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Hace 40 años, Argentina ganaba en la cancha de River el campeonato mundial del fútbol. Una parte decisiva de la campaña, la segunda fase, se jugó en Rosario. La selección consiguió entonces su clasificación para el partido final. Y la dictadura militar que gobernaba el país, el mayor grado de adhesión popular en su trágica historia.

La prensa rosarina tuvo una participación decisiva en la interpretación de los hechos. Evaristo Monti lo planteó con claridad en “Imágenes deportivas”, la columna que escribía en el diario La Capital: sin elecciones a la vista, ni actividad política en curso, los periodistas eran los únicos que podían dar voz a la sociedad. Y lo hicieron en una línea que por un lado asumió la propaganda oficial -la idea de que el fútbol unía a los argentinos y demostraba la falacia de las denuncias por violaciones a los derechos humanos- y por otro le agregaba un nuevo sentido.

En el acto del día del periodista de junio de 1978 el general Leopoldo Galtieri ya había reconocido que “la contribución del periodismo al Proceso de Reorganización Nacional es de un valor incalculable”. Para el entonces jefe del Comando II Cuerpo de Ejército la prensa era “uno de los grandes factores de formación de la nacionalidad”.

Galtieri manifestó además su “profundo sentimiento de agradecimiento” por la colaboración “de hace unos pocos días, prestada con motivo de la Semana del Ejército, no solo al periodismo sino también a la comunidad de Rosario, en este caso representada por empresas, comercios de relevancia de la ciudad que han puesto de manifiesto no solo el apoyo material sino espiritual a esta circunstancia”. En Buenos Aires, el canciller Oscar Montes pidió mientras tanto a los corresponsales extranjeros “que reflejen en sus notas la verdadera realidad argentina”, en referencia a las denuncias por violaciones a los derechos humanos que se difundían de manera creciente fuera del país.

La colaboración periodística quedó expuesta en las columnas que Evaristo Monti publicó entonces en el diario La Capital. En la primera, “Los pronósticos del Mundial”, se quejó de las denuncias del terrorismo de Estado: “Creí que tendríamos buena prensa... -planteó-. Esta campaña ha sido alimentada con leche del odio, lo sabíamos, pero no es fácil entender que corrieran otros a mamar las mismas abyecciones”.

Monti aludía a una solicitada publicada en un diario norteamericano y a un programa de la TV alemana que recogían denuncias contra la dictadura y anticipaba argumentos a los que recurrirían los represores en los juicios por delitos de lesa humanidad: “Es una ecuación alucinante: los que nos condenaron a un país de terror reescriben el libreto a los que interpretan ante medio mundo su letra -protestaba-. El otro día me encontré con un viejo amigo en Rosario Central: 1974 y 1975 debió irse lejos de Rosario. Los que crearon esos miedos y esa vida cuentan como actual aquella situación superada. La pregunta es ésta: ¿se puede ser tan ciego o tan vil para creerlo?”. Habían llegado menos turistas de los esperados por el Mundial, además, “y en esto no sé si han gravitado los difamadores”.

Otro columnista, Armando Ramos Ruiz, exaltaba en la misma línea los logros de la organización “pese a todos los artificios que arbitra el terrorismo internacional desde sus bases europeas”.

Rosario de celeste y blanco

Después de perder en la última fecha de la primera fase con Italia, la selección tuvo que mudarse a Rosario. Tenía que jugar con Polonia, Brasil y Perú. El equipo llegó en la noche del 11 de junio y fue recibido en el aeropuerto por el capitán de corbeta Enrique MacLaughlin, el secretario de la comisión organizadora, Natalio Wainstein, y Eduardo Gurovici, a cargo de la prensa oficial, “en representación de la ciudad”.

Lo relevante, sin embargo, no fue tanto la presencia de esas figuras, que más bien pasaron desapercibidas, sino el entusiasmo popular que empezó a generarse alrededor de la selección. “Rosario se vistió de celeste y blanco -dijo el diario Clarín, según registra Matías Bauso en el reciente libro 78 Historia oral del mundial-. Rosario tuvo anoche todo el calor humano y la pasión fervorosa que hasta ahora no se había conocido. La llegada de la Selección fue una inyección de optimismo, alegría y ganas impostergables de exteriorizar el afecto a los jugadores”.

