La estrategia rusa en Oriente Medio desconcierta a los líderes de las principales potencias de Occidente. La construcción de un triángulo cuyo vértices complementan a Rusia con Turquía e Irán podría acabar territorialmente con el Estado Islámico (ISIS), llevar estabilidad a la región y limitar las ambiciones occidentales en esa parte de Asia.

Un acercamiento impensado

La semana pasada se produjo en Moscú un encuentro entre los presidentes de Rusia, Vladimir Putin, y de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, algo que hace poco más de un mes hubiera sido imposible. Las diferencias entre ambos gobiernos eran profundas y se radicaban principalmente en la crisis siria. Putin mantuvo firme su alianza con el presidente sirio Bachar al-Asad, no por una cuestión de afecto personal, sino por estrategia. En la costa siria, la marina rusa cuenta con sus únicas bases sobre el Mediterráneo.

Por el contrario, Turquía impulsó junto a los Estados Unidos y Europa la caída de al-Asad en el marco de la denominada “primavera árabe” y apoyó a los grupos insurgentes que iniciaron la guerra interna en 2011. Uno de esos grupos se convirtió en su propio monstruo al mejor estilo Frankenstein: el Estado Islámico. Con el correr del conflicto sirio, creció la sospecha de que Turquía colaboraba solapadamente con ISIS. Fue el gobierno ruso el que denunció que Turquía le compraba petróleo a precio irrisorio y que posiblemente por la frontera turca, ISIS se proveía de armamento. La presión de los aliados occidentales se hizo insostenible para el gobierno turco que finalmente entró en guerra con el Estado Islámico. Pero bajo ese pretexto, el gobierno de Erdogan se dedicó a combatir a los kurdos. El 45 por ciento de la nación kurda vive en Turquía. Y el temor a la creación de un eventual Estado Kurdo a partir de una hipotética secesión del territorio turco, es proverbial. http://www.rosarioplus.com/opinion/Turquia-y-sus-fantasmas-20160701-0033.html

La relación entre Rusia y Turquía se hizo más tensa cuando Putin decidió ingresar en el conflicto contra ISIS en auxilio de su aliado el-Asad, dado que su destrucción significaría el fin de la presencia rusa en el Mediterráneo. Putin apoyó al gobierno sirio contra ISIS y contra el rebelde Ejército Sirio de Liberación -respaldado por europeos y estadounidenses- de manera simultánea. Fue en medio de ese conflicto de intereses que un caza turco derribó un bombardero ruso. La posibilidad de una guerra entre ambos países se hizo tangible.

Sin embargo, algo sucedió que lo cambió todo. Fue el intento de golpe de Estado en Turquía lo que redefinió la política exterior del gobierno de Reccep Tayyip Erdogan. El fracaso del golpe se debió en buena medida a que el gobierno había sido advertido de que ocurriría. Y allí está la clave del acercamiento entre Rusia y Turquía, porque fueron los servicios secretos rusos los que advirtieron a las autoridades turcas que estaba en marcha el golpe. Putin apostó por ayudar a su adversario para atraerlo y demostrarle que sus aliados de siempre no eran de fiar.

Por ahora no hay manera de demostrar que el intento golpista fue pergeñado por el líder opositor turco Fethulá Gülen y apoyado por los Estados Unidos y la Unión Europea. Pero la tibieza de la reacción occidental y la preocupación que cundió respecto de las represalias adoptadas por el gobierno turco, contrastó con la actitud de los presidentes de Rusia e Irán que fueron tajantes al respaldar al mandatario turco sin condenar sus métodos. Es cierto que ni Rusia ni Irán son países democráticos y que Turquía está en franco camino de dejar de serlo.

La brecha

Vladimir Putin apostó por agrandar la brecha entre Turquía y sus aliados occidentales y no se equivocó. Pero esa brecha no la inventó él, sino que ya existía y es -principalmente- responsabilidad de europeos y estadounidenses. Ellos mantuvieron a Turquía en el ámbito de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) debido a la proximidad geográfica con la Unión Soviética primero y con Rusia después, consideradas una amenaza para su seguridad. Sedujeron al país por su posición estratégica que controla el paso entre Oriente Medio y Europa y entre el Mar Negro y el Mediterráneo, además de ser un país estratégico en el flujo de recursos energéticos tradicionales entre Oriente y Occidente. En el último tiempo, le exigieron a Turquía que oficiase de barrera de contención de los refugiados que hacen sentir a los europeos ante una reedición de las “invasiones bárbaras”. A cambio hubo sólo promesas. Especialmente aquella largamente incumplida de ingresar a la Unión Europea. Erdogan sobreactúa su indignación cuando afirma que hace 53 años que Turquía se encuentra en la puerta de Europa, pero lo que dice es cierto. La Unión Europea siempre encontró una excusa para evitar el ingreso de Turquía al bloque.

