Brasil está quebrado
Independientemente del resultado de las elecciones del domingo, el país enfrenta una crisis social y cultural difícil de remontar.
Brasil es un país quebrado. No se trata de una quiebra en el sentido económico y comercial del término, pese a que el gigante latinoamericano se encuentre estancado y no crezca. Se trata de una quiebra social y cultural, en la cual el enfrentamiento cada vez más violento entre distintos sectores cobro una dimensión nunca antes vista. La polarización política e ideológica en la que decantó la campaña presidencial no es causa sino consecuencia de esa fractura.
Al principio los actos violentos fueron verbales y tibios, pero se tornaron cada vez más frecuentes, principalmente por parte de quienes se identifican con la figura del candidato de ultraderecha Jair Bolsonaro. Militantes que amenazan a mujeres con la pérdida de sus derechos, policías que blanden sus armas en público anunciando que las cosas cambiarán con el ascenso del excapitán de paracaidistas, grupos de whatsapp que se organizan para boicotear la campaña de otros candidatos, son solamente algunas de las muestras de un odio y un espíritu revanchista difícil de explicar, pero que alberga una dosis notoria de frustración.
La filósofa alemana Hannah Arendt señalaba que la violencia se funda en la impotencia y no se equivocaba. Vastos sectores de la población brasileña se sienten impotentes frente a una realidad árida, signada por el desprecio a la corrupción y a los corruptos, el sentimiento de abandono por parte del Estado como producto del ajuste, y las diferencias que provienen del pasado y se mantenían ocultas, latentes. Producto de esa impotencia y presas de la violencia, muchas personas se han vuelto ciegas, olvidando que la violencia lo destruye todo, se consume a sí misma, sin dejar tras de sí ni su propio recuerdo.
El huevo de la serpiente
En diciembre de 2015 Jair Bolsonaro contaba solamente con el 3 por ciento de intención de voto. En las vísperas de las elecciones presidenciales del domingo, suma alrededor del 30 por ciento.
¿Cómo creció tanto su popularidad? La explicación es multicausal y no se agotará aquí, pero pueden mencionarse algunas. El asco hacia la dirigencia política tradicional tras las revelaciones del petrolao, la investigación Lava Jato y la ramificación hacia el caso Odebrecht, mostró que la corrupción es transversal y no monopolio de un solo partido político. El feroz ajuste económico aplicado por el gobierno de Michel Temer, que se tradujo en ausencia del Estado en sectores clave como salud, educación, transporte y -especialmente- seguridad. Este último problema se tornó insoportable para millones de personas que ya no saben si volverán vivas a sus casas y se convierten en presa fácil del discurso de la mano dura, hábilmente aprovechado por Bolsonaro, pese a que tras el ataque que le efectuaron con un arma blanca quedó demostrado que el exmilitar y su equipo no fueron capaces de garantizar siquiera su propia seguridad. No obstante ello, el hecho impactó en la opinión pública mostrando a un candidato víctima -como tantas personas en el país- de la violencia.
Hace tres años, los estudios revelaban que el perfil del votante de Bolsonaro correspondía al hombre blanco, de clase media, con estudios superiores y de las regiones sur y sudeste del país. Desde que la combinación de todos los factores ya mencionados hizo efecto, y ante lo que los sectores conservadores de la sociedad advirtieron como otra posible victoria del Partido de los Trabajadores (PT) con Luis Inazio Lula Da Silva a la cabeza, el bolsonarismo se disparó. Y la complejidad de su base electoral también creció.
Otra de las explicaciones de este fenómeno radica en que la derecha tradicional, tras perder cuatro elecciones consecutivas con el PT y tras articular el desplazamiento de Dilma Rousseff del poder de una manera legal -aunque legítimamente cuestionable- calculó erradamente que podría vencer al progresismo en las urnas. Sin embargo, ni Temer, ni su gobierno ni otros candidatos de otros partidos cercanos al poder económico y financiero como el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), lograron despegar en los sondeos de opinión. Es así como aparecieron bolsonaristas impensados, tales como militantes LGTB y mujeres, atacados constantemente por el candidato, quien además alienta el armamento de la población civil para autodefensa, desprecia cualquier forma de familia distinta a la tradicional y reivindica la dictadura militar que gobernó entre 1964 y 1985.
