Hacia la guerra por el alimento
El control de los alimentos y al agua potable amenaza con convertirse en la fuente de los principales conflictos humanos en un futuro ya no tan lejano.
El planeta tiene unos 7 mil millones de habitantes. Pero hacia 2050 alcanzaría los 10 mil millones. Se calcula que, para ese entonces, será necesario aumentar entre 50 y 70 por ciento la producción de alimentos con el objetivo de cubrir las demandas de toda la población mundial.
Actualmente, son más de 820 millones los seres humanos que padecen hambre. Pero se calcula que más de 2 mil millones de personas -la mayoría en países de ingresos medios y bajos- no tienen acceso regular a alimentos inocuos, nutritivos y suficientes. El acceso irregular a los alimentos es también un desafío para los países de ingresos altos, incluyendo el 8 por ciento de la población de América del Norte y Europa.
Algunos motivos
Este cuadro desolador plantea la visión de un futuro apocalíptico cada vez más parecido a lo que advertía la saga de películas de George Miller, Mad Max. Entre algunos de los motivos de la actual situación alimentaria y su atemorizante proyección, pueden señalarse los siguientes.
La guerra. Los conflictos armados son una de las principales causas que explican por qué el hambre está llevando al límite a millones de personas en el mundo, principalmente a los niños. La violencia provoca un efecto dominó que acaba por destruir el estado nutricional de la población en general y de los niños en particular. En época de guerra la inseguridad alimentaria aumenta porque se torna prácticamente imposible cultivar. En ese contexto los precios de los alimentos se vuelve inalcanzable. La guerra también destroza los sistemas de agua y saneamiento, esenciales para evitar enfermedades. La mayoría de los centros de salud quedan inutilizados. Asimismo, los conflictos dificultan la entrega de ayuda humanitaria, esencial contra las hambrunas.
El cambio climático. Se registran aumentos de las sequías en algunos sitios y de las inundaciones en otros. Esos factores conspiran contra la producción de alimentos e inciden en la desnutrición. También se reduce la disponibilidad de agua potable, con el consiguiente riesgo para la salud al proliferar fuentes contaminadas.
La inestabilidad política. La debilidad de las instituciones impide tomar medidas efectivas para luchar contra el hambre y la desnutrición, tales como el almacenamiento de alimentos para hacer frente a las épocas de escasez. La inestabilidad política y la debilidad institucional favorecen la combinación de corrupción e impunidad.
Un futuro sombrío
En el libro y el documental de 2008, El mundo según Monsanto, de la periodista francesa Marie-Monique Robin, ya se menciona que las guerras del futuro serán por el alimento. La obra es especialmente recomendable para su consulta en un país como Argentina, donde las plantaciones de soja transgénica muestran una preocupante tendencia hacia el monocultivo. Robin desenmascara allí a una de tantas multinacionales asociada con contaminación, métodos mafiosos, complicidad de gobiernos y organismos de control, abogados dispuestos a defender sus acciones por todo el mundo, compra de científicos y revistas de supuesto prestigio para avalar sus campañas comerciales.
Pues bien, si la guerra enfrenta violentamente a dos grupos humanos al punto de alcanzar la muerte como resultado -ya fuera individual o colectiva- mediante el uso de armas de toda índole, puede decirse que respecto de la pugna por el alimento ya hay dos grupos humanos en conflicto que pueden identificarse. Haciendo una generalización a muy grandes rasgos, puede observarse un bando integrado por los países ricos o industrializados del norte, y otro formado por los países del sur donde el sector primario es el predominante. El conflicto genera múltiples batallas por el control de los alimentos, pero no sólo de hambre mueren las víctimas. Las muertes de esta guerra en progreso por los alimentos tienen muchas formas de presentarse. Tantas como la variedad de armas que se están usando.
