Aumenta la tensión en Ucrania
Explosiones de infraestructura estratégica, aumento de la actividad militar y amenazas, elevan la preocupación en torno a un conflicto que parece lejos de resolverse.
A comienzos de septiembre comenzó la contraofensiva ucraniana que expuso las debilidades del ejército ruso. Ante esa situación, el gobierno de Vladimir Putin aceleró los plebiscitos en los territorios ucranianos ocupados para acelerar un proceso de anexión a todas luces ilegal e ilegítimo.
A finales del mes, se registraron sabotajes en los gasoductos Nord Stream 1 y 2, que conectan Rusia con Alemania. Pese a estar actualmente inactivos y a las acusaciones cruzadas, el hecho representa claramente la “desconexión energética” entre Rusia y la Unión Europea (UE).
El 8 de octubre, la explosión en el puente de Crimea actuó como un poderoso golpe simbólico para el régimen de Vladimir Putin. El hecho se produjo un día después del cumpleaños del presidente ruso a modo de “regalo”. Putin valoraba especialmente esa obra de infraestructura concluida en 2018, clave para el suministro por vía terrestre entre Rusia y la -ilegalmente anexada- península de Crimea, arrebatada a Ucrania en 2014.
Queda claro entonces que cuando el mandatario ucraniano, Volodimir Zelenski, afirma que no negociará con el actual gobierno de Rusia y que apunta a recuperar las fronteras del país tal como estaban en 2014, respalda sus dichos con acciones.
En Rusia, las cosas comenzaron a complicarse para el régimen. La convocatoria del presidente a la movilización de reservistas, con el presumible objetivo de inundar el frente con tropas y estancar la contraofensiva ucraniana, no parece prosperar. Decenas de miles de hombres huyeron del país por avión hacia aquellos destinos que no requerían visado a los ciudadanos rusos, por la frontera hacia Finlandia (hasta que se cerró) y lo siguen haciendo con rumbo a Georgia.
En una nueva amenaza, Vladimir Putin anunció la movilización del submarino K-329 Belgorod, portador del misil nuclear Poseidón, también conocido como el “Arma del Apocalipsis”, capaz de atravesar 10 mil kilómetros sin ser detectado.
Pero la guerra se libra en Ucrania
Independientemente de las amenazas y los daños sobre infraestructura estratégica, la guerra se libra y se sufre en suelo ucraniano. La represalia rusa tras la explosión en el puente de Crimea no se hizo esperar, pero como el ejército ruso es incapaz de frenar el avance del ucraniano en el campo de batalla, apostó por el bombardeo de ciudades e infraestructura civil lejos del frente.
El gobierno ucraniano concentró entonces sus reclamos a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en el envío de sistemas antiaéreos que permitan contrarrestar el creciente uso de misiles y drones. Los ministros de la Alianza Atlántica se reunieron el último miércoles en Bruselas y le dieron prioridad al pedido. Pese a que la Alianza ofreció respuesta a las necesidades puntuales del ejército ucraniano en cada momento, actualmente se presenta el problema de que no habría demasiado material antiaéreo disponible para enviar a Ucrania. No obstante ello, en los últimos días se enviaron desde Alemania sistemas antiaéreos de corta y media distancia del tipo Iris-T SLM.
Pero más allá de las limitaciones respecto del material antiaéreo, el tema resulta ser más complejo. Desde los Estados Unidos -país que lleva la voz cantante en la OTAN- explicaron que no hay una solución inmediata y definitiva frente los ataques aéreos ni tampoco ante los drones (supuestamente de origen iraní) utilizados contra Ucrania. Eso se debe a que el ejército ruso está utilizando armas diseñadas precisamente para evitar los sistemas de defensa antiaéreos. A eso se agrega que la extensión territorial de Ucrania demanda una gran cantidad de armamento defensivo.
Algunos países ofrecieron material antiaéreo a Ucrania desde el inicio de la invasión y, en parte gracias a ello, pudieron derribarse aproximadamente la mitad de los misiles y drones que el pasado lunes lanzó el ejército ruso. Pero a medida que el ejército ucraniano se va imponiendo en su avance en el este, se espera que el régimen ruso se concentre cada vez más en los ataques de este estilo para los que Ucrania está mucho menos preparada.
Los ataques indiscriminados contra las ciudades, la población civil y la infraestructura estratégica -especialmente la que afecta al sistema energético- serán una constante y parte de la planificación rusa para amedrentar al pueblo ucraniano.
El régimen de Putin bajo presión
Nunca se sabe cómo puede reaccionar un oso acorralado. Puede hacerse el dormido, puede huir, puede atacar. El régimen de Putin tiene un frente de batalla complicado. Al mismo tiempo, comienza a haber signos de disidencia y se hizo público el reclamo de sectores de ultraderecha partidarios de usar inmediatamente armas nucleares tácticas.
Síntoma de las presiones fue la designación de un nuevo comandante al frente de la guerra, el general Sergei Surovikin, un veterano de las guerras de Afganistán, Chechenia y Siria. Su reputación de crueldad y brutalidad lo precede: como comandante de la unidad aeroespacial rusa, fue responsable de la destrucción desde el aire de gran parte de la ciudad siria de Alepo, cuando se libró la guerra contra el Estado Islámico (ISIS).
La presión sobre el régimen de Putin se traslada al vecino régimen de Aleksandr Lukashenko, el presidente de Bielorrusia. Dependiente del Kremlin, Lukashenko puede verse arrastrado más temprano que tarde al remolino de la guerra. Amaga, hace gestos, amenaza. Acusa a Ucrania de planear ataques en su territorio, pero sin aportar pruebas, y anunció que desplegará un grupo militar conjunto con Rusia, pero sin decir cuándo, dónde, ni como. Si ingresará o no al conflicto es incierto, pero es una posibilidad que no puede descartarse.
Ante las ya reiteradas amenazas de Putin respecto de la utilización de armas nucleares, el gobierno de los Estados Unidos lanzó advertencias en privado y también en público. El general retirado y exdirector de la CIA, David Petraeus, expresó que, en el caso de que el régimen ruso utilizara armas nucleares en Ucrania, los Estados Unidos y sus aliados destruirían todas sus tropas y su equipo militar en ese país. Afirmó además que hundirían “hasta el último barco” de la flota rusa en el Mar Negro.
Por su parte, el Alto Representante de la UE para la Política Exterior, Josep Borrell, avanzó por la misma línea discursiva al afirmar que un ataque nuclear en Ucrania provocaría que el ejército ruso fuera “aniquilado”. Borrell dejó claro que si las amenazas de Putin no son infundadas, las de los aliados de Ucrania tampoco lo son.
Putin se reunió recientemente con su par de Turquía, Recep Tayyip Erdogan para evaluar la posibilidad de alguna salida negociada. Pero en el contexto actual, eso parece difícil. Zelenski afirma que no hay posibilidad de negociación con el régimen encabezado por Vladimir Putin. Parece dispuesto a jugar el mismo juego que el líder ruso quiso jugar con él en febrero cuando comenzó la invasión: crear las condiciones propicias para un cambio de gobierno y para poder negociar con nuevas autoridades en un contexto ventajoso.
Así las cosas, la posibilidad de una guerra nuclear no puede descartarse.