De la Gran Renuncia Masculina a la libertad de cintura femenina
Una colección, perteneciente al Museo Marc de nuestra ciudad, muestra a través de prendas, texturas, hilos y accesorios cuales fueron las tensiones y transiciones del siglo que modificó para siempre el modo de habitar las ciudades. Sacando a los objetos del aplanamiento a los que una muestra los suele someter, el programa de laboratorio del museo histórico propone recobrar la dimensión política, social y subjetiva de distintas colecciones.
El Museo Marc lanzó un nuevo programa llamado Laboratorio de colecciones, centrado en la historia, investigación, conservación y remediación de su patrimonio, que es también el de todos los rosarinos y santafesinos. Con entrada gratuita pero con inscripción previa, ya que los cupos son limitados acorde a la modalidad propuesta, los interesados se pueden acercar a ver piezas que son comentadas y manipuladas por expertos que analizan los detalles y las historias que encierran cada uno de esos pliegues. Algo muy distinto a lo que se puede apreciar en una exhibición tradicional. El primero de los encuentros se realizó este jueves y estuvo centrado en la indumentaria y moda del siglo XIX del museo. Los sólo veinte afortunados que quedaron seleccionados de los cientos de inscriptos, tuvieron el placer de viajar más de un siglo atrás a través de prendas, texturas y accesorios.
¿Qué historia se puede contar a través de la ropa? ¿Qué cuenta un chaleco rojo punzó del período federal? ¿Qué es lo que conserva, lo que guarda? ¿Qué indican los cambios de telas, de brillos, de colores? Todos estos interrogantes se desplegaron sobre las mesas de trabajo en las que estaban expuestas las prendas de la colección del área vinculada a la reserva de textiles arqueológicos e indumentaria.
La introducción estuvo a cargo del equipo del Museo Marc, quienes detallaron cómo nace la actividad –a partir de la adquisición en el 2023 de un conjunto de piezas que provenían de la familia Tonazzi-Rouillón- y la búsqueda en la que se encuentran actualmente. Mejorar soportes para la conservación, catalogación y documentación. Las dificultades a las que se enfrentan es que muchas de las prendas no se sabe a quiénes pertenecieron, cuál fue su recorrido, y en qué años exactamente se vistieron. Algo muy común en los museos y propio de cómo fueron variando los criterios de archivo, sobre cómo y qué documentar. “Tenemos que hacer como todo junto. La investigación a la par de la colección", contaba uno de los empleados en la presentación de la actividad.
El laboratorio fue llevado adelante los historiadores de arte Marcelo Marino y María Isabel “Marisa” Baldasarre, y fueron ellos quienes se ocuparon de mostrar cómo la moda acompaña períodos políticos y sociales, cómo lo que se decide resaltar u opacar van de la mano de valores de época; pero también, cómo a través de ciertas prendas, es posible apreciar una tensión o incluso una transición de un modo a otro de habitar el mundo.
La gran renuncia masculina
A fines del siglo XVIII estalló la Revolución francesa (1789-1799) y fue un período de gran agitación social y política, que terminó con el colapso de la monarquía y una fuerte crítica social hacia la nobleza. La moda no estuvo exenta de esta convulsión y la vestimenta masculina se volvió particularmente emblemática de este cambio de sentido. Es así que el siglo XIX empieza con una gran desestilización de la ropa de los hombres, lo que se conoce como la “gran renuncia masculina”, en donde telas fastuosas, colores brillantes y pelucas enormes que denotaban estatus, son dejados de lado. Los caballeros tenían que parecer como si fueran hombres de acción y resolución, nada parecidos a la odiada nobleza, ni en estilo ni en sustancia.
Los detalles de distinción se mudan a prendedores, gemelos y de más accesorios que lejos de encandilar brindaban un destello. Prendedores, gemelos, apenas un guiño en la sobriedad predominante de los colores grises y negros. La forma de vestir de los hombres había cambiado para siempre.
Argentina también es influida por este proceso pero con condimentos locales. Marino, también director de la colección “Estudios de Moda” de la editorial Ampersand y docente de la materia Historia de la Moda en la Licenciatura de Diseño de Indumentaria y Textil de la UNR, analizó la vestimenta y la parafernalia del período federal de la colección. A partir del secundo cuarto del siglo XIX, en tiempos de Rosas y del federalismo (el período que va de 1829 a 1852), el rojo punzó, oscuro y vivo, un rojo sangre y fuego, tiñó la vestimenta de los ciudadanos.
A la sobriedad se le sumaba este color que pasó emblema de un posicionamiento político. Estaba prohibido circular sin cintas o adornos de esa tonalidad y quien así no lo hacía era visto como traidor. “En esta ápoca se debía llevar insignias de apoyo a Rosas, como declaración política. Los chalecos rojos punzó, la cintas punzó, los peinetones de las mujeres con el calado de Rosas, o las galeras en cuyo fondo, al sacárselas para ofrecer el saludo, se ve la imagen del Restaurador, son algunos de los elementos más referenciados de este período”, contó Marino.
