Turquía siembra muerte e ironía
El gobierno turco inició una ofensiva en el norte de Siria con el objetivo es evitar el eventual surgimiento de un Estado kurdo en el país vecino.
Desde que se doblegó al Estado Islámico (ISIS) en territorio sirio, el gobierno turco profundizó su temor respecto de una reivindicación por parte de la nación kurda de constituir un Estado propio.
La consolidación de una administración kurda en Siria fue una obsesión de los turcos desde el inicio de la guerra. No solo por el temor de que esa entidad estimulara las reivindicaciones kurdas, sino por el desafío a la seguridad nacional que suponía. La fuerza política que administra dicho territorio y sus milicias, las Unidades de Protección Popular (YPG), están directamente relacionadas con la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), que se encuentra en conflicto con el Estado turco desde finales de la década de los años ‘70.
Los kurdos
El kurdo es un pueblo de origen indoeuropeo distinto del árabe aunque también profesa el Islam, que habita una región montañosa que se extiende entre el este de Turquía y Siria y el norte de Irak e Irán. Esa región de aproximadamente 550 mil kilómetros cuadrados es denominada Kurdistán, nombre que debería tener el aún inexistente Estado Kurdo.
La nación kurda está compuesta por alrededor de veinticinco millones de personas que se distribuyen aproximadamente en un 45 por ciento en Turquía, 30 por ciento en Irán, 20 por ciento en Irak y 5 por ciento en Siria. Los componentes territorial y demográfico, explican por sí mismos el temor turco hacia las reivindicaciones kurdas.
Desde hace siglos el pueblo kurdo reclama un espacio territorial donde asentar su propio Estado, algo que siempre le fue negado. Tras la Primera Guerra Mundial, en la cual apoyaron a los aliados contra el imperio Turco Otomano, los kurdos lograron por medio del Tratado de Sevres la independencia del Kurdistán. Sin embargo, el tratado nunca se ratificó y fue sustituido por el Tratado de Lausana, que omitió aquella promesa debido a intereses políticos de las grandes potencias. El territorio que les correspondía a los kurdos fue repartido entonces entre Turquía, Irak, Irán y Siria.
En el pasado reciente, el pueblo kurdo cobró una importancia capital en la lucha contra el régimen de Saddam Hussein, quién lo persiguió al punto de buscar su exterminio. Con la invasión estadounidense a Irak, los kurdos constituyeron una pieza clave como sus aliados. Luego de la invasión, conformaron -con la anuencia del gobierno de los Estados Unidos- una región autónoma dentro de Irak, la más estable de las tres en que se dividió administrativamente el Irak post Saddam.
Cuando el conflicto sirio comenzó en 2011, el gobierno de Recep Tayyip Erdogan, enfrentado con los kurdos y con el presidente sirio, Bachar al-Asad, encontró en esa crisis la oportunidad para combatir a sus dos enemigos simultaneamente. Alentó a los grupos insurgentes sirios contrarios al gobierno de al-Asad, de los cuales emergió el Estado Islámico (ISIS). Luego traficó petróleo y armas con ISIS con la esperanza de acabar con la mayor cantidad de kurdos posibles. Más tarde, presionado por Occidente, el gobierno turco debió ingresar en la guerra contra el Estado Islámico, aunque no por ese motivo se privó de continuar atacando a los kurdos que combatían a los terroristas en Siria. Debe recordarse que fueron precisamente los kurdos -con el apoyo militar y logístico de los Estados Unidos- quienes pusieron el cuerpo para combatir a ISIS en el momento más difícil.
Finalizado el conflicto, Erdogan entendió que la consolidación de una administración kurda del norte de Siria, suponía la etapa previa a la posible creación de un Estado kurdo. Intentó por distintas vías corroer el vínculo entre el YPG y el gobierno de los Estados Unidos sin éxito, hasta que un inesperado guiño del presidente Donald Trump fue motivo suficiente para desatar lo que a todas luces es una invasión.
La ironía
Mientras aviones turcos bombardeaban las ciudades de Qamishlo, Tel Abyad, Serekaniye y Ain Issa, los planificadores militares decidieron que la campaña en el norte de Siria se llamaría Operación Manantial de Paz. ¿Qué fue lo que habilitó al gobierno turco para llevar adelante semejante acción y al mismo tiempo burlarse tan abiertamente de la comunidad internacional?
