Sergio Massa tiene todos los frentes abiertos. La negociación con el Fondo Monetario Internacional, el control sobre los precios y la manera de amortiguar el impacto de la devaluación en los bolsillos de los trabajadores. Y además está la campaña, que es la misma cosa. La campaña es la gestión, por eso la peregrina idea del diputado Eduardo Valdés de que renunciara al Ministerio de Economía para dedicarse exclusivamente a su candidatura presidencial no prosperó en ninguno de los sectores del oficialismo y, dicen, cayó mal a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, de la que no se sabe si le queda algún rol por cumplir para empujar el triunfo del oficialismo.

Si había una razón en Massa para asumir como ministro de Economía era la de ser candidato a presidente de la Nación. Es de hecho, el más preparado técnica y políticamente para enderezar la crisis y sin duda la gente ve esas cualidades. Pero no quiere decir que confíe ciegamente en que va lograrlo. El apoyo a Javier Milei en las primarias mostró esa desconfianza, pero hay que ver también que cualquier otro candidato oficialista -con excepción de Cristina Kirchner- hubiese cosechado aún menos votos. El golpe fue también para Juntos por el Cambio que no sabe cómo rearmarse de aquí a octubre. Tres son los candidatos que quedan con posibilidades, pero sólo dos son los modelos en pugna. De la visualización electoral de ese escenario dependen las chances del oficialismo. Y también de los votos de las personas que no fueron a las urnas el domingo pasado.

Las palabras de Juan Grabois después del inesperado resultado de los comicios nacionales ya son un imperativo. Efectivamente lo que se necesita son hechos y no más discurso, y queda poco tiempo. Massa decidió una devaluación del 22% al día siguiente de las PASO no porque fuera beneficioso, sino porque era inevitable. Después todos nos enteramos de que el FMI pedía 100%, bajó luego al 60% y el ministro logró que aceptaran el 22%. Así suena distinto el recorte aunque su impacto sea también doloroso e impopular.

También resuenan los conceptos del exvicepresidente de Bolivia Alvaro García Linera: “Quedan dos meses para que el progresismo argentino se despabile”, dijo después de las elecciones y lanzó que “si no somos capaces (los gobiernos populares) de dar respuestas concretas y rápidas que resuelvan la angustia y la incertidumbre, lo va a hacer alguien más”. También ha perdido peso lo simbólico y eso se notó en el debate que desató Milei cuando habló de la privatización del Conicet. No se le puede pedir a la gente que no llega a comer decentemente que haga suya la causa de la ciencia y la técnica argentinas que, obviamente, son fundamentales para el desarrollo.

Según las estadísticas Unión por la Patria perdió 6,5 millones de votos desde la última elección. Juntos por el Cambio cayó en 4,1 millones de votos. Pero de la pérdida del oficialismo el 23% fue a Milei y el 77% no fue a votar. En cambio, de lo que perdieron Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta el 80% fue a parar a Milei y el 20 por ciento no fue a votar. Por eso las chances del peronismo se cifran fundamentalmente en la asistencia que tengan las elecciones generales de octubre. Difícilmente los que votaron por Milei cambien el voto, pero la pregunta es cuánto más podrá crecer o si se queda atado a esa cosecha de las primarias.