No se trataba sólo de ser, también había que parecer. “Se trataba de mostrar un compromiso político. Y en este punto estamos en el límite de la performatividad de la indumentaria, cómo acciona el vestir en un entorno social”, explicó Marino. El laboratorio logró dar cuenta del componente gestual de las prendas, con piezas pertenecientes a gobernadores de la época. La galera de Lisandro de la Torre, el retrato del ex gobernador de Entre Ríos o el chaleco de son algunas de las perlas que integran la colección.
Las cuestiones de la indumentaria se extienden al rostro. “Si en el caso de las mujeres la cara quedaba enmarcada con importantes peinetones de carey con el calado de Rosas, en el caso de los hombres el uso de las barbas también marcan pertenencia. Hay un modo de afeitarse que es el que corresponde a un federal y otro que representa al unitario. Y en esto se borran los límites entre lo privado y lo publicó. Hasta ahí llega el poder de Rosas que es un poder atento a lo gestual, a lo íntimo. Y qué más íntimo que afeitarse cada mañana”.
En este punto planteó las contradicciones que presentaba el régimen de Rosas. “Es curiosos porque a la par de un planteo nacionalista extremo, la industrialización inglesa llegaba a la mesa de tocador de argentina”, comentó Marino tomando de la colección una navaja de afeitar propia del período y mostrando el origen inglés de la misma. “El caso más paradojal quizás sea el hecho de que los uniformes de La Sociedad Popular Restauradora -la parapolicía de Rosas, que ejercía un control social de los valores de la Federación-, estaba producidos por Gran Bretaña. ¿Quién tiene en esa época el avance industrial para venderte a granel lo uniformes para vestir a tus soldados? Los ingleses, no hay otros. Esto colisiona con el horizonte odiador de lo europeo. La indumentaria tiende lazos transoceánicos”, expresó con gracia.
Camino a la libertad de cintura femenina
Marisa Baldasarre, también historiadora del arte, examinó las culturas del vestir del último cuarto del siglo XIX, tal como lo ha hecho en su libro recientemente publicado, “Bien vestidos”. En este período se da un proceso de consolidación del mercado de la moda que empieza a ser alimentado por las grandes tiendas comerciales, publicaciones periódicas, avisos publicitarios catálogos de tiendas, fotografías.
“Se consolida una industria y va entonces también en busca de la masividad a través de distintas estrategias, como saldos, moldería, etc. Los catálogos llegaba a todas partes del mundo y si bien las prendas no eran accesibles para el gran público, siempre estaba la posibilidad de replicarlas en las máquinas de coser domésticas, que toda mujer tenía en aquella época. No debemos olvidarnos que la enseñanza de la costura estaba dentro de la currícula escolar”.
En este período, empezará también la moda femenina a adquirir otras texturas y formas, más prácticas y livianas, propias de las exigencias de la vida urbana. “La imagen de la mujer representada por el retrato de Manuelita de Rosas, la mujer del Restaurador, se va modificando. Miriñaques, peinetones y mantillas caen en desuso y si bien no se eliminan todos los dispositivos que medían entre la ropa y el cuerpo (enagua, corset, fajas, pollerines), sí se reducen considerablemente acorde al nuevo momento social en donde la mujer transita el espacio urbano”, detalló la historiadora.
“En 1890 -continuó- hay una especie de ciclomanía y las mujeres empiezan a andar en bici y a usarla como medio de transporte de manera masiva. Hay vendedoras en bicicleta. Usan también el transporte público, se mueven por la ciudad, por lo que requieren de otro tipo de prendas, más livianas, blandas, empiezan a ser de fieltro, más prácticas para vida urbana”.
Sin embargo, algunos gestos de control sobre el cuerpo femenino se sostienen, como “la cabeza cubierta con sombreros y un pelo siempre controlado por peinados, es lo propio de este período también. Siempre se asoció el pelo femenino con connotaciones eróticas, por lo que era mal visto u obsceno presentarse en el ámbito público con el pelo suelo”. También la cintura entra en esta categoría. “Durante toda la historia de la moda, hasta inicio del siglo XX, la cintura es el eje de la vestimenta de la mujer. El volumen varía y pasa de las caderas al pecho, del pecho a la cola, pero lo que siempre se mantiene intacto es la cintura angosta como signo de feminidad”.
Finalmente, con el cierre del siglo XX llegará la apertura de los corset femeninos. Tras la primera guerra mundial (1914-1918) a inicios del siglo XX, la figura de la mujer se libera en sintonía con una era que le dará el sufragio, el acceso masivo a la educación superior y al mercado laboral. Romperá barreras que van más allá de las de la indumentaria, pero eso quizás sea motivo para otro Laboratorio de colecciones del Museo Marc.