POR PABLO BIGLIARDI

El dibujante Maxi Falcone conserva la vestimenta de color negro e incluso el cabello largo como una de las características del grupo urbano que conformó en la dorada década del 90. El último verano del rock, es la revisión, el recuento de lo que vivió con este grupo. Sus dos mejores amigos el Gordo y el Nari, lo acompañarán en el heavy metal como primera instancia bajo la idea eterna de armar una banda, darle un nombre y tocar en público. Aventuras como vandalizar con una pintada la Iglesia del barrio Fisherton -lugar en donde se sitúa la obra- o soñar con que tocaban con la mejor banda heavy o los invitaban Tinelli y Pergolini a su programa, serían la segunda, tercera y varias instancias más en la aventura de adolecer. Pero en algún momento del siglo se terminará la adolescencia. Cada uno de los amigos emprenderá una carrera universitaria, un trabajo y todas aquellas vivencias quedarán guardadas en una caja de cartón frágil hasta que Maxi, en un momento bisagra de su vida, decidirá abrirla para dar la voz. 

Maxi, un poco parafraseando a Proust, ¿cómo empieza la idea de salir a recuperar el pasado?

—Durante la pandemia, cuando se pudo salir a correr. Lo hacía escuchando música de mi adolescencia, Metallica, ACDC, Iron Maiden, Motley Crue y mientras corría, iba acordándome del barrio, de mis amigos. Rememoraba todas las anécdotas de la adolescencia, de gente muy estúpida que éramos nosotros mismos. Nos juntábamos en la casa de un amigo cuyo padre había muerto y la madre laburaba todo el día. Era hijo único: la casa era nuestra; era casa tomada. Llamábamos por teléfono para hacer chistes, para colmo el número coincidía con el de una remisería y cuando pedían un móvil, les respondíamos que ya iba. Al rato volvían a llamar: “¿no me mandaron el coche?”, “Uy, perdón, ya se lo estamos enviando para allá”. En 1994 todo eso era gracioso, todo era divertido y dije: voy a hacer chistes con eso. Empecé con una tira para ver hasta dónde me llevaba. Yo siempre trabajo publicando en Instagram. 

Maxi no erra en lo que dice, el libro entero es gracioso; cada situación y cada imagen, que en algunos cuadros no requiere de palabras, genera una sonrisa. En la reconstrucción del momento histórico, la memoria parece no ser un problema para el autor, porque esa década de los noventa llena de aventuras, tiene algo de épica. El peso/dólar que resolvía dos viajes en el bondi, un sánguche o un kilo de pan en plena etapa menemista, resuelve algunas situaciones como la de ir al centro para un recital, cenar en un tenedor libre, gastarse toda la plata y volverse caminando en plena madrugada las 80 cuadras desde el centro hasta Fisherton.

“Fui a la Escuela Integral de Fisherton, como Max Cachimba. Parte del secundario, lo hice también ahí. En la novela nunca nombro a Fisherton, a pesar de que la estación está en la tapa de la novela. Hay capítulos donde muestro calles y su altura, porque lo llamativo es decir al 8.900 ó 9.000 que marca la presencia de la distancia, o sea, llegar al centro era toda una aventura”, dice Maxi. 

—Aparte de las publicaciones por Instagram, ¿utilizaste alguna línea de trabajo? Por ejemplo, alguna influencia significativa que te haya marcado.

—Arranqué un poco en la línea de Harvey Pekar y me dio la sensación de que esto crecía como para hacer un libro. Tenía en la cabeza dos autores con los que venía pensando. Lo de Peter Bagge, que es la historieta de los 90, sobre la movida Seattle, donde un grupo de adolescentes van a Seattle y viven todas esas cosas. Y también Ghost World, de Daniel Clowes, que trata sobre dos chicas adolescentes totalmente aburridas. Hablan de chicos, de la secundaria y todo se va transformando hasta cambiar el tono de la novela. Entonces a mí se me ocurrió esto de ir con la anécdota, el chiste fácil, rápido. Pienso en honrar el género de alguna manera, porque la historieta para mí es la cámara normal, ni picado ni contra picado, puesta normal, de frente; con el escenario al estilo Herman. Al estilo de los viejos; de historietas yankees donde todo es como en un teatro y ocurre ahí. Y son chistes, gente que pisa una banana y se resbala. Pensaba un poco en todo eso; de a poco ir cambiándole el tono cuando los chicos crecen; a lo mejor más difícil, más adulto. Nosotros ya teníamos entre 17 y 18 años, terminábamos la secundaria y arrancábamos la facultad y se empiezan a abrir los grupos.

La tapa de la novela.
La tapa de la novela.

—El suicidio de Kurt Cobain, ¿determina una fecha clave?

—Sí, porque es la puesta en escena de la muerte del rock y la idea era terminar la tira, sacar el libro y cerrar la historia. Por eso también El último verano del rock, ese título. Se me ocurrió que la fecha de esta obra debía mantenerse entre diciembre del 1993 hasta abril del 1994. No me acuerdo si era tan deliberadamente lo que pensé, pero fue surgiendo a partir de las primeras tiras, cuando todas las ideas juntas afloran. Me llevaría cuatro años y lo terminaría en el 2024; o sea, arranca en diciembre del ’93 y termina en abril del 2024, exactamente en el aniversario Nº 30 del suicidio de Kurt Cobain. 