Mediante una llamada telefónica el mandatario turco habría intentado persuadir una última vez a su homólogo estadounidense de la necesidad de ejecutar sus planes para el norte de Siria, de los que ya había advertido en su intervención en la última Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) a fines de septiembre. El diálogo habría culminado de manera frustrante para Erdogan pero, horas después y para su propia sorpresa, desde la Casa Blanca se anunciaba que Turquía se disponía a iniciar su campaña, sin participación estadounidense.
En los meses previos, las fuerzas estadounidenses en la región habían convencido a los kurdos de que desmantelasen sus posiciones defensivas en la frontera turca, dándoles garantías de que los Estados Unidos los protegerían frente a cualquier acción turca. Ahora esas garantías quedaron en la nada y los kurdos enfrentan una vez más la traición, como ya sucediera con el ya mencionado Tratado de Sevres.
Además de impedir la consolidación de un Estado Kurdo, Erdogan apunta concretamente al establecimiento de una franja de seguridad de 450 kilómetros de largo y 30 de ancho en la frontera entre Turquía y Siria en la que se establecería una división en tres zonas administrativas donde se construirían -de la nada- 140 localidades en las cuales reubicar a más de un millón de refugiados sirios. Estas localidades, cuya edificación tendría un coste estimado de unos 27 mil millones de dólares, contarían con centros de salud, escuelas, polideportivos, mezquitas y varios hospitales y polígonos industriales conjuntos. La cuestión de los refugiados es un tema candente en Turquía, adonde se han dirigido 3,6 millones de sirios en los ocho años de guerra, disparando la xenofobia.
La medida apunta a aliviar el problema de los refugiados en Turquía pero con el inconveniente de que no estarán garantizadas sus condiciones de vida durante el proceso y se produciría una severa alteración demográfica, sin contar que repoblar un territorio con personas que proceden de otras regiones no supone un verdadero regreso a sus hogares. En el fondo subyace un temor que nadie quiere mencionar pero se encuentra latente: la limpieza étnica.
Consecuencias
El guiño de Trump hacia Erdogan y la posterior invasión turca ya impactó dentro del propio gobierno estadounidense. Hay un profundo malestar debido a que el Pentágono habría sido completamente ajeno a la decisión del presidente. Lo mismo habría sucedido con los legisladores republicanos de ambas cámaras del Congreso. El presidente de los Estados Unidos no solamente traicionó a los aliados kurdos, sino que se refirió a ellos como si se tratase de simples mercenarios. Trump podría estar generando con esta actitud un nuevo monstruo como ya sucediera oportunamente con los talibanes en Afganistán, Al -Qaeda y hasta con el propio Estado Islámico.
En la Unión Europea (UE) el descontento es evidente. Pero Erdogan se adelantó a las reacciones y amenazó con abrir las puertas y enviar millones de refugiados hacia Europa si desde el bloque comunitario se criticaba la ofensiva contra las milicias kurdas en el norte de Siria y se calificaba el ataque como invasión. Erdogan aprovechó la ocasión para acusar a la UE de mentir y no haber mantenido su promesa de facilitar ayuda económica a Turquía respecto del acuerdo suscripto en 2016 mediante el cual su país aceptaba controlar el flujo de refugiados hacia el Viejo Continente a cambio de apoyo financiero para atender a los inmigrantes en su territorio. Erdogan fue inclusive un poco más allá y se despachó con malestares históricos hacia los europeos al denunciar que la UE lleva 40 años regateándole a Turquía el ingreso al bloque regional.
Otra consecuencia preocupante es el peligro de evasión de los extremistas de ISIS custodiados por las fuerzas kurdas. Se trata de 12 mil combatientes y más de 80 mil mujeres radicales con sus hijos.
Al contar con un poderoso ejército y la prescindencia de Donald Trump, Erdogan tiene buenas chances de llevar adelante con éxito su plan aunque tampoco está todo dicho. Las milicias kurdas cuentan con 35 mil combatientes bien armados y entrenados en la lucha contra ISIS, con los que han sido capaces de controlar un tercio del territorio sirio. Tienen el apoyo de grupos árabes, sirios y asirios. Si el combate se extiende en el tiempo, Erdogan podría verse perjudicado. Si obtiene una victoria rápida, habrá dado otro paso en su camino hacia el poder ilimitado.
Por su parte, las milicias kurdas traicionadas por Trump, no tendrían muchas más alternativas que buscar el auxilio de otro de los hombres fuertes del planeta, quizás el más poderoso: Vladimir Putin.