El cowboy y el asesino
El vínculo entre Joe Biden y Vladimir Putin muestra asperezas y augura tensión entre los Estados Unidos y Rusia en los próximos años
Podría tratarse de un spaghetti western dirigido por Sergio Leone, pero se trata de la relación actual entre los presidentes de las dos mayores potencias militares del planeta. Con una oratoria breve y al mejor estilo de un cowboy, el presidente estadounidense Joe Biden calificó el pasado miércoles de asesino a su homólogo ruso, Vladímir Putin, y aseguró también que “pagará un precio” por haber intentado interferir en las elecciones presidenciales de noviembre de 2020. Cuando se le preguntó a Biden acerca de cuáles podrían ser esas consecuencias, el mandatario se limitó a decir: “lo verá pronto”.
Las declaraciones de Biden tuvieron lugar un día después de que las agencias de inteligencia estadounidenses acusaran al gobierno ruso -entre otros- de haber intentado interferir en las últimas elecciones presidenciales para favorecer, presumiblemente, a Donald Trump. Se trataría de una reedición de lo sucedido en 2016, cuando se acusó al gobierno de Putin de hacer exactamente lo mismo, colaborando a la victoria del magnate frente a la entonces candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton.
Crónica de una mala relación
Lo cierto es que las relaciones entre los líderes del Partido Demócrata y Putin es muy mala desde hace tiempo. Putin guarda un especial encono con la administración de Barack Obama, en la cual Biden fue vicepresidente y Clinton la responsable de la cartera de Relaciones Exteriores. En aquella época, Putin acusó al gobierno demócrata de interferir en las elecciones presidenciales rusas para favorecer a sectores opositores. La vendetta de Putin se hizo sentir en 2016 cuando habría ordenado socavar la confianza en el sistema democrático estadounidense en general y la credibilidad de Clinton en particular.
En un informe de 15 paginas, los servicios de inteligencia estadounidenses -incluida la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional (NSA)- sostienen ahora que, como en aquel entonces, en la última campaña presidencial los rusos interfirieron nuevamente. Afirman que Putin habría autorizado una amplia gama de operaciones para minar la confianza pública en el proceso electoral y exacerbar las divisiones en los Estados Unidos con el fin de beneficiar a Trump y dañar tanto a Biden como al Partido Demócrata. Insisten además en que Putin influyó en las elecciones de noviembre de 2016 porque sentía una clara preferencia por Trump. Los hechos revelan que la tensión entre los gobiernos de Rusia y los Estados Unidos durante el mandato del republicano fue prácticamente inexistente. Sin embargo, es posible que ambos líderes políticos no hayan podido avanzar en una reconstrucción de los vínculos entre los gobiernos de sus respectivos países, dado que eso fácilmente hubiera despertado suspicacias. Sin embargo, debe reconocerse que fuentes habituales de tensión entre ambos países como las crisis en Ucrania, Corea del Norte y Medio Oriente no prosperaron durante los cuatro años de gobierno de Trump. Solamente escaló la crisis con Irán y es posible que la situación no haya empeorado justamente debido a la sintonía entre Putin y Trump.
Para las agencia de inteligencia estadounidenses, esta vez Putin no ordenó ciberataques tal como habría hecho en 2016, sino que su principal instrumento habría sido la utilización de grupos vinculados a Rusia para crear una serie de narrativas, incluidas noticias falsas o no corroboradas sobre Biden y su partido.
La respuesta desde el Kremlin no se hizo esperar. Las acusaciones de las agencias de inteligencia de Estados Unidos fueron calificadas como infundadas y el gobierno aseguró estar listo para proteger los intereses del país ante una eventual nueva ronda de sanciones. Tras anunciar la llamada a consultas del embajador en los Estados Unidos, desde el Ministerio de Exteriores ruso se recordó que se acercan a los 100 días de mandato del nuevo presidente estadounidense, “lo cual es un motivo adecuado para intentar valorar qué le sale bien al equipo de Biden y qué no”.