Entre las más conocidas está el expolio, que si en tiempos de la colonización eran invasiones armadas, actualmente se han tornado sofisticadas y sutiles: avanzan disfrazadas de inversiones agrícolas para favorecer el desarrollo de los países. El acaparamiento de bienes colectivos es otra fórmula de despojo consistente en el control de la tierra, el agua o las semillas. Estos dos instrumentos, junto con el libre comercio que nunca favorece a las pequeñas agriculturas de los países del sur, conforman una tríada ampliamente identificada y denunciada que acaba con la soberanía alimentaria de los países y es responsable del hambre, la muerte o el éxodo.
A las anteriores, hay que añadir otras tres armas pero que obran solamente en poder del denominado primer mundo.
La primera de ellas, es que los ataque militares en las guerras tradicionales ponen especial atención en las zonas rurales y en los sistemas de producción y distribución alimentaria. En las mejores zonas agrícolas, los bombardeos reducen las superficies aptas para el cultivo y provocan sensibles reducciones en la producción de fruta y verdura y la desaparición de la ganadería. Las capturas de pesca caen debido a los ataques aéreos que inciden sobre la muerte de los pescadores además de la eliminación de fauna ictícola. Ejemplos tangibles de todo esto pueden observarse actualmente en Yemen y en Palestina.
La segunda de ellas es la proliferación de vallas, muros y el despliegue militar para frenar cualquier posibilidad de arribo de migrantes a los países industrializados. Sólo en el Mediterráneo se cuentan en miles los muertos frente a estas barreras.
La tercera de estas armas se encuentra en preparación. Bajo el argumento de garantizar alimentos al país ante situaciones de sequía, plagas, inundaciones o bioterrorismo, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa, del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, desarrolla el denominado Project Insect Allies, que consiste en la introducción de un virus, a partir de un insecto, en los cultivos agrícolas deseados, con el objetivo de modificar rápidamente el ADN de esas plantas. Si, por ejemplo, un campo de soja se ve afectado por una tremenda sequía, se dispondrá de un ejército de insectos modificados genéticamente que, sobrevolando dichos campos podrá inyectarles o administrarles el virus, también genéticamente modificado, que conseguirá cambiar el ADN del cultivo de la soja para darle mayor capacidad de resistencia frente a la sequía. Esta misma tecnología que se presenta como protectora de los cultivos puede perfectamente ser usada como arma biológica para acabar con los cultivos de un eventual enemigo, haciendo caer sobre ellos estos insectos mutados y equipados con un virus con capacidad infecciosa o esterilizante. Los biólogos críticos señalan que existen tecnologías de dispersión mecánica tanto o más eficaces y más controlables que la liberación de miles o millones de insectos con un virus a cuestas. Pero la principal objeción que presentan, es que este programa puede ser la excusa para que otros países desarrollen sus propios programas basados en Insect Allies.
Para quien piense que esto es solamente un producto de la ciencia ficción y no podría llegar a suceder en la realidad, conviene recordar la estrecha relación entre las grandes multinacionales agrícolas y la industria militar, como Bayer o Monsanto lo demostraron en la II Guerra Mundial y en la Guerra de Vietnam, respectivamente.
A lo anterior se agregan dos factores. Por un lado, el proceso de concentración que se registra en el circuito agroalimentario. Son cada vez menos y más poderosas las empresas que se quedan con las patentes de los alimentos genéticamente modificados. De esa manera, es cada vez más difícil alcanzar la soberanía alimentaria, puesto que cada vez más, los países dependen de esas multinacionales. Por otro lado, hay una falacia articulada en los centros estratégicos de países centrales que se refieren a la llamada maldición de los recursos. Se instala la idea de que aquellos países emergentes, que tienen una rica dotación de recursos naturales, son subdesarrollados debido a que no saben gestionar bien sus recursos y entonces hay que ayudarlos.
Quizás si los recursos se invirtieran menos en promover estrategias y armas pensadas para destruir la capacidad ajena y se concentraran más en producir los propios alimentos, las futuras guerras por los alimentos podrían evitarse.