El San Paolo, con el nombre del Diez
El mítico estadio del sur de Italia pasará a llamarse Diego Armando Maradona
“Intitoliamo lo Stadio San Paolo a Diego Armando Maradona!!!”, publicó el alcalde de Nápoles, Luigi de Magistris, luego de conocida la noticia que paralizó al mundo.
En el 84, Diego había saludado por primera vez a esas tribunas llenas de napolitanos. Un amor a primera vista que no se rompió nunca, ni siquiera cuando el barrilete cósmico esperó que pase frente a su cara la cámara de la transmisión internacional, que también se veía por la pantalla gigante del estadio, para gritarle “Hijos de puta” a los que nos silbaban el himno.
Ese día, fueron tanos. Pero antes que eso, eran y serán maradonianos. En poco más de seis años, el Diez llevó dos Scudettos a una ciudad que siempre se había sentido más cerca del África que del rico norte industrial. Y se convirtió en mito, fue mural, fue poster y es religión.
En cada campeonato que jugó Diego con el Nápoli, el equipo dio pelea. Y se animó a no darle más notas a la RAI cuando hablaron de su vida privada. Y jugaban siempre a cancha llena.
Lo que no habían podido antes el cabezón Sívori o Bertoni, primeros ídolos argentinos en el San Paolo, lo pudo Maradona. Que le ganó a la Juve de Platini y le metió un tiro libre imposible que no se olvidará jamás, que hizo goles de derecha, de zurda, de penal, de cabeza, de cerca o de volea desde una distancia infinita. Que consiguió una Copa de la UEFA, que hizo que los grandes europeos aprendieran a respetar al sur pobre.
En 2015, Diego publicó en su cuenta de YouTube un video con imágenes suyas en su primer ingreso al estadio, con música napolitana y el título: "Quien ama no olvida". Dos años después, el mismo Luigi de Magistris, que es alcalde desde 2011, declaró a Diego ciudadano honorario de Nápoles. En el acto ante una multitud, le entregó una plaqueta y valoró "los sentimientos de amistad, estima, gratitud, admiración y amor que nos unen".
Habían pasado casi tres décadas de su último partido oficial en Nápoles, pero eso importaba poco, porque el amor no mide tiempos, ni distancias. Lo que importa hoy es que murió Diego. Y por eso el templo napolitano que lo vio jugar, llevará su nombre.