Las escuchas teñidas de violencia que complican a Alan Funes
La Fiscalía expuso muchas grabaciones para demostrar la función que cumplía Alan Funes en su banda delictiva y cómo siguió dando órdenes desde el Irar. El rol de su novia y el detalle de todas las imputaciones
A simple vista parecen una pareja como cualquier otra. Sentados frente al estrado del juez se los ve muy dóciles, sin rasgo alguno de toda la violencia que se les achaca. Él viste un jean, una camiseta a rayas y unas zapatillas blancas de marca. Ella tiene un pelo largo color castaño con mechas rubias. Usa un vaquero y una campera arriba de un top.
Son muy jóvenes. Él tiene 19 años y ella, 24. Los une el barrio (Tablada), una fuerte relación sentimental y la paternidad. Hace ocho meses que son padres de una beba. La lactancia y el cuidado de la criatura aparecen varias veces en el debate de una audiencia que los tiene sentados en el banquillo de los acusados.
Pero la imagen mansa y sumisa que transmiten no se condice con sus actos, con sus andanzas de calle. Las evidencias y las pruebas recolectadas por la Fiscalía ubican a Alan Funes y Jorgelina Selerpe en un submundo impregnado de violencia donde los conflictos se dirimen siempre a los tiros.
Los dos están acusados de integrar una asociación ilícita con fines delictivos. La banda, según la investigación en curso, está liderada por René Ungaro (preso por el crimen del Pimpi Camino), Lautaro “Lamparita” Funes, hermano de Alan, y Carlos Jesús Fernández, alias Pelo Duro, ambos hoy tras las rejas.
Alan está sindicado como el encargado de proveer las armas y Jorgelina de ser su “brazo ejecutor”. Es la persona de confianza que el joven utilizó estando detenido en el Instituto de Recuperación del Adolescente de Rosario (Irar) para continuar con su rol dentro de la organización.
"Van a venir acá (pasillo del Fonavi) y no tengo ni una gomera", se queja Jorgelina en una de las charlas telefónicas grabadas en el expediente. "Tranquila, Lampa (por Lamparita) va para allá para darte un arma", le dice Alan.
"Denle balas a la Chipi (Jorgelina). Yo ya compré una pistola por 16 mil pesos", le pide Alan a su hermano en otra comunicación: "Le dimos dos tiros a un mecánico que nos debía 40 mil pesos", saca pecho Lamparita durante esa charla.
Todas las escuchas están teñidas de una extrema violencia. Fueron grabadas entre abril y mayo del año pasado. "Tirá a la pared, al piso, que se asusten. A la ventana no que tiene hijos chiquitos. Pasame con Lampa que no te doy un peso si no tirás dónde te digo. Una luca por tirar contra la pared. Y quiero escuchar los disparos”, le ordena Alan a un ladero de la banda sobre una ataque que está a punto de perpetuarse.
El teléfono de Lamparita vuelve a sonar. ”¿Le hiciste tirar al pelado?", pregunta Alan. "Sí, le di bien en el lomo. Lo crucé en bicicleta, le di y cayó. Necesito más balas”, responde su hermano. La charla cambia de rumbo. “Recién me pasaron la metra. Tenemos como siete u ocho pistolas", cuenta Lamparita. "Que alguien grabe el tiroteo, quiero escuchar cómo suena esa metra”, pide quien está privado de su libertad.
Alan tuvo que esperar más de seis meses para tener esa ametralladora en sus manos. En octubre recibió el beneficio de la prisión domiciliaria. Le asignaron el domicilio de su abuela. La casa fue atacada a balazos a principios de diciembre. El joven, según su abogado, violó el régimen de detención para “resguardar su vida”.
La madrugada del 1 de enero, Alan disparó una ráfaga al aire. Todo quedó grabado en un video que sus amigos subieron a las redes sociales. “No está acreditado que sea él, ni que el video no haya sido adulterado”, esgrimió su abogado en el intento de atajar alguna de las tantas acusaciones contra su defendido.
Además del delito de abuso de arma de fuego, al muchacho le achacaron una amenaza de muerte (“si no te vas antes de las fiestas te matamos”, le dijo a Marcela Díaz, mujer que luego asesinó) y la tentativa de un homicidio.
Días después de esa advertencia, Alan baleó el frente de la vivienda de la mujer e hirió de dos balazos al hijo de esta señora, quien quedó postrado producto de una lesión en la zona dorsal. La víctima declaró en un primer momento que había sido atacado en un intento de asalto. Luego, mediante su abogado, presentó un escrito contando la verdad. Sindicó a Alan como el autor de los disparos y dijo tener miedo por más represalias.
El objetivo de matar a Díaz, hermana de “Tubi” Segovia, un lugarteniente de los Camino, lo cumplió el 14 de enero, luego del crimen de su hermano Ulises. Según la reconstrucción de las fiscales, Alan y Jorgelina se bajaron de un auto y abrieron fuego contra la mujer y su pareja.
Ella falleció en el acto, mientras que él sobrevivió pese a recibir varios impactos. Se hizo el muerto para no ser rematado. El hombre se había enterado esa misma noche que iba a ser padre. Su novia le dio la noticia minutos antes del ataque.
El arma utilizada en ese atentado es la misma que la policía encontró en la vivienda donde permanecía escondida la pareja. “El peritaje balístico no deja lugar a dudas”, afirmó la fiscal Gisela Paolicelli.
El juez ordenó que Alan siga detenido en la cárcel de Piñero y que Jorgelina permanezca Alcaidía de Mujeres, pese al intento del abogado defensor por conseguir el beneficio de otra prisión domiciliaria. Se autorizó a que un familiar le lleve la beba todos los días a su celda para poder amamantarla.