Los recientes ataques de ISIS, el deterioro de las relaciones económicas con Occidente y la necesidad de ampliar horizontes comerciales en un contexto en el cual el país crece cada vez más lentamente, también impulsan a Turquía a profundizar sus vínculos con Irán y Rusia, los otros dos países más importantes de la región.

La estrategia de Putin

Rusia e Irán siempre mantuvieron buenas relaciones, especialmente desde que se impuso el régimen teocrático en 1979, que distanció a iraníes y norteamericanos. En la actualidad, Rusia fue uno de los impulsores y garantes del fin del bloqueo occidental a Irán a propósito de su desarrollo nuclear.

Ahora el gobierno ruso lima asperezas entre sus pares de Irán y Turquía, que siempre recelaron entre sí. La pertenencia de Turquía a la OTAN y su sociedad con los Estados Unidos, su postura laica hasta hace unos años y la confrontación con el gobierno sirio, eran algunos de los puntos de discordia entre ambos países. La irrupción del Estado Islámico, considerado una aberración del Islam por turcos e iraníes, y condenado por Rusia, que debe lidiar con una parte importante de su población que profesa esa religión y que habita en el sur del país, coincidentemente con regiones con vocación separatista, acercó a los tres países.

No obstante la percepción de ISIS como un enemigo común, Vladimir Putin apunta a implementar una estrategia triangular con Turquía e Irán que le permita mucho más que derrotar al Estado Islámico en el campo de batalla. En primer lugar, erradicar a ISIS y restablecer el orden en Siria e Irak, beneficia a los tres países. Irán mantendrá su influencia religiosa sobre la primera minoría chií en Irak. Turquía resguardaría sus fronteras y podría conjurar su temor de desmembramiento para crear un Estado Kurdo, porque sería mucho más sencillo hacerlo a expensas de Irak, donde habita una amplia porción de la nación kurda. Rusia acabaría con una amenaza terrorista que podría encontrar eco en el sur de su territorio.

Pero más allá de esos objetivos cercanos en el tiempo, esta estrategia permitiría generar estabilidad en la región más convulsionada del planeta a largo plazo. Esa estabilidad le permitiría a Rusia, Irán y Turquía dominar un territorio rico en recursos energéticos tradicionales -petróleo y gas natural- y  su distribución con destino a Europa. Fue toda una señal que Putin y Erdogan anunciaran en su encuentro de la semana pasada la creación de un gasoducto para abastecer a Europa evitando pasar por Ucrania. En ese país del este europeo es donde comenzó hace unos años la batalla por los límites entre Rusia y Occidente. Putin hizo en Ucrania un torniquete a los avances occidentales en el este europeo y las disputas continúan todavía. La UE, apoyada por los Estados Unidos, pretendía la incorporación de Ucrania al bloque y, eventualmente su participación en la OTAN. Para el gobierno ruso eso resultaba inadmisible, porque entre otras cosas suponía la pérdida de su influencia en el Mar Negro. Lo cual explica la sublevación de los habitantes prorrusos de Crimea y su posterior anexión a Rusia.

La estrategia de estadounidenses y europeos de extender una ola democratizadora en el norte de África y en Oriente Medio para obtener en última instancia el control sobre la extracción y la comercialización de recursos energéticos tradicionales y alcanzar un posicionamiento intimidatorio sobre países adversarios como Rusia o Irán, demostró ser errónea. La aparición de ISIS y la consecuente crisis de los refugiados son prueba de ello.

Lo cierto es que la estrategia de Putin demuestra ser más realista y más sensata porque permite pensar en una estabilidad posible. Occidente observa con desconfianza a este peculiar “triángulo amoroso” porque altera sus intereses y deja expuestas sus verdaderas intenciones. Agita el argumento de la falta de democracia en Rusia, Turquía e Irán. Desde luego, la que propone Rusia no será nunca la solución deseable, pero permite vislumbrar un Oriente Medio más estable, sin ISIS gobernando sobre territorios ni personas y con posibilidades de desarrollo económico y comercial. Por supuesto que esa estabilidad sería construida desde el interés particular de Rusia, Irán y Turquía pero, al parecer, esa estabilidad, aunque fuera como un efecto colateral le permitiría a quienes habitan la región eso que hoy les cuesta tanto: mantenerse con vida.