Con los candidatos de la derecha tradicional hundidos, muchos fueron a refugiarse detrás del discurso de Bolsonaro. Especialmente desde que él mismo anunció que al no tener conocimientos de economía, convocaría a un equipo liberal para esa cartera. También prometió la eliminación del aguinaldo, reducciones de sueldos y la privatización de Petrobras, la mayor empresa petrolera de Latinoamérica. Pese a ello, los seguidores impensados continuaron apareciendo, sumando esta vez -y aunque parezca inverosímil- a obreros, preocupados por el desempleo y la inseguridad.
Frustración y votos
En la actualidad, aquel núcleo duro del bolsonarismo compuesto por los sectores ricos, con estudios, mayoritariamente hombres y pertenecientes al sur rico del país, se expandió. Se le sumó un nutrido grupo de jóvenes menores de 34 años que supone alrededor del 60 por ciento de sus votantes. Numerosas seguidores en el estado de Río de Janeiro, territorio asolado por la violencia urbana y periférica. Sectores de la clase media baja y numerosos evangelistas, credo profesado por el 30 por ciento de la población brasileña.
El desmoronamiento de la derecha tradicional, el apoyo de parte del poder judicial, del Ejército y de un nuevo grupo de empresarios anticomunistas que hacen campañas burlando la ley electoral catapultaron el fenómeno Bolsonaro.
El éxito comunicacional de su campaña está relacionado con la asociación de su figura a la seguridad y a la honestidad. Ambas asociaciones son -por lo menos- cuestionables.
Buena parte de la población de los territorios dominados por el tráfico de drogas apoya a Bolsonaro. También muchos de los que sufren la violencia policial en regiones expuestas por una nítida ausencia del Estado para hacer efectiva las garantías constitucionales y los derechos fundamentales, y que entienden que es necesario establecer una clara y contundente cadena de mando. La ciudadanía está pidiendo orden tras varios años caóticos.
Un dato sensible para explicar el ascenso de la ultraderecha es la antipolítica, clave para entender el apoyo del candidato entre la juventud. El voto a Bolsonaro refleja frustración y cansancio, representa la antipolítica, transformando ese malestar en capital electoral. La extrema derecha silenciosa salió del placard y hace circular libremente su odio. Bolsonaro hace declaraciones explosivas contra el sistema, refuerza su imagen de candidato espontáneo y auténtico. A pocos parece importarle que se trate de un falso outsider. Lleva siete mandatos como diputado con dudoso resultado: presentó 600 proyectos de ley de los cuales sólo logró que se aprobaran 4. Dos de sus hijos también son legisladores. Tampoco parece importar que en todos esos años estuvo rodeado de corrupción contra la cual jamás presentó una sola denuncia. Sin embargo, su mensaje se ha extendido a todo el país. Transversalmente, atravesando clases sociales, géneros, grupos étnicos y religiones, sobre las bases de noticias falsas, o fake news, versión moderna de la expresión del ministro de propagada nazi miente, miente, que algo quedará.
Como conclusión de la gravedad del actual estado de cosas en Brasil, basta decir que el entusiasmo de la derecha tradicional, los mercados y los poderes económicos y financieros del país con Bolsonaro, al que piensan domesticar para que cumpla con sus deseos, se parece mucho al que esos mismos sectores tuvieron con Adolfo Hitler en los años ‘30. El politólogo e historiador alemán Karl Dietrich Bracher señaló en su obra La dictadura alemana, que la historia del ascenso de Hitler es la historia de su subestimación. Están subestimando peligrosamente a Bolsonaro.
Por otra parte, si eventualmente se convirtiera en presidente, Bolsonaro deberá enfrentar la fractura de la sociedad brasileña que ayudó a provocar y que se transformará en un problema también para él. Y ante el problema, las soluciones posibles serán dos. Una es difícil y prolongada en el tiempo y es la de generar nuevas formas de convivencia. La segunda es fácil y de aplicación inmediata. Consiste en reprimir toda disidencia hasta exterminarla.