Desde comienzos de septiembre se produjo una ruptura del estancamiento en el que se encontraba la guerra, con el mayor movimiento sobre el terreno desde la invasión rusa iniciada el 24 de febrero. Por primera vez se registró una ofensiva significativa del ejército ucraniano y un repliegue de las tropas rusas en el norte del país.

Ucrania pasa al ataque

El gobierno ucraniano informó la recuperación de más de 6 mil kilómetros cuadrados que incluyen 30 localidades en la provincia de Járkov, en el noroeste del país, cerca de la frontera con Rusia.

Entre las ciudades recuperadas más importantes se encuentran Izium, de 46 mil habitantes, Balakleya, de 27 mil, y Kupiansk, un centro ferroviario clave que afecta el abastecimiento de las tropas rusas en Ucrania.

Desde el gobierno ruso, la retirada fue informada como una acción acorde con la estrategia de concentrar esfuerzos bélicos en las provincias de Donetsk y Lugansk, regiones tradicionalmente prorrusas y con fuertes movimientos separatistas. De acuerdo a este argumento, Rusia estaría concentrando tropas en el Donbás y en el sur de Ucrania, cerca de Jersón para asegurar la franja de territorio que conecta con la anexionada Crimea y el acceso y control del Mar de Azov. Según el gobierno ruso, esa misma lógica fue empleada cuando retiraron tropas de los alrededores de Kiev en abril.

El éxito de la contraofensiva ucraniana se debe a varios factores. En primer lugar, la estrategia de la inteligencia se mostró eficiente al ofrecer indicios de que se preparaba un gran ataque en Jersón, al sur del país, cuando el objetivo era en realidad Járkov en el noreste. En segundo lugar, las deficiencias rusas se hicieron evidentes: soldados jóvenes y mal preparados junto a unidades mal equipadas y peor organizadas. En tercer lugar, la correcta utilización del sistema de defensa HIMARS (High Mobility Artillery Rocket System, en español Sistema de Cohetes de Artillería de Alta Movilidad) proporcionado por los Estados Unidos, cuyo alcance no supera los 80 kilómetros, pero a cambio es una batería de misiles ágil y liviana.

Tras la euforia por la recuperación territorial, sobrevino el espanto. En la retirada, las fuerzas rusas no dejaron solamente armas y municiones. Las autoridades ucranianas encontraron el territorio sembrado de minas y cadáveres. Y hay más: se proporcionó evidencia de que el ejército ruso utilizó los sótanos de algunos edificios como centros de detención y tortura.

El éxito de la ofensiva ucraniana parece haber tomado por sorpresa incluso a Occidente. El jefe de la diplomacia de la Unión Europea (UE), Josep Borrell, convocó a la ciudadanía de los países del bloque a "redoblar los esfuerzos”, dado que los contrataques del ejército ucraniano están teniendo "un éxito mayor de lo esperado, incluso por nosotros mismos". Las autoridades de la UE están preocupadas porque la región deberá enfrentar el invierno sin el gas ruso, lo que supone energía escasa y muy cara. Para Borrell, el presidente ruso, Vladimir Putin, especula con que los integrantes de la UE se vean seriamente debilitados durante el invierno, escarmienten y desistan del apoyo a Ucrania.

¿Se abre un frente interno contra Putin?

Mientras tanto en San Petersburgo, ciudad natal de Vladimir Putin, un grupo de concejales opositores al régimen sorprendió al país dirigiéndose al presidente ruso para decirle, educadamente, que es un traidor y un incompetente y que debe irse o ser destituido. Acto seguido, surgió una iniciativa similar en Moscú.

Los ediles expresaron públicamente su oposición a “matar ucranianos” y desestimaron los argumentos del régimen. Sostienen que durante la guerra jóvenes rusos mueren, la economía rusa sufre, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se expande hacia el este y Ucrania obtuvo nuevas armas a pesar de que Putin instaló la “desmilitarización” del país como uno de los objetivos de la invasión. Argumentaron también que Finlandia ingresará a la OTAN y el gobierno ruso no hizo nada, cuando ese país está mucho más cerca de una ciudad tan importante como San Petersburgo. Los concejales estiman que el apoyo a la guerra en Rusia es modesto. Le adjudican entre el 20 y el 30 por ciento en contra, un 20 por ciento a favor, y calculan que el resto calla por miedo.

A excepción de algunas manifestaciones no autorizadas durante los primeros días de la invasión, las autoridades rusas lograron sofocar las protestas públicas. Es por eso que la acción de los concejales es tan pequeña como relevante: adquiere la dimensión de protesta institucional y supera la barrera del silencio autoimpuesto por el miedo.

Como no podía ser de otra manera, los ediles ya fueron convocados por la policía para abrirles un expediente por “desacreditar” al ejército ruso. Téngase en cuenta que poco después de iniciada la invasión, se establecieron penas de cárcel por “desacreditar” al gobierno. Más aún, en Moscú precisamente un concejal ya había sido detenido por esa razón.

Peligro nuclear

Las eventuales reacciones del gobierno ruso ante la contraofensiva ucraniana despiertan inquietud.

Las restricciones energéticas, el eventual uso de armas nucleares tácticas, la represión interna, las represalias contra la población ucraniana bajo administración rusa son algunas de las preocupaciones mayores.

A su vez, el gobierno ucraniano reclama la provisión de armas antimisiles de mediano alcance, algo a lo que el Pentágono se resiste, porque prevé que eso cambiaría drásticamente el curso de la guerra, acorralaría al régimen de Putin y escalaría la confrontación a un nivel potencialmente peligroso para todo el planeta.

Pero a todas las anteriores se agrega una preocupación mayúscula: la central nuclear de Zaporiyia.

La visita de una misión del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) quiso calmar las aguas en torno a la mayor central nuclear de Europa. El ejército ruso y el ucraniano se acusan mutuamente de estar bombardeando las instalaciones. Los daños han existido, según constató la misión de la OIEA, pero no pudo establecerse si fueron premeditados y no se advirtieron indicios de niveles anormales de radiación hasta el momento.

Sin embargo, la posibilidad de que un bombardeo alcance la central debe asumirse con la debida seriedad. A pesar de que el núcleo -donde se mantiene la reacción nuclear en cadena- está protegido por una densa capa de hormigón con revestimientos de acero, existen proyectiles capaces de penetrarla. Y lo más importante: como en todas las centrales nucleares, el acceso al agua es clave.

Una falla en la refrigeración del núcleo podría tener un efecto similar al accidente en la planta de Fukushima en Japón, producto de un tsunami en 2011. La diseminación de la radiación es la clave de la gravedad en cualquier evento de estas características. Zaporiyia toma sus aguas del río Dnieper, que desemboca en las orilla del mar Negro, conectado al Mediterráneo.

Los controles por lo tanto, resultan imprescindibles mientras no se adopten las medidas que garanticen la seguridad de la planta: desmilitarización del área y apagado de los reactores que permanecen en funcionamiento.

Como puede advertirse, más allá de la contraofensiva ucraniana, el final de la guerra está lejos, los peligros son muchos, el invierno se acerca y dos cosas parecen seguras: que el gobierno ruso empleará la escasez energética como un instrumento extorsivo, y que su presidente, ante la vulneración de su mito de invencibilidad, preparará meticulosamente la represalia.