Carolina Sanín: "El amor romántico puede estar desligado del contacto físico"
¿El amor puede subsistir escindido de la materialidad? ¿Qué distorsiones genera el hecho de que una cámara pueda conectar en simultáneo a dos amantes? ¿El espacio virtual flexibiliza los grados de implicación pero representa un territorio de exploración más rico para el sexo?, son algunas de las cuestiones que plantea en su nuevo libro.
Una vez que cedió la opresión y el extravío que le dejó el fin de la relación sentimental que narra en "Tu cruz en el cielo desierto", Carolina Sanín se animó a trasponer el plano confesional para reflexionar sobre el impacto de la virtualidad en los vínculos amorosos: ¿El amor puede subsistir escindido de la materialidad? ¿Qué distorsiones genera el hecho de que una cámara pueda conectar en simultáneo a dos amantes? ¿El espacio virtual flexibiliza los grados de implicación pero representa un territorio de exploración más rico para el sexo?, son algunas de las cuestiones que plantea en su nuevo libro.
"Creo que el amor romántico puede estar totalmente desligado del contacto físico. De hecho, puede que siempre lo esté, incluso si al enamoramiento sigue una relación sentimental que se vive con presencia física. El vínculo amoroso es imaginario. Es la imaginación misma. Y, en todo caso, el amor es de una sola persona con un objeto interiorizado, no de dos. El amor y la compañía son dos cosas distintas", destaca esta doctora en Letras Hispánicas por la Universidad de Yale que lleva publicados libros como "Todo en otra parte", "Somos luces abismales" y "Los niños".
La novela funciona casi como un vaticinio porque fue escrita antes de que el mundo y las relaciones sociales se vieran sacudidos por la emergencia sanitaria que condenó los lazos a una virtualidad como la que viven los protagonistas del texto.
- ¿Cuántas conexiones se pueden establecer entre las imposibilidades y desafíos que el relato les impone a esos seres ficcionales y los retos que tuvieron que atravesar los vínculos reales en esta instancia?
- Creo que la cuarentena aceleró el advenimiento de un mundo que habíamos estado construyendo al menos desde que inventamos la escritura: el mundo de los contactos sin presencia. El cuerpo envejece, muere y se descompone, y siempre hemos querido escapar de ser cuerpos y de estar limitados al suelo sobre el que nuestro peso se posa. La pantalla es otro vehículo, otra nave que nos da la posibilidad de salir del cuerpo, o de soñar con que lo hacemos. Del mismo modo como viajamos o viajábamos al otro lado del mar para pensar que podíamos ser otros en otra tierra -en otro mundo que, aunque fuera real y material, era siempre un mundo más allá de la muerte-, en la pantalla nos embarcamos hacia la fantasía de ser otros; nos disponemos a interpretar papeles, a dividirnos, a multiplicarnos, a desdoblarnos en otros lugares.
- Hay también en el libro una indagación sobre las posibilidades del lenguaje, sobre el que te interrogás si puede funcionar como el testimonio de que hay un mundo que sí puede habitarse. ¿El lenguaje permite explicar o volver legible aquel misterio último que envuelve a las relaciones amorosas cuando uno intenta abrirse a los agujeros negros que instala una ruptura o hay un núcleo inasible frente al que el lenguaje también declina?
- El lenguaje ayuda a conocer y a entender la propia experiencia de la realidad, pero sobre todo ayuda a entender el lenguaje mismo, que es un mundo que se impone sobre el mundo. Interesarse demasiado por el lenguaje humano es interesarse demasiado por un simulacro, o por una mentira, y por los detalles del mentir. Pero al mismo tiempo, tratar de hacerse responsable del lenguaje es tratar de hacerse responsable de la propia humanidad. Puedo decir hoy que apasionarme por la lengua como lo he hecho -y embelesarme con mi propio interés- ha sido perder el tiempo. Y que perder el tiempo es lo único que puede y debe hacerse con el tiempo.