La Asociación Empresaria recomendó al comercio modificar sus horarios en los días de partido para favorecer “una participación masiva del pueblo”. Ferrocarriles Argentinos, por entonces en proceso de desguace, dispuso trenes especiales desde Buenos Aires y la municipalidad sumó líneas de colectivo con destino a la cancha. La prensa local interpretaba el entusiasmo de la gente según el modelo impuesto por la dictadura: “La ciudad (...) respiró otro aire, sintió que teníamos que estar allí, jugando entre todos esos partidos”, destacó La Capital.

El 14 de junio Argentina le ganó 2 a 0 a Polonia con goles de Mario Kempes. El primero fue un cabezazo que “colocó la pelota en el palo derecho, y se estremeció el estadio de Rosario Central a orillas del Río Paraná”, según el relato de José María Muñoz, también registrado en 78 Historia oral del mundial, y el segundo un remate cruzado que pasó por debajo del arquero Tomaszewski.

“En Polonia no existen canchas con tan poco espacio entre el público y los arcos -declaró Jacek Gmoch, el director técnico de Polonia-. Eso influyó notablemente. Nos vimos perjudicados por el clima de apoyo que recibieron los argentinos. El partido lo ganó la hinchada. Impresionan sus cantos, sus gritos”.

El partido contó con la asistencia del presidente Jorge Rafael Videla, acompañado en el palco oficial por los generales Roberto Viola y Luciano Jáuregui -segundo comandante del II Cuerpo-, el arzobispo Guillermo Bolatti y el presidente de la Fifa, Stanley Rous.

El dictador recibió la adhesión de muchos rosarinos. Una multitud reunida frente a la residencia municipal de Oroño al 1500 -donde hoy está la Escuela de Música- “profirió vivas cuando el general Videla la abandonó con destino al lugar del cotejo”, dijo La Capital. Y una larga caravana de vehículos se formó tras el auto que lo llevaba junto a su esposa.

Videla recibió una ovación cuando ingresó al estadio de Central y pareció emocionarse en un momento en que se cubrió los ojos. “La fiesta mayor”, como la llamaría la prensa, parecía arrancarle algunas lágrimas al dictador que al año siguiente pretendería que “el desaparecido, en tanto esté como tal, es una incógnita; mientras sea un desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, no tiene entidad, ni muerto ni vivo”. 

No obstante, resultaba difícil distinguir el apoyo al dictador del aliento al seleccionado. Repuesto rápidamente de la emoción, Videla fue al vestuario y saludó al equipo de Menotti con su estilo entre acartonado y amenazante: “He venido en auto expresamente para poder saludarlos y desearles mucho éxito”, dijo.

La fiesta y su revés

Después del partido los festejos atravesaron la ciudad y tuvieron su máxima expresión en una concentración espontánea en el Monumento a la Bandera. “No hubo banderías, ni partidismos. Porque todos estamos unidos tras el Mundial”, dijo La Capital, que publicó un autógrafo de Videla en su portada.

Era algo que Rosario se merecía, afirmaba la prensa local, por su tradición futbolística y por su presente de orden y tranquilidad. Un acontecimiento que la ubicaba en el centro de la atención mundial y le daba ocasión, por fin, de exhibirse y salir de su condición provinciana.

La ciudad estaba entonces tomada por el Mundial. Incluso en el centro clandestino de detención que funcionaba en el Servicio de Informaciones de la Jefatura de Policía. “Cuando llegó el Mundial de Fútbol había un clima que excedía la cuestión política. Nosotros y los servicios queríamos ver el Mundial. Yo había comprado las entradas para ir a ver el Mundial seis meses antes de que me detuvieran (el 8 de noviembre de 1977) y estaba ahí adentro, con lo que me gustaba el fútbol”, recuerda Hugo Papalardo en el libro El Pozo (ex Servicio de Informaciones), del Equipo por la Memoria Político-Cultural que dirigió Silvia Bianchi.

En “Un techo de banderas”, su segunda columna, publicada el día del partido que Argentina empató sin goles con Brasil, Evaristo Monti contó un diálogo que había mantenido con el gobernador de la provincia, el vicealmirante Desimoni. “Me permití decirle al Almirante (sic) que la ovación brindada al presidente, la integración que saltaba a la vista del menos avisado, tal vez fuera una suerte de simbolismo”, planteó. Como si el Mundial, agregaba, “hubiera provocado el encuentro del pueblo con su gobierno uniéndose bajo un techo de banderas, la consigna común que nos identifica en el mundo -¡Argentina! ¡Argentina!- y una invitación cordial de las circunstancias auspiciosas para capitalizarlo”.

