OCTAVIO CRIVARO

Cuando vio la luz el libro Chavs de un muy joven Owen Jones, allá lejos en 2011, una parte del mundo académico se sacudió. En un contexto en el que algunos nostálgicos aún discutían la mera existencia de la clase trabajadora, Owen Jones analizaba los contornos de la nueva clase obrera inglesa que había dejado el “blitzkrieg” thatcherista; una clase diferente, modernizada, precarizada, pero que seguía siendo un colectivo fundamental sobre el que, señalaba el libro, existía una “demonización”. Por sus costumbres suburbanas, por sus ropas, por un montón de cuestiones. Por ser, para que se entienda en un discurso criollo que todos conocemos, “negros”. Una estigmatización que no solo llegaba desde los conservadores británicos, sino desde medios de comunicación o ámbitos progresistas, abiertos a la agenda cultural de diversidades, género o raza, pero condenatorios de las lecturas de clase.

Estas líneas no son, sin embargo, una publicidad de Chavs, libro que recomendamos leer, claro. Usamos el texto del británico como excusa para hacer un señalamiento: en un país donde hay discurso progresista para tirar al techo, también sobran relatos estigmatizantes sobre los trabajadores, sobre todo, cuando esos trabajadores y esas trabajadoras salen a la calle, apelan a medidas de fuerza, hacen huelga. Los mismos ejemplos que se celebran cándidamente en efemérides como el 29 de mayo (aniversario del Cordobazo), se condenan si, a escala menor, son retomados en la actualidad.

Lo vimos en dos ejemplos recientes: en la lucha del Sutna (los obreros del neumático) y en la huelga de las docentes santafesinas. 

Mucho se habló de los discursos de odio, con particular fuerza desde el atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Desde diversos sectores del oficialismo se focalizó la denuncia en medios, periodistas o sectores políticos que buscan generar odio de clase, hostilidad política. Es algo que efectivamente se ve con Milei diciendo “zurdos van a correr”,  con el discurso anti-organizaciones de desocupados, y en otras formas de reacciones clasistas, racistas, xenófobas, misóginas u homo-transodiantes. En el PRO, con la Comandante Bullrich al frente, proliferan también, en su desquiciada competencia con Milei. A nivel local el referente Charly Cardozo actúa como un spam de denuncias cada vez que hay algún nivel de acción directa.

“Cárcel o bala”, dijo el diputado nacional José Luis Espert desde su cuenta de Twitter cuando los obreros del neumático hicieron una ocupación pacífica de un Ministro de Trabajo que actuaba, más bien, como Ministro de Empresas. De Espert no puede esperarse otra cosa porque es, si se nos permite el término “académico”, un mulo de las grandes empresas. Pero sí llamó la atención la hostilidad del gobierno frente a una lucha que duró varios meses, en las que se lo vio alineado con empresarios multimillonarios como Madanes o directamente multinacionales como Bridgestone. Por eso ojo: esos discursos que condenan las luchas de los trabajadores, con carpa, se esparcen también desde ámbitos oficialistas. Massa minimizó llamando “grupo pequeño” a los obreros: se estigmatizó la lucha de trabajadores que defendían su salario en un país de 100% de inflación. Se le "midió el aceite" a la legitimidad del reclamo. Los obreros del Sutna finalmente ganaron, a caballo de una gran lucha.

Simultáneamente a esta lucha (y a esta campaña) se publicaban las cifras sociales del Indec a nivel nacional, que en cada publicación arrojan a nuevos sectores bajo la línea de la pobreza o de la indigencia, y ahí todos y todas se rasgan las vestiduras y se lamentan. Pero cuando salen a la calle trabajadores y trabajadoras para torcer esa realidad, para mostrar cómo se enfrenten los aumentos de precios, hay chorros de tinta para decir que son intransigentes, que piden mucho. Que deben seguir, en definitiva, bajo la pobreza. Eso sí, cuando el gobierno nacional inventa un dólar soja para que los dueños de los silobolsas amasen una fortuna extra a cambio de liquidar cereales, eso es “hacer política”. Fue una transferencia de 260 mil millones de pesos de los más pobres a los más ricos. Pero esos parece ser que no "piden mucho".

