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Como buen académico, José Manuel Valenzuela Arce combina lucidez conceptual con claridad discursiva. Cada palabra que pronuncia da en la tecla justa. Pone blanco sobre negro en una problemática que, a su juicio, se presenta “difusa y desdibujada”. Este sociólogo mexicano es un especialista crítico y agudo sobre el fenómeno del narcotráfico y el crimen organizado en la región. Estuvo 48 horas en Rosario. Disertó en el Congreso de Ciudades Educadoras  y se sentó en un aula de la UNR para hablar de los “impactos sociopolíticos” que genera el negocio de la droga.

Ha publicado 41 libros, 20 como autor único y 21 como coordinador y coautor. Su texto “Jefe de jefes. Corridos y narcocultura en México” obtuvo el Premio Internacional Casa de las Américas (Cuba) en 2001. En 2012 le fue otorgado el Premio Estatal de Ciencia y Tecnología, y en 2013 la distinción del grado de Doctor Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Baja California, entre otros méritos profesionales.

En uno de los pocos ratos libres de su agenda, se sentó con Rosarioplus.com para analizar las estrategias en pugna para combatir un flagelo que en América Latina provoca miles de muertes “sin rostros”. Asegura que no hay voluntad de modificar el modelo punitivo/represivo porque es absolutamente funcional a la economía global.   

Sobre el impacto del narcotráfico en Argentina, subraya que si bien el crimen organizado está instalado, aún se está a tiempo de tomar un rumbo distinto al que ha fracasado en México. Eso sí: pide estar muy atento a las “primeras señales”. “La muerte artera en los barrios de Rosario es una señal de alerta”, aclara.

¿Con qué políticas públicas hay que combatir al narcotráfico?

La experiencia indica evitar marcos prohibicionistas que no han resuelto ningún problema porque el fenómeno queda desdibujado. Se mezclan asuntos que tienen que tener atenciones diferenciadas, como el consumo y los grupos criminales que emergen de la venta de droga. La experiencia más fuerte de prohibicionismo fue la ley seca en Estado Unidos desde 1919 a 1933. Generó efectos perversos. Desplegó un mundo de muertos por consumo de bebidas adulteradas y por el raid de violencia. Generó campos muy amplios de corrupción y el fortalecimiento de enormes mafias. Si recuperamos esa experiencia y la pensamos en el contexto de los países que han regulado la producción, distribución y consumo como el caso de Holanda y recientemente Uruguay, nos lleva a la respuesta de redefinir la actual estrategia punitiva y represiva.

Si es tan claro el fracaso de esta visión punitiva/represiva, ¿por qué la mayoría de los gobiernos insisten en aplicar estas recetas?

Se insiste porque prevalecen los ejes que han dado sentido a todas las estrategias prohibicionistas, léase intereses económicos, posicionamientos moralistas y afanes autoritarios. Lo encontramos desde la prohibición del consumo de coca a los indígenas por parte de los misioneros hasta que se percataron que atentaba contra el rendimiento laboral, pasando por la prohibición del alcohol, té o tabaco. En lo que hace a las drogas, el recorrido arranca en 1914 en Estados Unidos con la prohibición de la amapola y más tarde la marihuana y cocaína en 1924. Se empezó a criminalizar a cierto grupo de consumidores bajo el rótulo de monstruos o canallas para justificar políticas extremas. Esto cambia en 1971 cuando Nixon declara la guerra contra las drogas y agrega un cuarto elemento al modelo prohibicionista: la injerencia política de Estados Unidos en el patio trasero del mundo.

¿Este es un click para entender la violencia desenfrenada en muchos países de América Latina?

Exacto, acá no vale la ingenuidad. Detrás de estos intereses hay demasiada muerte. Los muertos los estamos poniendo nosotros. Donde se ha aplicado la despenalización encontramos un consumo parecido al que hay en países prohibicionistas. La enorme diferencia es que no tienen esa muerte, esa violencia innecesaria. La respuesta a por qué no se asumen estos modelos alternativos hay que buscarla en los intereses muy poderosos que giran alrededor de la problemática. Naciones Unidas calcula una ganancia de 320 mil millones de dólares al año, lo que se traduce en muchos poderosos actores que no están dispuestos a cambiar de paradigma. El desafió, entonces, es como transformar esta lógica que produce muertes.

México es un claro ejemplo imagino

En México tuvimos más de 130 mil muertos y desaparecidos durante el gobierno de Felipe Calderón y con Peña Nieto más de 57 mil. Los últimos registros indican que disminuyó la esperanza de vida al nacer. Se había logrado una evolución por el avance de la ciencia para combatir las enfermedades que atacan la infancia, pero ahora resulta que los chicos mueren durante su juventud. Yo hablo de juvenicidio. Tenemos asesinatos sistemáticos de jóvenes en América Latina. Y lo peor es que no sabemos a quiénes están matando. Son muertes sin rostros. Se nos dicen algo habrán hecho y la muerte nos pasa de largo.     

¿Cómo está posicionada Argentina en el contexto regional?

No soy un experto, pero a partir de las visitas que he realizado, puedo decir que hay una presencia clara de lo que se llama crimen organizado. Sabemos que hay grupos de México que actúan en Argentina. Estamos hablando de una empresa global. Los anclajes están en toda parte. Hay que visibilizar las señales de advertencias. Ciudades como Rosario en donde se ve la muerte artera en los barrios, marcan que el fenómeno ya está instalado. Es una gran señal de alerta. La buena noticia es que Argentina está en condiciones de diseñar una estrategia alternativa al modelo punitivo. Debe trabajar el consumo y la salud pública, por un lado, y no caer en más armas, más policías y más ejército, por el otro. La experiencia histórica marca que esto se traduce en más muerte y no soluciona el problema que dice combatir.  

¿Cuánto influyen en un determinado territorio la corrupción policial y la complicidad del poder político y empresarial  a la hora de blanquear el dinero del narcotráfico? Son dos ejes de debate acá en Rosario

El poder del narco no está en las armas. Su poder reside en la enorme capacidad para corromper y la impunidad. Hablamos de corrupción policial y de los sistemas de justicia; y de impunidad para poder blanquear el dinero. Participan los bancos. Estados Unidos, por ejemplo, reconoce que 12 de sus bancos lavan dinero. Participan paraísos fiscales. Y participa el mercado inmobiliario. Uno ve construcciones por todas partes. Basta mirar California y toda la costa del pacífico. Tenemos una acumulación de un capital que chorrea mucha sangre y mucha hipocresía.  

Otra gran paradoja se da en los dedos acusatorios. Muchos ven al joven que cayó en esta inmensa red como el principal culpable de esta mal. ¿Cómo se hace para ganar esta batalla cultural?

-El principal problema que tenemos es la precarización de las condiciones de vida. Hay que entender que ningún joven nace sicario. En América Latina se han ido cerrando las condiciones que permitían proyectos de vida para los jóvenes. Contestando a tu pregunta, creo que también hay que apostar a un proceso de transformación en la lógica de los medios de comunicación. Hay que darle más lugar a la academia y a los saberes científicos para generar un marco de opinión distinto. Es un embate muy difícil, porque los medios se han empoderado con mucha fuerza y sin escrúpulos de lo que ellos llaman verdad. Es otra gran batalla a dar. Pero cuando la gente empiece a percatarse de todo esta trasfondo que estamos hablando, va a comprender con más claridad la necesidad de construir canales de vida para los chicos.