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Nuestra historia tiene grabado en sus pilares fundamentales el nombre de muchas mujeres: Juana Azurduy, María Remedios del Valle, "Macacha" Güemes, Alicia Moreau, Julieta Lantieri, Eva Duarte, entre otras. Pero en este día de visibilización de derechos y de empoderamiento del género, es bueno destacar a María de la Encarnación Ezcurra y Arguibel, esposa de Juan Manuel de Rosas.

Si bien fue un líder autocrático, Rosas también fue quien impuso el orden en una época caótica y anárquica de nuestro país, fue quien tuvo las riendas de la Confederación Argentina durante más de 20 años, en los cuales no cualquiera podía domar provincias llenas de divisiones, asesinatos, diplomacia de facón y  traiciones. Pero sin su esposa, nunca hubiese podido convertirse en lo que fue.

Juan Manuel y Encarnación noviaron de chicos, relación que Agustina, madre de él, no aprobaba y que generaba tensiones, más aún después del matrimonio de ambos en 1813 (20 él, 18 ella), el cual se pudo llevar acabo porque Juan Manuel y Encarnación le fingieron un embarazo a la matrona recelosa.

Doña Agustina le dio a Rosas carácter, firmeza y disciplina, Encarnación le posibilitó una carrera política. Era, al igual que Agustina, una mujer destacada de la sociedad porteña: descendía de una notable y acomodada familia. En tiempos donde la mujer estaba condenada al analfabetismo, Encarnación aprendió a leer y escribir. Su pluma registraba los avatares de la sociedad porteña y era la única que informaba fielmente a Rosas de todo lo que pasaba en Buenos Aires mientras él estaba en las estancias que el matrimonio tenía en el sur bonaerense.

"Tan resuelta como franca", la define Carlos Ibarguren, un histórico biógrafo de Rosas, "sus exaltaciones no eran arrebatos de niña mimada, sino impaciencias de un temperamento (...) ansioso de acción".

Desde 1813, fueron un matrimonio dedicado a generar riquezas aunque al principio la cuestión estaba complicada por haberse negado ambos a recibir ayuda patrimonial de sus familias. En 1820, con un total caos político en Buenos Aires, Rosas y Ezcurra entendieron que su poder económico podría ser también político y empezaron a coquetear las esferas del poder, se pusieron a forjar contactos, a hacerse notar, a opinar, a financiar convenientemente a ciertos políticos u hombres de aspiración política de la época.

Encarnación era, además, una eximia administradora de los bienes matrimoniales, tanto así que Juan Manuel sugirió a su compañero federal de La Rioja, Facundo Quiroga, que pusiera todos sus bienes bajo la administración de su esposa y así lo hizo el riojano.

En 1827, Manuel Dorrego es nombrado gobernador de Buenos Aires y Rosas fue designado comandante. Un año después, caos total en Buenos Aires, Juan Lavalle le hace un golpe al gobierno de Dorrego, lo fusila salvajemente y Rosas se encarga de enfrentar a los insurrectos de Lavalle, derrotándolos. Esto hizo que Rosas recibiera el título de "Restaurador de las leyes e Instituciones de la provincia de Buenos Aires" y en 1829 se lo nombra gobernador con "facultades extraordinarias", es decir, poder actuar más allá de las atribuciones que tenía para asegurar el orden.

Empoderada

Encarnación desarrolló un papel fundamental al tener relación con pobres y ricos por igual, se sentaba con aquellos estancieros que financiaban la política rosista pero además tenía acercamiento con peones, gauchos y soldados. La aceptación de Rosas en los sectores más populares se debía a la cintura política de Ezcurra. En 1832 se decide renovarle el cargo de gobernador pero sin las facultades extraordinarias. Rosas pegó media vuelta, se fue del gobierno y se retiró hacia el interior liderando lo que fue la primera campaña del desierto.

Encarnación se quedó en Buenos Aires siendo toda una “operadora”. Se sucedieron tres gobiernos tibios y débiles (Balcarce, Viamonte y Maza de 1832 a 1835), que luchaban contra las implacables sombras de Rosas y Encarnación, y que buscaban aplacar la influencia del Restaurador.

Empiezan a difamar a Encarnación.  Publican que es alcohólica (con el término de "chupandina"), la descalifican diciendo que no es más que una fanática de su esposo y que Rosas "no la ama". Pero ella, mascando bronca, escribe, mira, analiza y actúa.

Rosas le manda cartas diciendo que "no afloje a los anarquistas, que muera antes, porque morir por el orden y la libertad, es muerte dulce". Ella sabe bien qué hacer, quiénes son los traidores y lo tranquiliza escribiendo "yo les hago frente a todos". En ese hacer frente a todos, creó "La Mazorca" o lo que en ese entonces se llamó "Sociedad Popular Restauradora", fuerza de choque rosista que en la segunda gobernación mutó en una funesta fuerza parapolicial.

En 1833, una jugada magistral de Encarnación permitió debilitar aquellos que consideraban que el partido federal debía seguir adelante sin el personalismo de Rosas. Un fiscal pidió que se enjuicie al dueño del diario "El Restaurador de las Leyes" y Encarnación, como quien dice “bicha”, junto a otros rosistas, ordenaron empapelar la ciudad alertando de que iban a enjuiciar al Restaurador.

Esto hizo que los sectores populares se alzaran en contra del gobierno apoyando al supuestamente enjuiciado Rosas, a quien le decían “El Restaurador de las leyes”, de ahí la confusión. Se desató una rebelión que terminó debilitando al gobierno de Maza y con el ofrecimiento a Rosas de ser gobernador, el cual vuelve a rechazar.

Finalmente, en 1835, vuelve al poder. Doña Ezcurra, "la Restauradora", "la heroína de la Federación" murió en 1838. Rosas siempre usufructuó las muertes rimbombantes, usó la de Dorrego para fortalecerse, la de Quiroga para tomar todo el poder y la de Encarnación para buscar las fibras populares.

Se organizó un gran funeral, se decretaron dos años de luto y la portación de algo negro en la vía pública era obligatorio. Sin embargo, nunca la reconoció del todo y de manera genuina. Alguna vez Encarnación Ezcurra escribió "qué gloria sería para mí si algún día pudieras decir 'más me ayudó mi mujer que todos mis mejores amigos'". Desde este humilde rincón, va el reconocimiento a quien sin duda fue la primera política de este país.

(*) Abogado. Integrante de la Cátedra de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho, UNR