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La noticia de que Jair Bolsonaro habría contraído Covid-19 causó estupor e indignación en el país luego de que el mandatario restara sistemáticamente importancia a la pandemia durante los últimos cuatro meses.

Bolsonaro calificó al virus como gripecita y se negó a adoptar medidas preventivas eficientes. Por el contrario, saboteó las acciones propuestas por alcaldes y gobernadores. Dos ministros de Salud tuvieron que abandonar su puesto por sus diferencias sobre las reglas para contener la expansión del coronavirus. Un general sin experiencia en asuntos sanitarios dirige el Ministerio de Salud interinamente. El presidente vetó una norma que impulsaba el uso de tapabocas. Y avala el consumo de los controvertidos medicamentos antipalúdicos hidroxicloroquina y cloroquina, mientras las autoridades sanitarias de todo el mundo advierten contra su uso.

Con hasta mil 300 contagiados diarios, muchos brasileños ven el accionar del primer mandatario como una abierta declaración de guerra contra el propio pueblo. Y los científicos suponen que el número de casos no detectados podría ser mucho mayor debido a la falta de capacidad de hacer testeos.

A finales de abril, cuando Brasil superó los 5 mil muertos Bolsonaro comentó en público ¿Qué quieren que haga? Mi nombre es Mesías, pero no puedo hacer milagros. Fue una bofetada en la cara de las víctimas y de sus familiares. 

Cosecharás tu siembra

Ahora que supuestamente está infectado, el presidente está cosechando desprecio, burla y hostilidad. Algunos de sus enemigos políticos, como el gobernador de São Paulo, João Doria, y los periodistas críticos de la cadena de televisión Globo le desearon una pronta recuperación. No fue ese el caso del periodista Hélio Schwartsman quien desató un escándalo. Tituló su columna del diario Folha de Sao Paulo: Por qué espero que Bolsonaro muera.

Schwartsman se refirió a los estudios según los cuales el sabotaje de las medidas para combatir el virus por parte de Bolsonaro aumentó el número de víctimas. Por lo tanto, considera que la muerte de Bolsonaro salvaría muchas vidas y también sería una advertencia global para otros políticos igualmente irresponsables. Al morir, el presidente le estaría haciendo al país un servicio que no podría ofrecer en vida, sentenció el periodista. 

En las redes sociales el presidente también fue objeto de desprecio. Una investigación de la plataforma de monitoreo digital Torabit sostiene que el 84 por ciento de todos los tweets sobre Bolsonaro tras el anuncio del pasado martes fueron negativos.

¿Qué hizo el gobierno federal ante esta situación? ¿Decidió rever su política sanitaria frente al Covid-19? ¿Reaccionó tras el supuesto contagio del presidente? ¿Tomó nota del enojo de amplios sectores de la población? No. Decidió vigilar las reacciones desmesuradas contra Bolsonaro y anunció que abrirá una investigación contra Schwartsman.

Un mentiroso serial y muchos fanáticos

Algunos analistas entienden que en el mediano plazo Bolsonaro podría salir fortalecido de su supuesto contagio. Al salir airoso de la enfermedad, el mandatario intentaría mostrar públicamente que el Covid-19 no es un peligro tan grande para la población. En definitiva, abonaría la idea de qué él tiene razón y los epidemiólogos, los científicos y los líderes globales que aconsejaron el camino de la prevención y el aislamiento social, estaban equivocados. 

¿En qué se respalda Bolsonaro para mostrarse tan tranquilo? El presidente sabe que descansa sobre un núcleo del 32 por ciento de la opinión pública que aprueba su gestión haga lo que haga. Si bien, son cada vez más los brasileños que cambian su opinión de regular a mala respecto de la gestión de gobierno, hay un 32 por ciento de fanáticos que se mantienen incólumes junto a Bolsonaro. Creen y creerán cualquier cosa que él les diga. Simplemente no piensan, sólo creen.

Además, tan pronto como se anunció que su testeo había sido positivo, afloraron las suspicacias respecto de su verosimilitud. Bolsonaro bien podría no tener absolutamente nada, o podría haber estado contagiado antes y mostrarse ahora saludable para alcanzar sus objetivos. La manipulación sobre fechas de testeos anteriores practicados al presidente, avala esta línea de pensamiento. 

Por último, Bolsonaro ya apostó por la cloroquina como cura milagrosa y su mensaje va en ese sentido: tomando cloroquina, no les puede pasar nada. De hecho, el martes por la tarde, Bolsonaro publicó un video que lo muestra tomando una tableta de hidroxicloroquina. Ya me siento mejor, así que está funcionando, dijo textualmente. En distintos puntos del país, mucha gente espera lo contrario. Tanto como él desea que mueran los brasileños, tanto se lo deseo a él, expresó un carioca indignado.

Para seguir pensando

Dos reflexiones se hacen necesarias.

La primera es que la conducción política del presidente hace pensar si él no desea íntimamente la desaparición de un sector de la población brasileña, aquella más desprotegida, la que tiene mayor dificultad para acceder a los servicios de salud, a los servicios sanitarios y a la seguridad social. Podría conjeturarse en virtud de todo lo que ha hecho y especialmente de lo que no ha hecho, que Bolsonaro propicia un contagio masivo para alcanzar lo que -en su mentalidad- sería la supervivencia del más apto. Dígase con todas las letras y de una vez por todas: favorecer la muerte de los pobres y los marginados, aquellos que no le tributan nada a él en las urnas ni al Estado en los impuestos, aquellos que considera una carga, personas descartables. 

La segunda reflexión es respecto de la decisión del electorado brasileño al momento de poner a Bolsonaro en la presidencia. La forma de ser y de conducirse del excapitán de paracaidistas ya era conocida previamente. No se trató de alguien que cambió en el ejercicio del poder. Entonces cabe preguntarse ¿qué pensaron o qué sintieron millones de brasileñas y brasileños al votarlo? Indudablemente no lo explica todo, pero el odio, mal consejero, irreflexivo consejero, parece haber tenido mucho que ver.