La explosión en Cofco contada por quienes lucharon contra el fuego
El teléfono del cuartel de bomberos voluntarios de San Lorenzo sonó y despabiló la guardia: había explotado un silo de la empresa cerealera Cofco en Puerto General San Martín y el escenario parecía grave.
Sin perder tiempo, el cuerpo de bomberos partió en el camión equipado y en el camino llamaron a los compañeros que no estaban de turno para reforzar la tarea. Uno de ellos fue Juan José Juárez, quien estaba en su trabajo cuando lo informaron de la situación. Él trabaja por su propia cuenta por lo que le bastó con abrir el baúl, chequear el traje y partir en su auto hasta la cerealera para sumarse al operativo.
Dice que en el camino tuvo miedo, como siempre le ocurre en estas situaciones, pero explica que es necesario. “El miedo siempre es bueno porque te mantiene alerta en situaciones peligrosas”. Llegó al lugar, se vistió y enfiló para el humo. En el lugar se abocó a la logística y organización del personal porque las distancias en el predio de la cerealera son extensas y había muchas dotaciones de apoyo de otras localidades.
De fondo se veía la nube de humo negro, pero todo parecía una “zona de guerra” según graficó a Rosarioplus.com: chapas dobladas como papelitos, vidrios explotados, los muebles de las oficinas tumbados, escombros por todos lados. Algo había estallado y ahora se empecinaba en quemar.
Para entonces, el polvo de la explosión ya se había dispersado y los empleados habían sido socorridos, menos uno. “Se hace un conteo rápido de los heridos y de los que están faltando para avanzar”, explica. Se pasó lista de nuevo para chequear mientras un grupo de bomberos intentaba reducir las llamas. Al rato encontraron a Domingo Ramón Jiménez de 61 años, el único fallecido dentro de la planta.
Las llamas no aflojaban porque el cereal no es un producto fácil de combatir cuando entra en combustión. Según explica Juan José, los granos se hacen una pelota y se queman de afuera para adentro, y se mantienen encendidos mucho tiempo. Por eso para extinguirlas, primero hay que romperlas. “No es tirar agua y listo nuestro trabajo”, aclara Juan José.
Llegó el apoyo aéreo, un helicóptero de una cooperativa portuaria de Puerto General San Martín que arrojó agua al corazón del silo y ayudó a controlar las llamas, hasta que las mangueras le dieron el último toque. Quedó olor a cereal quemado en el aire y mucha tristeza. Su compañero de cuartel, Jorge Ferrari, dijo que estuvieron desconcertados hasta que pudieron ponerse a trabajar aunque lo cierto es que el desconcierto se mantiene después de apagadas las llamas.