Murió el Padre Montaldo, un imprescindible de los olvidados
Sufrió una descompensación en la residencia en la que estaba alojado desde el año pasado. Dedicó su vida entera a ayudar dentro de los barrios a los sectores más postergados. Tenía 85 años
Bertolt Brecht no conoció al Padre Montaldo, aunque seguramente se inspiró en una figura similar para acuñar una de sus frases más célebres: "Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles". Montaldo, el luchador imprescindible de los rosarinos más olvidados, murió este domingo por la tarde a los 85. Se descompuso en el Hogar Español, residencia a la que se había trasladado el año pasado para "recuperar energías", como le había dicho a Rosarioplus.com cuando lo consultó por su alejamiento de Ludueña.
Pero Montaldo nunca se alejó de su barrio. Cada tanto, con la ayuda de quienes lo querían como a un padre, volvía a ver cómo estaba todo. Charlaba con los chicos, interrogaba a los grandes sobre la situación social y contemplaba una lucha cada vez más difícil de ganar: “Los curas hacemos milagros, luchamos y ponemos el cuerpo. Pero solos no podemos. Salvamos a muchos jóvenes. Pero hay otros que mueren. No podemos naturalizar esta realidad”, decía en julio del 2015, días antes de instalarse en el Hogar Español.
Montaldo describía postales estremecedoras de Ludueña. Decía que los capos narcos, los dueños de los búnkers, pagaban y solventaban todos los gastos de los velatorios cuando un "soldadito" era acribillado. “Usan a los pibes para matar y como una forma de redimirse pagan sus entierros. Es terrible”, contaba afligido.
Narraba situaciones que jamás había vivido desde su llegada a Ludueña. Montaldo nació en San Nicolás, hijo mayor de seis hermanos de una conocida y numerosa familia de esa ciudad. A los trece años ingresó a un preparatorio como seminarista en el Colegio Salesiano de Ramos Mejía. Luego, se trasladó al noviciado de Morón y más tarde a Córdoba, donde se convirtió en sacerdote.
Se topó con Rosario a fines de la década del 60. Su idea era hacer algunas prácticas en el colegio San José. Fue alumno y docente. En 1968, inspirado fuertemente en la obra de Don Bosco, buscó para su sacerdocio un lugar más cercano a los jóvenes de los sectores populares. Conoció Ludueña, su pobreza y sus villas. Decidió quedarse. “Me di cuenta al instante de que era mi lugar en el mundo”, decía en cada entrevista.
En ese pedazo de tierra profundizó su vocación de luchar por los pibes excluidos y los seres humanos expulsados de todos los derechos humanos esenciales. Dio misa en galpones y también a la intemperie. Con el paso del tiempo logró armar una parroquia, una escuela y una guardería de niños. Hasta un club social y deportivo lleva su nombre.
En 2005 sufrió un ACV que lo marcó pero no lo doblegó. Volvió al ruedo primero en un triciclo y luego en con un andador. El día de Navidad su enorme corazón dijo basta. Sus restos serán velados este lunes desde las 8 en la escuela Luisa Mora del Olguin, en Humberto Primo 5316.