Arde Brasil
El Museo Nacional de Río de Janeiro fue destruido por un incendio. El desgraciado hecho quedó preso del debate político en plena campaña electoral. En medio de la polarización, atentaron contra un candidato presidencial.
El edificio en el que funcionaba el museo fue construido por decisión del rey Juan VI de Portugal e inaugurado el 6 de junio de 1818. Fue el escenario escogido por la princesa Leopoldina, esposa del emperador Pedro I, para firmar la declaración de la independencia de Brasil en 1822 y también acogió la primera Asamblea Constituyente tras el fin del imperio. Más tarde comenzó a funcionar allí el museo, el más antiguo y de mayor acervo del país.
El domingo pasado fue consumido por las llamas, hecho irreparable para la memoria colectiva del pueblo brasileño, en momentos en los que debe definir quién guiará los destinos de la nación, inmersa en la que quizás sea la peor crisis política, económica e institucional de su historia.
Polarización
El análisis de la desgracia se vio atravesado por la polarización reinante en la política brasileña, en plena campaña presidencial. Para quienes profesan alguna ideología de tinte progresista, la destrucción del museo fue producto del ajuste implementado durante los dos últimos años por el gobierno de Michel Temer. Por el contrario, para aquellos sectores más conservadores, el desastre es en última instancia producto de la corrupción durante los sucesivos gobiernos de Luiz Inacio Lula Da Silva y Dilma Rousseff.
Lo cierto es que el museo carecía de seguro sobre su patrimonio y tampoco contaba con una brigada de bomberos para combatir posibles focos de fuego. Ambas falencias fueron admitidas por autoridades de la institución, y se agregaron a otras carencias denunciadas que provocaron indignación popular, como el recorte de los fondos públicos para su manutención y los problemas de infraestructura de la edificación, tales como goteras y filtraciones. La contratación de un seguro y la creación de un grupo de funcionarios habilitados para combatir incendios habían sido descartadas por tratarse de costos adicionales que no podían ser cubiertos.
Una lobotomía a la memoria brasileña
Los balances preliminares arrojaron que el incendio destruyó en pocas horas cerca del 90 por ciento de un acervo constituido por unas 20 millones de piezas y documentos y que hacían del Museo Nacional el mayor de su tipo en Latinoamérica.
Entre las cenizas quedaron más que restos de fósiles, cerámicas y especies raras. El museo albergaba los esqueletos que contenían las respuestas de preguntas que los investigadores brasileños todavía no habían respondido, o ni siquiera formulado. Y el incendio puede haber callado para siempre palabras y cantos indígenas ancestrales, de lenguas que ya no existen.
Una de las mayores preocupaciones es el material recogido en el yacimiento arqueológico de Lagoa Santa, en el estado de Minas Gerais, de importancia capital para entender el origen de los pueblos americanos prehistóricos. El museo tenía el mayor acervo del mundo en la materia: unos 200 individuos fosilizados que integraban lo que los investigadores denominan el grupo de Luzia, en referencia al nombre dado al más antiguo esqueleto jamás encontrado en América, descubierto en 1974 y con una edad aproximada de 11 mil quinientos años.
Luzia era la pieza principal del museo. Su descubrimiento abrió las puertas a una serie de hipótesis sobre la colonización del continente. Estudios realizados con su cráneo en los años ‘80 indicaron que los primeros nativos de América posiblemente tenían origen africano. Los rasgos de Luzia se parecían poco a los de los indígenas brasileños de la época del descubrimiento. A partir de ahí, se formuló la hipótesis de que hubo una primera corriente migratoria hacia Brasil con estas características morfológicas africanas, que habría cruzado de Asia a América por el estrecho de Bering hace 14 mil años, seguida de otra ola de migrantes con rasgos asiáticos, como los de los amerindios, hace unos 12 mil años. Su delicado cráneo estaba guardado dentro de una caja de acero en los archivos del museo incendiado.
También estaban los archivos considerados clásicos para el estudio de la cultura indígena. Como los del profesor Roquette Pinto, que durante una expedición en 1912 realizó con un fonógrafo las primeras grabaciones de música indígena de que se tiene conocimiento. O el material del etnólogo alemán Curt Nimuendajú, que en la primera mitad del siglo XX recorrió centenas de aldeas de gran parte de los pueblos nativos del país, y es considerado el padre de la etnología brasileña. El museo contenía sus negativos originales, los cuadernos de campo y otros manuscritos de valor inestimable. En el campo de la biología, las pérdidas del museo son incalculables, especialmente en el área de invertebrados
Algunos investigadores vieron en directo por la televisión como el fuego consumía todo su trabajo. Las bibliotecas de los profesores desaparecieron. Archivos, cuadernos de campo, registros, cintas grabadas a lo largo de décadas de labor científica en Brasil, investigaciones todavía en curso, también se perdieron. El museo tenía la mejor biblioteca de antropología social del país. El ambiente entre profesores y alumnos es de un profundo pesimismo.
Quien mejor puso en palabras el alcance del hecho fue la candidata presidencial por la Red de Sustentabilidad, la ecologista Marina Silva, quien señaló que la catástrofe del Museo Nacional equivalía a una lobotomía en la memoria brasileña.
Atentado
Sin tiempo para que pudieran recuperarse del incendio que les arrancó un pedazo de su pasado, los brasileños y las brasileñas quedaron atónitos ante otro hecho escabroso en menos de una semana. Mientras recorría en andas una ciudad del estado de Minas Gerais, el candidato presidencial del Partido Social Liberal (PSL), Jair Bolsonaro, fue apuñalado por un militante del Partido de los Trabajadores (PT). El hecho reviste la gravedad de la intolerancia y constituye en si mismo un atentado contra la democracia. Se le agrega la particularidad de que se produjo contra el candidato con mayor intención de voto (22 por ciento) en un escenario político volátil, ya con Lula fuera de la carrera presidencial. El hecho de que haya sido un partidario de Lula quien lo cometió, aviva las tensiones ideológicas entre progresistas y reaccionarios.
La política brasileña se ha tornado cada vez más violenta en los últimos años y peor aún en los últimos meses. El 14 de marzo, la concejal Marielle Franco fue asesinada en plena calle en Río de Janeiro. Semanas más tarde, una caravana en el la que viajaba el propio Lula fue tiroteada. Pero el dato más escalofriantes, es que 16 precandidatos y candidatos son asesinados en promedio en cada campaña electoral en el país, lo que refleja la extrema violencia que atraviesa la política brasileña.
Falta solamente un mes para las elecciones presidenciales, que se realizarán el 7 de octubre, aunque seguramente se definirán mediante un ballotage el domingo 28 de ese mes.
Lamentablemente la tensión parece instalada y las voces que claman por mesura no parecen ser lo suficientemente efectivas. Brasil está en llamas y sólo cabe desear que mediante la expresión de su voto, el pueblo pueda atravesar esta campaña electoral enrarecida e imprevisible de manera tal de poder reencausar la política. Sólo si eso sucede podrán también reencontrar su cauce la economía y la institucionalidad.