Disparen contra las docentes

Pero si en una de las discusiones públicas hubo una campaña estigmatizante y demonizadora, fue en la huelga de las maestras santafesinas. Titulares en algunos medios de comunicación generando un ambiente de condena e histeria, apelación a figuras bélicas (“niños rehenes”) y la lengua larga de funcionarios tan amables para conversar con cerealeras como belicosos para referirse a trabajadoras de la educación, buscaron convertir una disputa salarial en tiempos de crisis social, en un pleito donde los guardapolvos fueron presentados casi como ropajes de grupos de combate. 

La aplicación de descuentos de los días de paro, una herramienta del noventismo reutemista o actualmente del macrismo bajas calorías de la CABA, mostró en qué lugar puso el gobierno de Omar Perotti a las docentes: en el de enemigas. Si cuando comenzó la discusión (abandonada, como sabemos) de intervenir Vicentin, Perotti se apresuró a encontrar una “salida superadora” a favor de la empresa, con las docentes lo único que quiso superar fue el paro. Paradógicamente, las docentes querían superar la línea de la pobreza y por eso el discurso estigmatizante no penetró en las familias que se vieron afectadas por las medidas de fuerza. Primó la solidaridad frente al ajuste.

Las docentes apelaron a lo único que tienen los trabajadores y las trabajadoras para defender sus intereses como clase: la organización colectiva, las medidas de fuerza. La huelga, las marchas. Pero parece que hablar de paros es un acto de lesa subversión en la Santa Fe de "La paz y el orden". Solo los "ruralistas" tienen derecho a protestar en la Santa Fe de las cerealeras.
La discusión en torno a las huelgas es curiosa, porque muestra el negativo de la foto que tantos reivindicaron durante la pandemia. La pandemia, o más bien la cuarentena, suscitó un gran reconocimiento y una enorme reivindicación del rol social de la clase trabajadora, que es irremplazable por cualquier otra clase o capa social. Contra todo el discurso patronal de libertarios, y otras sucursales culposas, de que sin patrones no se puede producir, la pandemia puso las cosas en su lugar: sin trabajadores no hay fabricación de comida, reparto de comida, venta en supermercados, vuelos, hospitales, recolección de residuos y tantas, tantas cosas más. Educación y reparto de viandas en escuelas tampoco, por caso. “El mundo”, rendido a sus pies como un león, llamo “esenciales” a lo que nosotros y nosotras llamamos trabajadores y trabajadoras. Hasta ahí bien: la pandemia, como las reformas neoliberales de las que hablamos al comienzo, restituyó el debate de la clase trabajadora, en un sentido opuesto, por demás positivo.

Ahora bien, cuando esos mismos trabajadores apelan a su fuerza como clase para defenderse o pelear por cosas tan justas como el salario, es decir cuando no solo produce como clase sino que actúa socialmente como una, la reivindicación abre paso a la desconfianza. De esenciales a potenciales criminales. El gobierno provincial le habla a la clase trabajadora como el poema de Neruda: “me gusta cuando callas porque estás como ausente”. 

Perotti, Pusineri o Cantero rechazan que en una provincia rica, con superávit, que viene de lograr un compromiso de pago de una deuda histórica, se discuta el salario de las docentes y el presupuesto de la educación. En eso, nada que envidiarle a Carolina Losada. La aprehensión hacia los docentes y hacia las medidas de fuerza, incluso, llegan a detalles más opacos y repudiables, como lo prueba la denuncia de Sadop sobre la peligrosa intromisión del gobierno provincial en la vida interna del sindicato.

El paro docente, este paro, terminó. El chantaje patronal del gobierno con los descuentos, en este capítulo, alcanzó para torcer una votación en la que la conducción sindical aportó mucho también. Pero la bronca sigue de pie y se expresa en los 15 mil docentes que rechazaron la propuesta de Perotti y en los miles que la aprobaron mordiendo los dientes o con la nariz tapada.

En la Inglaterra de Chavs, el discurso anti-trabajadores solamente enlenteció la emergencia de la poderosa clase trabajadora británica, que hoy realiza enormes huelgas ferroviarias. Porque ningún discurso demonizante es más fuerte que la fuerza social de la clase mayoritaria de la sociedad: “el muerto que vos matasteis, goza de buena salud”. 

En Santa Fe, el discurso estigmatizador frente a las docentes busca tapar con un dedo conservador la emergencia de trabajadores aceiteros, portuarios, familias que pelean por tierra, organizaciones de desocupados, choferes y maestras en la Santa Fe de las cerealeras adoradas por todos los partidos. Spoiler alert: no se puede tapar algo tan grande con un dedito. En esas peleas del presente puede verse reflejado lo que viene.