El aliento al seleccionado contenía un mensaje para la dictadura, según Monti. “Estamos dispuestos a la gran empresa”, decía supuestamente el público. “La presencia del presidente en los estadios de fútbol ha permitido un test exitoso, el teniente general Videla sabe ahora que tiene la confianza del pueblo. Todos sabemos que soldados suficientes y valerosos hay, porque la cruel lucha contra la subversión no se hubiera ganado de otro modo”, remató. La jerga militar se trasladaba a continuación al análisis deportivo: los futbolistas se convertían en soldados, los partidos en batallas y si bien “el fútbol no es una guerra” reclamaba un compendio de virtudes militares y religiosas: disciplina, fe, sacrificio, responsabilidad.

Monti no representaba un caso extraordinario. En todo caso expresaba la fuerte corriente de respaldo que recibieron los dictadores durante el Mundial y en particular en Rosario. Y en comparación con otros periodistas de la época, como Felipe Ordóñez o Federico Hasenbalg, más solemnes y tediosos, o como Raúl Gardelli y Gary Vila Ortiz, más inclinados hacia la cultura, mostraba un estilo provocador y ocurrente y también un trato especial con los militares, que oscilaba entre la desinhibición y el comentario adulador en un marco de plena confianza e intimidad. Monti dialogaba cara a cara con las máximas autoridades militares, lejos del patético tono sumiso de la generalidad del periodismo, y exhibir esas relaciones era parte de su estilo y de su impacto en el público.

En el partido con Perú, el palco oficial del estadio estuvo ocupado a pleno por los dictadores y sus invitados: Videla, el almirante Massera -”con su proverbial simpatía”, dijo La Capital- y el brigadier Orlando Agosti, integrantes de la Junta, los ministros Albano Harguindeguy y José Martínez de Hoz y hasta Henry Kissinger, ex secretario de Estado de EEUU, un amigo de los militares contra las presiones que ejercía el gobierno de Jimmy Carter.

En el centro clandestino de la Jefatura de Policía se suspendieron entonces los interrogatorios y las torturas. “El guardia nos dejó subir para ver el partido -recordó Hugo Papalardo-. Subimos, nadie dijo “no, no tenemos que subir”. Estábamos sentados en la salita de entrada y gritando los goles junto con los del servicio”.

Policías y detenidos-desaparecidos parecían compartir la fiesta. Pero no duró demasiado. “De golpe de la puerta de atrás vinieron dos bombas de gases lacrimógeno y salió el Cura Marcote y dijo: “Son todos subversivos, hay que matarlos a todos, qué van a mirar el partido”. De vez en cuando pasaban estas cosas que te volvían a la realidad”, agregó Papalardo.

Los presos en el centro clandestino podían oír el festejo de los goles y también los gritos en apoyo a Videla. Antes del partido, según consignó la prensa, los integrantes de la Junta Militar fueron ovacionados por la gente que estaba reunida frente al actual Centro Cultural Fontanarrosa. Y después del 6 a 0 que clasificó a la selección para la final con Holanda, una imagen se impuso como icono del episodio: la de Videla en el palco con los pulgares en alto.

“Los pulgares hacia arriba: la última verdad”, fue el título de la columna de Monti el día de la final del campeonato. “Rosario guardará imborrablemente la escena captada por la televisión y retenida por las fotografías, cuando el teniente general Videla es alzado por la ovación y levanta los pulgares. Cuatro veces, durante ocho días, Videla fue ovacionado en Rosario por una multitud que actuó selectivamente (...) Los pulgares hacia arriba del presidente marcan un símbolo nacido en Rosario, gobierno y pueblo se encuentran mutuamente”, escribió.

Rosario era “la ciudad que hoy mira el mundo”. Y lo que el mundo veía, supuestamente, era “la verdad de un país que crece con ambición de cielo, con una ciudad es un ejemplo de trabajo y de cordialidad”. El 24 de junio, Argentina le ganó 3 a 1 a Holanda y se consagró campeón. En el sótano de la Jefatura de Policía no hubo nada que festejar: “El último día del Mundial nos trasladaron a todos a Coronda”, recordó Hugo Papalardo.