Una vuelta por El Cairo para recordar anécdotas de Fontanarrosa y sus amigos
"Lo de galanes era una ironía. Ver a alguno de los que estábamos en esa mesa como galán, era más estafa que vender un caballo con dientes de madera", dijo Ricardo Centurión, actual titular del clásico bar e integrante de la banda que quedó inmortalizada en un cuento del Negro.
Siempre es mejor recordar a alguien que uno quiso por la fecha de su cumpleaños, antes que por el día en que murió. Pero Roberto Fontanarrosa, que hizo un enorme culto de la amistad en su vida y en su obra, terminó perdiendo la batalla que le venía dando a la enfermedad que complicó los últimos años de su existencia, un 19 de julio. Y entonces, un día antes de la fecha elegida por los argentinos para celebrar el Día del Amigo, ya hace un tiempo que se empezó a hacer una mención especial al Negro. Para el pueblo centralista, sirve como excusa para hacer una salutación "canalla" y para Rosario en general, es una especie de feriado rosarino, con el orgullo de saberse parte de esa patria en la que nació el querido autor de Inodoro Pereyra.
El móvil de la Sí98.9, como forma de homenajear al Negro, se fue hasta el mítico bar El Cairo, en la esquina de Sarmiento y Santa Fe. Allí, durante largos años, se encontraba Fontanarrosa con su barra de amigos. "Entraba puntual a las siete de la tarde. Y a las nueve, sí o sí, se iba. Todos los días venía acá, nos sentábamos siempre en la misma mesa. Lo de los galanes fue una ironía que surgió una vez y quedó. Porque la verdad, vernos a los que nos estábamos en esa banda como galanes, era más estafa que venderte un caballo con dientes de madera", dijo en la radio Ricardo Centurión, actual titular del clásico café.
Centurión, también apodado el Negro, empezó a frecuentar El Cairo a los 14 años. "De pibe, con mi viejo andábamos acá a la vuelta, donde está la Plaza del Che, que en ese entonces era el Mercado Norte. Y me hacía una escapada acá, que era un bar sólo para hombres en el que se jugaba al casín. Y me fui quedando. Con el tiempo se armó esa barra, en la que estaba Fontanarrosa", recordó.
Acodado en la barra del bar, que cambió por completo su fisonomía en 2004, Centurión contó otras anécdotas: "Cuando empezamos a juntarnos, no entraba una mujer ni por casualidad. La parte femenina empezó a venir cuando se politizó la cosa, por los años '70, con las chicas que venían de la Facultad de Humanidades. Éramos bastante machirulos", mencionó casi a modo de deconstrucción.
A fines de los años '90, El Cairo fue perdiendo público. "Era un desastre en esa época, para entrar al baño tenías que ponerte una máscara anti gas", se rió Centurión. Por entonces, ya ni sabían quién era el dueño. Según el actual titular, tampoco se supo mucho del origen del nombre, que en teoría era por un griego que había sido el primer dueño. "Así como los japoneses ponían tintorerías cuando llegaban a la Argentina y los gallegos un almacén, los primeros que bajaban de un barco que venían de Grecia, lo que hacían era traficar cigarrillos y venderlos en la zona del puerto. Bueno, parece que este además puso un café". En 2004, con la realización del Congreso de la Lengua que puso a Rosario en el foco internacional, se renovó la esquina de Sarmiento y Santa Fe. Unos años más tarde, la Municipalidad hizo obras que apuntaron a poner esta parte de la ciudad como parte protegida del casco histórico.
"La verdad, con la pandemia bajó mucho la cantidad de gente que viene, no sólo por el horario al que se puede abrir, sino por el cierre de varios negocios, con Falabella como bandera más visible. Pero acá en el centro, después de las cinco de la tarde, ya no pasa casi nadie. Nosotros, igual seguimos siendo una referencia, no sólo para quien es de la ciudad, sino para los que vienen de afuera. Este fin de semana, que había gente de Buenos Aires que allá están de vacaciones de invierno, nos volvió a pasar que muchos entraban al bar a sacarse la selfie con la escultura del Negro y se iban, sin tomar nada. Estamos marcados como uno de los puntos de Rosario que sí o sí hay que visitar", cuenta con orgullo Centurión, mientras accede èl también a tomarse una foto con el Fontanarrosa en tamaño real -y con reglamentario barbijo de Central- que está en el bar.