Irlanda y el Reino Unido se vuelven a enfrentar en el clásico de Escocia
Interior – Día – Bar –
Un hombre barbudo que llevaba una pequeña cruz en su pecho cubierto de harapos viejos y mal trechos pidió un poco de esa nueva bebida. Le costaba pronunciar “whisky”, pero no balbuceó cuando le dijo al cantinero del bar del pujante muelle de Glasgow: “Ya vendrá un protestante y cometerá el sacrilegio de mezclar esto con agua”.
Exterior – Día – Ingreso al puerto
A finales del siglo XIX Glasgow recibió una de las mayores migraciones jamás vividas en el planeta. En pocas semanas, y en gran cantidad, irlandeses llegaron a Escocia. “Puercos republicanos” rezaba una pared a la salida del puerto. “Nosotros seremos puercos, pero nunca lealistas a una corona opresora”, comentaban los celtas al bajar.
Exterior – Día – Ingreso a un supermercado cualquiera
Un auto se frena en la puerta del negocio. De la puerta delantera baja un policía de Glasgow. Gira y abre la puerta de atrás. Vestido con jeans gastados y una campera un talle más grande se baja del auto el padre de Mo Johnston, el primer católico en vestir los colores del Rangers. La decisión de Mo condicionó a su padre para siempre: Los protestantes del Rangers nunca pudieron terminar de digerir su condición de católico. Los fanáticos del Celtic no soportaron la traición de haber pasado de un equipo al otro. Por estas razones el padre del delantero vive con la misma custodia de un mandatario.
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El Old Firm, como se lo conoce al clásico de Glasgow, se juega desde mucho tiempo antes de que en 1888 se enfrentasen por primera vez en un campo de juego. Y todo el tiempo, de muchas formas. Dicen que eventualmente cada club junta 11 jugadores y lo hacen bajo las reglas del fútbol.
El trámite deportivo de hoy terminó con victoria aplastante de los Celtics, que se florearon con un 5 a 1 a domicilio. Pero con solo pegar un googlazo alcanza para entender este fenómeno que trasciende al deporte. Encontraran muchísimas historias sobre este partido, muy pocas tienen que ver con la pelota.
Su nombre, “Old Firm” (“vieja empresa”), nace cuando a principios del siglo XX se enfrentan en una final de copa. Los hinchas supusieron que había un arreglo entre los dirigentes de ambos equipos para que se jugase un tercer partido luego de un par de empates e invadieron la cancha. La copa quedó desierta. Al otro día el diario de Glasgow tituló “The Old Firm Celtic-Rangers ltd”, en alusión a las sospechas.
La vinculación entre dirigencias dejó de impactar en el juego. Pero al día de hoy sigue: Los contratos de sponsors y patrocinio se suelen negociar en conjunto. El impacto negativo que puede tener una marca en la hinchada rival es un dato que a los directores de marketing de las empresas interesadas no se les suele pasar por alto. (últimamente, con el descenso económico autoinfligido por el Rangers eso cambió). El impacto negativo no sólo se circunscribe a las posibles ventas del auspiciante, en realidad es una decisión para evitar escraches públicos, actos vandálicos y amenazas de muerte.
El stress que el partido traía a los ciudadanos y la cultura alcohólica escocesa conformaban un coctel peligroso. En consecuencia, las autoridades -en primer lugar- colocaron al partido en horario matutino. “Si juegan a la mañana no tendrán tiempo de beber demasiado”, explicó el experto de turno. Los incidentes seguían apareciendo. Entonces tuvieron que prohibir la venta de bebidas días antes y después del encuentro. Así están al día de hoy.
El peso con el que los clubes cargan los símbolos que dicen representar ayuda a entender este microclima. El Celtic fue fundado por un grupo de irlandeses que migró por la opresión de la corona inglesa en el sur de su país. Son católicos, más vale pobres. Creen en la república. El Rangers se llama así porque sus fundadores simpatizaban por un equipo de rugby londinense que llevaba ese nombre. El resto de los símbolos los fue adquiriendo por oposición: realistas, protestantes, putean al Papa cada vez que lo recuerdan y son cercanos a las ideas que llegan de Londres.
El clásico de Escocia se juega con dos hinchadas en el estadio: una cuelga banderas de Gran Bretaña, el otro irlandesas. Ninguno elige la escocesa.
El fútbol, olla a presión en hervor constante que contiene los problemas sociales, tensiona las relaciones. Pero también hace que cuando el árbitro pite el inicio del partido todos se olviden de los símbolos. Al menos por 90 minutos. Si no pregúntenle a los hinchas del Rangers que en 1989 gritaron hasta perder las cuerdas vocales el gol que el católico Mo Johnston le metió al Celtic en el minuto 2 del tiempo adicional.