Los kurdos, el sueño del Estado propio y la guerra sin fin
Los kurdos combatieron al Estado Islámico desde su surgimiento. ¿Podrán acceder a la creación de su propio Estado o serán los próximos “malos de la película”?
El kurdo es un pueblo de origen indoeuropeo distinto del árabe -aunque profesan también el Islam- que habita principalmente la región montañosa que se extiende entre el este de Turquía y Siria y el norte de Irak e Irán. Esa región de aproximadamente 550 mil kilómetros cuadrados es denominada Kurdistán, nombre que debería tener el Estado Kurdo y que, en los hechos, no existe.
La nación kurda está compuesta por alrededor de veinticinco millones de personas que se distribuyen aproximadamente así: 45 por ciento en Turquía, 30 por ciento en Irán, 20 por ciento en Irak y 5 por ciento en Siria.
Los kurdos claman desde hace siglos por un espacio territorial donde asentar su propio Estado, algo que siempre les fue denegado. Al final de la Primera Guerra Mundial, en la cual apoyaron a los aliados contra el imperio Turco Otomano, los kurdos lograron por medio del Tratado de Sevres la independencia del Kurdistán. Sin embargo, el tratado nunca se ratificó y fue sustituido por el Tratado de Lausana, que omitió por intereses políticos aquella promesa y el territorio que históricamente les pertenecía a los kurdos fue repartido entre Turquía, Irak, Irán y Siria.
En el pasado reciente, el pueblo kurdo cobró una importancia central en la lucha contra el régimen de Saddam Hussein, quién lo persiguió al punto de pretender exterminarlo. Con la invasión estadounidense a Irak, los kurdos constituyeron una pieza clave como sus aliados. Luego de la invasión, conformaron con la anuencia del gobierno de los Estados Unidos una región autónoma dentro de Irak, la más estable de las tres en que se dividió administrativamente el Irak post Saddam.
El conflicto que los kurdos mantienen con los turcos data de su enfrentamiento durante la Primera Guerra Mundial. Más cerca en el tiempo, el conflicto adquirió características cada vez más violentas, especialmente desde la aparición de un partido político clandestino que opera en Turquía, denominado Partido de los Trabajadores del Kurdistán.
La agrupación política conocida por sus siglas como PKK (en kurdo Partiya Karkerên Kurdistan), fue fundado en Turquía en 1973 y manifiesta una tendencia independentista y también marxista. Cuenta además con un brazo armado que se denomina Fuerzas de Defensa Populares. Desde 1984, el PKK inició una lucha armada contra el gobierno Turco, en reclamo de un Estado Socialista Kurdo motivo por el cual es considerado una organización “terrorista” tanto por Turquía como por los Estados Unidos y la Unión Europea. De acuerdo al gobierno turco, desde 1984 a la fecha, más de 30 mil turcos murieron en enfrentamientos con el PKK.
Recientemente, se produjeron atentados en Turquía atribuidos al PKK, en el marco de un enfrentamiento entre turcos y kurdos a propósito de la guerra en Siria. Cuando el conflicto sirio comenzó en 2011, el gobierno del primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan, enfrentado con los turcos y con el presidente sirio, Bachar al-Asad, encontró en esa crisis la oportunidad para combatir a sus dos enemigos en simultáneo. Alentó a los grupos insurgentes sirios contrarios al gobierno de al-Asad, de los cuales emergió el Estado Islámico (ISIS). Luego traficó petróleo y armas con ISIS en la esperanza de acabaran con la mayor cantidad de kurdos posibles. Más tarde, presionado por Occidente, el gobierno turco debió ingresar en la guerra contra el Estado Islámico, aunque no por ese motivo se privó de continuar atacando a los kurdos que combatían a los terroristas en Siria.
¿Habrá un Estado kurdo?
Los aliados occidentales de los kurdos, aquellos que históricamente los necesitaron para que le pusieran el cuerpo a distintas guerras, siempre los traicionaron. Lo hicieron tras la Primera Guerra Mundial y también les quitaron respaldo a los kurdos que militaron en su favor al término de la guerra contra el régimen de Saddam Hussein.
Los estadounidenses ya cometieron el error de avalar grupos separatistas y luego abandonarlos, generando resentimiento y, posteriormente, venganza. Fue precisamente lo que hicieron con los talibanes en Afganistan tras la derrota de la Unión Soviética.
Actualmente parece difícil que los Estados Unidos y la UE avalen la creación de un Estado kurdo independiente, porque significaría un definitivo quiebre de la relación con Turquía. El problema de europeos y estadounidenses es que el gobierno de Erdogan está cada vez más próximo a la Rusia de Vladimir Putin. Hasta existe la posibilidad de Turquía se aleje de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Ese significaría un éxito político de Putin que lo situaría en la cúspide del poder global, pues podría significar el comienzo de un eventual desmembramiento de la OTAN.
De todas maneras, las posibilidades de la creación o no de un eventual Estado kurdo quedarán supeditadas en buena medida a la relación que desarrollen Vladimir Putin y Donald Trump en el futuro inmediato y de lo que ambas superpotencias evalúen como más conveniente para Medio Oriente.
La alternativa de una nueva traición
La creación de un Estado kurdo supondría un problema para los gobiernos de los Estados Unidos, Irak, Turquía, Irán y Siria. Para el primero, porque supondría una crisis con los turcos. Para el resto de los países mencionados, porque tendrían que ceder parte de su territorio para la conformación de un nuevo Estado. La alternativa que entonces aparece como la más viable, es la de una nueva traición a los kurdos.
Pero esa salida podría acarrear graves consecuencias. Como ya sucediera con otros aliados de ocasión, los kurdos despechados podrían constituirse en el vivo ejemplo de la génesis de un nuevo movimiento terrorista, o bien, “suscribir” a algunos de los grupos ya existentes. A modo de ejemplo, resulta importante recordar que Al Qaeda surgió a partir de un movimiento alentado, entrenado y armado por los estadounidenses para favorecer la resistencia de Afganistán ante la invasión de la Unión Soviética al comienzo de la década de los años ochenta.
Dicho de otra manera, la falta de compromiso -y de palabra- de las potencias occidentales con sus aliados ocasionales en el Medio Oriente, debería considerarse entre los principales factores de la génesis del terrorismo. De continuar reincidiendo en conductas como esa, el mundo occidental favorecerá el desarrollo del terrorismo y de los terroristas en lugar de evitarlo.
Una lucha efectiva contra el terrorismo requiere de ingenio y de estrategias originales, acordes a un fenómeno cuyas tácticas están en constante cambio. Pero ante todo, se hace preciso evitar las conductas que en el pasado dieron suficientes muestras de favorecer el surgimiento de grupos terroristas. Occidente no parece querer darse cuenta de eso.