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La artista plástica Florencia Caterina, el fosforito de la familia, tenía 27 años cuando se apagó su luz junto a otros 21 vecinos en la explosión del edificio de Salta 2141, a las 9.38 de aquel martes 6 de agosto de 2013. Su familia, su novio y sus amigos artistas realizan hoy su propio homenaje, como en cada 6 de agosto y en cada cumpleaños el 7 de marzo: lo llaman "un acto poético”.

Constanza, también artista y hermana del medio entre las Caterina, la recuerda con un tono cálido en su voz, con cuidado, como si se tratara realmente de una flor. "Era un fosforito: siempre inquieta, trabajando, con carácter fuerte, que amaba lo que hacía con su arte. Su vida era atravesada por lo artístico, la bicicleta y el yoga", evoca.

Contó a Rosarioplus.com sobre su infancia compartida: “Junto con Carla, la cargábamos siempre diciéndole que vino de rebote, porque es mucho mas chica que nosotras, así que era nuestro juguete. Cuando crecimos, con Carla eramos las que la llevábamos a los cumpleaños o al coro. Eramos muy compinches las tres, y de grandes seguimos muy vinculadas”.

Constanza reside en Oliveros desde la tragedia de Flor, porque fue en esos campos donde vivieron momentos felices de su infancia. Explica que fue su manera de hacer el duelo, que junto con sus padres sintieron cada vez más la necesidad de irse de la ciudad.

Papá y mamá siguen viviendo, a medias, en Rosario, y su hermana Carla, la mayor de las tres, a menudo viaja a Oliveros o les hace compañía. “A ellos, que son mayores, les cuesta más”, percibe Constanza.

El de la familia Caterina es un duelo amoroso: “Apoyamos a los familiares del resto de las víctimas, y nos preocupamos por la causa pero sin activar, porque nuestros actos los hacemos en privado”, aclara. Lo fundamental del acto performático con el que celebran a Flor es el significado íntimo de quienes participan de él. “Ponemos en símbolo el dolor para encontrar la manera de seguir viviendo y construyendo juntos”, describe. Es la comunión, que no sólo es de Carla, Constanza y sus padres, sino también en la cercanía con el novio de Flor, Matías, y sus amigos artistas.

En este sentido, explica: “Nos preguntamos siempre qué haría Flor: un fosforito andante que siempre estaba creando, y por eso plantamos un jardín o nos juntamos a comer”.

El vínculo no sólo siguió con todos los que amaban a Flor, sino que se fortalece a fuerza de riego, y  la flor simbólica crece, porque se reúnen cada cumpleaños o aniversario de la tragedia y la recuerdan con una sonrisa. Claro que también con dolor, reconoce Constanza, pero “esa unidad es un amor que uno agradece, y y nos lleva a mantener la memoria nombrándola con anécdotas con algunos de sus amigos, que ahora son mis alumnos del taller de cerámica”. Ahora Constanza, en Oliveros, entre la ciudad y el campo, produce su arte, enseña el oficio, y cuida su huerta.

Sobre la causa, en la que se encuentran 11 personas procesadas desde hace un año, esperando las pruebas para llegar a juicio puntualizó: “La Justicia es como un coloso que la sociedad siempre va a quedarse mirando. Lo que queremos es que (los responsables de la tragedia) estén presos para que siente un precedente, para que su inoperancia no se vuelva a repetir, pero lamentablemente aún no hay juicio, y estas mismas cosas siguen pasando, como la explosión del departamento de Balcarce al 100 en que falleció un hombre”. Y dejó en el aire un halo de sospecha de “posibles intereses políticos en que no se llegue a las condenas”.

Al final, Constanza elige tomar distancia de los galimatías que se cuecen en un enorme expediente en Tribunales y vuelve a reconcentrarse en el amor colectivo que hoy, una vez más, arderá con una sonrisa serena por Florencia, su fosforito.