Un mundo más inestable
Una mala relación bilateral entre Rusia y los Estados Unidos es claramente perjudicial para clima político planetario. Se trata de las dos principales potencias militares con todo lo que ello implica.
Rusia construyó un protagonismo emergente en el plano internacional durante los últimos años, cimentado especialmente en su intervención en la crisis Siria y la sofocación del Estado Islámico (ISIS). Rusia es y será un actor internacional clave en la regulación de los conflictos de Occidente con Irán y Corea del Norte, dos regímenes complejos y de difícil abordaje para la diplomacia estadounidense y europea. Curiosamente, desde que Biden asumió la presidencia, el régimen norcoreano no respondió ninguna convocatoria estadounidense al diálogo. Seguramente el dictador Kim Jong-Un aguarde la concertación de nuevas estrategias con los gobiernos chino y ruso frente a la nueva administración norteamericana.
El ruso es indudablemente un régimen autoritario. Pero no lo es más que el de Arabia Saudita, aliado estratégico de los Estados Unidos. Es decir que ese no es un inconveniente en sí mismo para el diálogo. Se hace evidente que hay un conflicto de intereses entre ambos gobiernos. En ellos estará profundizar o intentar abordar con ánimo conciliatorio esos conflictos. El más notorio de ellos remite a la construcción del gasoducto Nord Stream 2 que llevaría gas natural desde Rusia directamente hasta Alemania a través del Mar Báltico. La obra es objeto de controversia política, medioambiental y de seguridad en varios países como Suecia, Polonia, Ucrania y los Estados bálticos, que favorecen las alternativas terrestres. Perjudica puntualmente a aquellos países del este de la UE que estuvieron dentro de la esfera de influencia de la Unión Soviética, y constituye una demostración del enorme poder que ostenta Rusia en materia energética frente a una Europa dependiente en la materia.
Biden y su administración saben bien que profundizar la tensión con Rusia significa comprometer a Europa, cuya relación con Rusia tiene su dinámica conflictiva propia. También debería tener en cuenta que Rusia es el único otro país en el mundo con capacidad suficiente para contener las ambiciones chinas, por extensión territorial y por poder militar. habría que preguntarse si Biden realmente piensa sostener al mismo tiempo la guerra comercial con China heredada de Trump junto a otra guerra político-estratégica con Rusia.
Por su parte, Putin parece inamovible en su cargo, pero la crisis económica que Rusia atraviesa desde hace años -abonada por las sanciones occidentales- podría jugarle una mala pasada. Especialmente desde que la figura de Alexei Navalny emergió como el mayor opositor y víctima del régimen, y podría gozar de un mayor apoyo procedente de los Estados Unidos y Europa para disputar poder a Putin.
Todo lo anterior sin contemplar la variable armamentista. Ambos países son los mayores proveedores de armamento -legal e ilegal- de cuanto conflicto violento existe en el planeta. Ambos países cuentan con un poderoso complejo industrial-militar que mantiene intereses en pugna y necesitan representantes que estén a la altura de la protección y la defensa de esos intereses sectoriales. Putin lleva 22 años demostrándolo. ¿Biden estará a la altura?
La nueva administración estadounidense no debe olvidar tampoco la importancia de los efectos de la Pandemia de Covid-19. El virus expuso las debilidades de los Estados Unidos, el país más afectado del planeta. Rusia aparece por el contrario -vacuna Sputnik V mediante- como uno de los países benefactores de la humanidad. Ya tiene acuerdos de producción de la vacuna en Francia, Alemania, España e Italia.
Cabe pensar que Putin sueña con emerger de la Pandemia de manera semejante a como José Stalin lo hizo de la Segunda Guerra Mundial: como un salvador. El mundo supo más tarde que era un asesino. También puede suponerse que Biden -bien parodiado por Jim Carrey como un cowboy durante la campaña presidencial- tiene un futuro político corto por delante a propósito de su edad y de las limitaciones que el propio sistema político le impone. Quizás sólo se encuentre en busca de un opuesto que le otorgue una dimensión política mundial a su figura que en realidad no tiene.