Brasil ¿transfuguismo o reordenamiento político?
Con la expectativa puesta en las presidenciales del 2 de octubre, políticos y políticas migran de un partido a otro para mejorar sus posibilidades electorales.
En Brasil el cálculo político está a la orden del día. El fenómeno se observa principalmente en la cámara de diputados: quienes aspiran a la reelección dentro de siete meses se preguntan si deberían intentarlo desde el partido en el que actualmente militan o si deberían mudarse a otro -sin perder la banca, desde luego- que ofrezca mejores posibilidades.
En Brasil existe una suerte de “mercado de pases” que se asemeja al del fútbol profesional. Se trata de un instrumento del sistema político que se conoce como “ventana partidaria” y que permite concretar arreglos políticos que configuran las candidaturas y las coaliciones. En los acuerdos y mudanzas, el objetivo central es aumentar las probabilidades de reelección de candidatos y candidatas y los factores ideológicos o programáticos pasan a un lugar secundario.
Los 513 diputados federales y miles de diputados estatales tienen hasta el 1º de abril para elegir su futuro. Luego iniciarán la campaña rumbo a las elecciones generales del 2 de octubre.
Transfuguismo a la brasileña
El “transfuguismo” político se atribuye a quienes habiendo asumido la representación política de un determinado partido o agrupación política, migran a otro por propia conveniencia traicionando a su bloque, a sus compañeros de lista y a sus votantes. En Brasil, el período para “fugar” de un partido a otro está pautado y forma parte de la cultura política.
En realidad, debe señalarse que si se asume al transfuguismo político como causante de efectos en el sistema político, se llegará rápidamente a la conclusión de que, si se lo reduce o elimina, dejará de afectarlo perniciosamente. Sin embargo, el transfuguismo no es tanto una causa como una consecuencia: es resultado de una época, de una reglas de juego determinadas, de una cultura política y de un conjunto de hábitos del sistema de representación.
Dicho de otro modo, el transfuguismo es un síntoma de algo que ocurre en un sistema político. En la actualidad suele aparecer con mayor frecuencia, coincidentemente con fenómenos como la desideologización del sistema político, vinculada a su vez al debilitamiento general del sistema de partidos, la desaparición del sistema internacional bipolar, el capitalismo como sistema económico hegemónico, la democratización de la información y de las tecnologías de la información, así como el rol por momentos avasallante de los medios de comunicación y de las técnicas demoscópicas en la escena política. En este sentido, puede concluirse que no solamente las personas son tránsfugas políticas sino que, por momentos, partidos, coaliciones, alianzas y frentes, mutan también de convicciones e ideología con la misma ligereza. Ya lo dijo Groucho Marx: “Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”.
Todo esto es para explicar que en Brasil el transfuguismo está institucionalizado y, lejos de percibirse como un problema es, para muchos, parte de la solución.
En los últimos días, 16 nuevos diputados recalaron en el Partido Liberal (PL) siguiendo al presidente, Jair Bolsonaro, quien se afilió en noviembre tras dos años sin partido y porque para presentarse a las elecciones necesitaba uno. Y se esperan muchos más “pases” a medida que el plazo se acerque a su fin. En los últimos años, se produjeron 275 cambios partidarios. Políticos y políticas hacen cálculos, pendientes de los movimientos tanto de aliados como de adversarios.
Pero como ya se dijo, en la política brasileña esta ventana partidaria es un elemento insoslayable porque permite hacer acuerdos políticos para configurar las candidaturas, las coaliciones, y para decidir a qué candidato presidencial apoyar.
Aunque durante el período de ventana partidaria los políticos y las políticas cortejen y se dejan cortejar y a priori resulte cuestionable, hay quienes entienden a la ventana partidaria como un factor de ordenamiento de voluntades propio del sistema político brasileño que no interfiere necesariamente con la gobernabilidad dado que, una vez que se constituyen las nóminas de los partidos, alianzas y coaliciones, la disciplina hacia dentro es alta.
Primero yo
El principal motivo para cambiar de partido es aumentar las probabilidades de reelección. Los factores ideológicos o el programa aparecen en segundo o tercer lugar. Brasil es un país muy grande, imposible de gobernar sin alianzas, y donde la política local tiene un peso enorme. El 2 de octubre se elegirán al mismo tiempo presidente y vicepresidente, la totalidad de la Cámara de Diputados, parte del Senado, gobernadores y diputados estatales. Existe una multiplicidad de partidos políticos y los pases se producen generalmente entre aquellos que comparten alguna afinidad. Dicho de otra manera, es muy difícil que alguien “salte” del Partido de los Trabajadores de Luis Inazio Lula da Silva, al partido de Bolsonaro.
Es entre los partidos de derecha sin una coincidencia programática donde más intensos son los cambios. Se trata del “centrão” (gran centro), un conjunto de partidos políticos que no poseen una orientación ideológica definida y que tiene como objetivo asegurarse su cercanía al Poder Ejecutivo para que éste les garantice ventajas y les permita distribuir determinados privilegios por medio de prácticas clientelares. Independientemente de lo que su nombre indica, el centrão no es una agrupación de partidos políticos de orientación ideológica centrista, sino un conjunto de lemas de orientación más bien conservadora cuyo objetivo es maximizar los intereses políticos y de supervivencia de sus miembros.
Transfugas de uno y otro lado
Hace ya algún tiempo Lula Da Silva selló un acuerdo con su antiguo rival, el también expresidente Fernando Henrique Cordoso, histórico líder del Partido Socialdemócrata Brasileño (PSDB). Lula da Silva quiere que la fórmula presidencial que él mismo encabezará, sea secundada por Geraldo Alckmin, otro veterano del PSDB al que hace 16 años derrotó en elecciones presidenciales. Alckim acaba de dejar su formación de toda la vida y en estos días definirá dónde se afiliará.
Del lado de Bolsonaro la cosa es más movida aún. El propio presidente es un ejemplo de lo habitual que es cambiar de partido. En tres décadas de carrera, milita ahora en su noveno partido. Nunca descuidó sin embargo al núcleo duro que lo sostiene, la “bancada de la bala”, compuesta por soldados, policías militares y también por paramilitares cuyos intereses corporativos siempre protegió y promovió.
En 2018, el actual mandatario disputó las elecciones que lo llevaron a la presidencia a través de otro partido, al que renunció para quedarse sin escudería propia. Ahora que desembarcó en el PL, muchos de los diputados elegidos durante aquella “ola bolsonarista” están siguiendo al mandatario en su mudanza a un partido que pertenece a la vieja política que tanto denostaban. De más está decir que el PL integra el centrão.
Mudarse a un partido con más legisladores también significa aspirar a una porción mayor del fondo de dinero público que financia las campañas electorales desde que se prohibieron las donaciones de empresas. De espaldas a un electorado golpeado por la inflación y el desempleo, el Congreso ha aprobado una partida de casi 5 mil millones de reales -cerca de mil millones de dólares- lo que supone tres veces más que lo empleado en las últimas elecciones generales.
El gobierno también va a experimentar en breve su propio libro de pases. El 2 de abril es la fecha límite para que los ministros que decidan concurrir a los próximos comicios abandonen su cargo. Se estima que un tercio dejará la cartera que ocupa para hacer campaña en busca de un nuevo cargo.
Se trate de transfuguismo o de reordenamiento, solamente hay una certeza en Brasil y es que entre el 2 de abril y el 2 de octubre habrá un proceso electoral turbulento que parirá un nuevo gobierno.