del diputado, la hermana de la concejala asesinada, Anielle Franco, se convirtió en blanco de amenazas de muerte en sus redes sociales, debido a su trabajo en el Instituto Marielle Franco y también por su trayectoria de activismo. Ambas hermanas encarnan todo lo que el bolsonariosmo odia: mujeres, afrodescendientes, defensoras de los derechos humanos, la diversidad sexual y de un ambiente sano y sustentable.

Son numerosos los individuos y las instituciones de la sociedad civil que son blanco frecuente de ataques por parte de grupos organizados y representantes de instituciones brasileñas que incentivan el discurso de odio. Un dato escalofriante es que Brasil aparece en el tercer lugar en el ranking de países que mataron a más activistas ambientales en 2019 -no hay datos de 2020 debido a la pandemia-, según el informe anual de la ONG Global Witness, el peor índice de la historia registrado por el informe, y que sitúa al país sólo detrás de Filipinas y Colombia.

Como en otros sitios del mundo, la estrategia del odio puede ser funcional al objetivo de dividir al electorado para facilitar el camino hacia el poder, pero cada vez más comienza a observarse que la espiral de violencia que genera es harto peligrosa.

La pandemia y la crisis de la salud pública

La salud pública es depositaria del caos provocado por la combinación de pandemia y mala política. Hace más de un mes que en Brasil la media de muertos diarios por Covid-19 supera la marca del millar cotidianamente. Hubo días en que se registró una muerte por minuto frente a la total y absoluta inoperancia del general activo del Ejército devenido ministro de Salud, Eduardo Pazuello, y de la legión de militares que designó en puestos clave antes ocupados por médicos, investigadores y científicos. Las cifras son alarmantes. Brasil es el tercer país del mundo más afectado por la pandemia con más de 10 millones 250 mil contagios y 250 mil muertes.

Como si eso fuera poco, estalló el escándalo de las vacunas de aire. Se descubrieron engaños en la aplicación de las vacunas en ancianos. Mientras pensaban que estaban siendo vacunados eran en realidad protagonistas involuntarios de una escenificación. Recibían el pinchazo pero, o bien se trata de jeringas vacías, o directamente la enfermera a cargo de la aplicación nunca empujaba el émbolo.

Pero ese es solamente uno más de la serie de problemas que la campaña de inmunización está teniendo en el país. Brasil empezó a vacunar más tarde que la mayoría de sus vecinos -el 17 de enero- y actualmente ha vacunado sólo con la primera dosis, al 3,3 por ciento de la población, según Our World in Data. Las vacunas llegan en cuentagotas y varias metrópolis, como Río de Janeiro o San Salvador de Bahía, han tenido que suspender la vacunación por falta de dosis. La situación es especialmente frustrante teniendo en cuenta que, históricamente, Brasil es uno de los países líderes mundiales en producción y distribución de vacunas. La gestión del gobierno de Jair Bolsonaro -que desde el principio cuestionó la eficacia y seguridad de las vacunas contra el Covid-19- explica la parálisis.

Petrobrás y la crisis económica

Hace pocos días Bolsonaro anunció formalmente que reemplazará al economista ultraliberal Roberto Castello Branco en la presidencia de la empresa petrolera estatal Petrobras. El proceso de desmantelamiento de la empresa, asociada al escándalo de corrupción Lava Jato comenzó cuando Michel Temer reemplazó a Dilma Rousseff, y se aceleró bajo la conducción de Bolsonaro y Castello Branco. Los dividendos por la liquidación de activos de la empresa le granjeó a Castello Branco los aplausos de los poderes fácticos del país. Pero como la empresa siguió el parámetro determinado por el aumento de los precios internacionales de combustibles, y eso provocó la ira de los camioneros -una de las bases de respaldo de Bolsonaro- el presidente decidió sacrificar al funcionario. Lo reemplazará un general retirado, Joaquim Silva e Luna, quien presidía la empresa de energía Itaipú, y que si entiende poco en materia de política energética, menos entiende de petróleo. Como consecuencia, las acciones de Petrobras se desplomaron un 21 por ciento tras imponerle Bolsonaro a un militar como presidente.

Por su parte, el ministro de Economía -tambien ultraliberal- Paulo Guedes, encargado de implementar el ajuste y achicar el Estado, mantiene un llamativo silencio. Sus planes privatizadores y de reformas económicas se enfriaron sensiblemente por la pandemia. Justamente, una de las respuestas para amortiguar los efectos de ésta última fue incrementar el gasto público, algo que Bolsonaro no hizo por convicción, sino porque piensa en la reelección el año que viene. Guedes no sólo no tiene claro si podrá seguir su hoja de ruta, no tiene claro siquiera si seguirá en su cargo.

Caos

Solamente hay dos constantes por estos días en Brasil, que dan cuenta de la magnitud del caos que se vive. Una es la destrucción sistemática de las conquistas alcanzadas desde la vuelta de la democracia en 1985, tras 21 años de dictadura militar. La otra es la creciente militarización del gobierno.

En ese contexto, en los últimos días se registró el regreso de la censura. La secretaría Especial de Cultura -dependiente del ministerio de Turismo- rechazó la liberación de recursos para proyectos que fueran considerados izquierdistas, y convocó la venta de libros escolares impidiendo términos como democratización en su contenido. Esas medidas se adoptan mientras el presupuesto destinado a la educación pública nacional descendió a los niveles de 2010, y que un decreto presidencial liberó la compra de armas y municiones. Ahora cada ciudadano puede adquirir hasta 60 armas y cinco mil municiones por año.

La economía no remonta, el desempleo alcanza alrededor 14 millones de personas, el país volvió al mapa mundial del hambre del cual había sido salido durante la administración de Luis Inazio Lula da Silva, el Covid-19 se propaga sin control, la imagen del país se desmorona, pero Bolsonaro se mantiene firme sobre su imagen positiva que supera siempre el 30 por ciento. Ese es su objetivo, mantener más de un tercio del electorado consigo, dividir al resto del arco político, mantener fuera de juego a adversarios peligrosos mediante el lawfare y apostar a otro ballotage que -polarización mediante- le de cuatro años más para destruirlo todo. Hay hombres que disfrutan ver el mundo arder.