Esparcir o no las cenizas: la muerte, preocupación de todos
Algunas reflexiones a propósito de la prohibición del Vaticano acerca de esparcir o conservar las cenizas de los difuntos
La humanidad no ha dejado de reflexionar jamás sobre la muerte. Con el correr de los siglos, lejos de vislumbrar nuevas respuestas, sigue preocupando al hombre civilizado tanto o más que al hombre primitivo.
La muerte física es propia de todos los seres vivos, sin embargo, la actitud del hombre frente a este hecho es totalmente diferente a la de los animales. Morín sostiene que a ambos los separa una brecha bioantropológica porque el ser humano es el único que entierra a sus muertos.
Los hombres de culturas primitivas se sorprendían por el “contagio” de la muerte, de allí la multiplicidad de ritos para poder frenarla. La muerte en la sociedad negro- africana era una ruptura del equilibrio, el resultado de la desaparición del espíritu que alentaba al cuerpo. El alma lo abandonaba por la boca, por los cabellos o por las orejas para retomar el universo de la naturaleza. Para ellos, tenía una muerte definitiva cuando había desaparecido el esqueleto o no quedaba vivo ningún miembro de la familia, que era quién podía mantener la fuerza para entrar en comunicación con ellos. La muerte era un cambio de estado, una reorganización de los elementos de la persona y los ritos garantizaban que el muerto siga estando presente.
En la sociedad occidental, rige una visión cristiana, donde al cuerpo, a partir de la muerte, desaparece, pero el alma o el espíritu cobra otra dimensión. Este dualismo se manifiesta en ciertos ritos, como, por ejemplo, entrar al muerto al cementerio con los pies hacia delante para que pueda salir caminando el día de la resurrección. Creyentes o no, comparten ciertas ceremonias propias de la cultura.
A lo largo de los siglos, autores como Hegel, Freud, Sartre, Nietzsche, Jaspers, entre otros, se preocuparon por el tema. Miguel de Unamuno, pensador español del S. XX, plantea que el punto de partida personal y afectivo de toda filosofía o religión es el sentimiento trágico de la vida, trágico en tanto y en cuanto más se quiere huir de él, más se le aproxima. La pregunta que planteará Martín Heiddegger será: ¿el hombre, es un ser- para- la- muerte? Se responde que la muerte es la finitud de la temporalidad y es el fundamento oculto de la historicidad del hombre.
En estos días, el máximo exponente de la fe católica, asume que la cremación es una costumbre habitual, aunque recomienda no esparcir ni guardar las cenizas del muerto. Y, si bien esta práctica es contraria a la fe cristiana ya que la Iglesia sigue prefiriendo enterrar a los muertos, la reconoce como válida. Sin embargo, según el documento redactado por la Congregación para la Doctrina de la Fe –el antiguo Santo Oficio-- y firmado por el Papa Francisco, esta prohibición pretende evitar cualquier “malentendido panteísta, naturalista o nihilista”.
El planteo, lejos de ser religioso, es filosófico. No es casual que los procedimientos mortuorios tengan gran similitud a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo, los ritos, las fantasías, las creencias de ayer y de hoy sólo sirven para convertirla en menos lúgubre o menos trágica y analizarlos permitirá comprender la complejidad de los elementos simbólicos de cada cultura.
El mundo occidental, caracterizado por los cambios tecnológicos, va dando lugar a nuevas prácticas reconocidas como válidas por los distintos cultos. Y el tema de la muerte, cuestión propia de las religiones hasta hace poco, empieza a ser resignificada desde los planteos filosóficos y abren la mirada a las multiculturalidades. Elegir o no ir al cementerio puede ser una de nuestras decisiones, quizás la última, pero no la menos importante.