—En la obra se va notando un cambio discursivo, en especial al ir marcando las fechas.

—Sí, porque cada mes es una aventura y cada uno de esos meses termina con algo. Ejemplo: el 25 de diciembre del ‘93, tocó Logos acá en Rosario. Era la banda del Beto Zamarbide, que fue cantante de V8. Lo fuimos a ver y después me enteré de que eligieron esa fecha porque era totalmente ilegal. Sabía que no iba a caer ningún inspector un 25 de diciembre. Fue en el boliche Vampire, que estaba en Alem y Pellegrini; era un subsuelo. Yo creo que ese día habré pesado 60 kilos y salí de ahí pesando 50. Todos terminamos sin las remeras, incluyendo los músicos. Enero de 1994, termina con un viaje al centro de la ciudad, para el Festival de Rock en el Río, que eso también ocurrió. No estoy muy seguro de las fechas, pero fue un gran concurso de bandas donde hubo una jornada de Heavy Metal. Y muestro las bandas de Heavy Metal Rosarina que tocaron, como por ejemplo los Intense Mosh, que hicieron su último recital el año pasado, dos días después de mi cumpleaños. También incluí a Carillon, una banda hermosa en la que tocaba Sergio Colussi, mi profesor de guitarra; un capo. Febrero termina cuando los protagonistas tocamos en un recital, en el club Unión Americana de Fisherton, mi barrio, que sería el cuarto protagonista de la historia. En marzo termina con la pelea de los chicos, de los personajes y termina el 8 de abril con el suicidio de Kurt Cobain y el reencuentro con los chicos. 

LA PANDEMIA Y SUS DERIVADOS DEL CAMBIO

Como al descuido, entre las primeras páginas del libro, tras una charla con sus amigos, en un cuadro de diálogo, se desliza lo que sería la pandemia en breves palabras. Es el indicio, la clave que define la idea de la obra y el autor decide deliberadamente dejarlo ahí, como al descuido. El propio autor, Maxi Falcone, parlamenta frente a sus amigos: “¿Te imaginás si te comés un murciélago, te agarra una gripe desconocida, se contagia todo el mundo y terminamos en una pandemia?”

Dice Maxi: “Me da la impresión que la escritura de esta novela me cambió totalmente la vida. El 10 de febrero de este año hice el capítulo final. Lo escribí en el bar Antártida, en la computadora, puse “fin” y me largué a llorar por los 30 años que no lloré. No entendí muy bien por qué; fue tan movilizante que iba caminando hacia mi casa sin parar de llorar. Hablaba con mi analista sobre esto. Esos personajes me acompañaron durante cuatro años y la analista me dice: “lo que estás llorando, es el actin de tu adolescencia. Con esa novela se cerró la adolescencia”. Yo estaba viviendo en el barrio del Abasto cuando se me ocurrió la novela, pero con el tema de la pandemia decidimos irnos a vivir a Fisherton con mi compañera. Toda la novela fue escrita y dibujada allá y ahora estoy por mudarme de vuelta al Abasto. Fui para eso, para darle un cierre completo. Para completar, cuando escribo “fin” a la semana siguiente, decidimos separarnos con mi compañera después de una relación de 14 años; yo creo que para bien”. 

ANÉCDOTA DESOLADA

“En aquella época cuando salía un disco de Heavy Metal, se formaba toda una historia alrededor con comentarios negativos. Se hablaba de un pacto suicida de aquellos que escuchábamos el disco o que hubo un rito satánico y que qué sé yo cuánto. El heavy no era bien visto por otros grupos o por nuestros padres. En el grupo de amigos de ese entonces, había un pibe, Manolo, que era dos años menor que nosotros y en esa época como que había otra distancia. Era bajista, yo toqué con él en otra de las bandas que habíamos armado en su momento. Hace cinco años atrás, fui a un concierto de música clásica y lo encontré. Charlamos un rato, contó que estaba laburando en una fábrica. No tuvimos noticia de él hasta la semana anterior de presentar el libro. Es que Manolo se llama Juan Manuel Medina, el pibe que se subió a un avión -porque pilotea aviones-, se estrelló contra la fábrica donde laburaba y fue noticia. Yo quedé shoqueado. En el final de la novela se habla del suicidio y del perdón. Una semana después salió el libro. Éramos grandes amigos en esa época, después nos distanciamos por la vida”. 

SOBRE EL AUTOR

Maxi Falcone es autor de los libros de historieta “Esquizomedia” e ““Instagramsci”, ambos también fueron publicados por Rabdomantes Ediciones. Diseñador gráfico, ilustrador, desarrollador web y músico, colabora para varios medios de su ciudad y del resto del país como historietista y humorista gráfico. Es miembro de Cromattista y parte integral de la Revista REA