La nueva Guerra Fría
La crisis abierta por el asesinato del exespía ruso Sergéi Skripal y su hija en el Reino Unido puso al descubierto un enfrentamiento entre Rusia y Occidente con raíces profunda
Más de 150 diplomáticos rusos ya fueron expulsados del Reino Unido, los Estados Unidos y al menos otros 25 países, 19 de los cuales pertenecen a la Unión Europea (UE), como represalia por el asesinato mediante el uso de un agente químico contra un exespía ruso refugiado en Inglaterra.
La respuesta del gobierno ruso no se hizo esperar y, luego de que la cancillería denunciara un chantaje colosal por parte de los británicos, los estadounidenses y sus aliados, comenzó a expulsar diplomáticos de esos países.
Pero tanto el asesinato de Skripal y su hija como la posterior batalla diplomática abierta son en realidad la punta de un iceberg grande y profundo.
El disparador de la crisis
La reacción británica se debió al asesinato mediante un agente químico de Serguéi Skripal, un exagente doble británico que estuvo condenado por espionaje en Rusia y fue canjeado, y su hija Yulia, en la ciudad inglesa de Salisbury el pasado 4 de marzo. Skripal enseñaba en el Reino Unido a espías de ese país tácticas de contraespionaje contra los servicios secretos rusos. Su asesinato ofrece todas las señales de los procedimientos rusos. Dejó rastros suficientes como para que se infiriera un mensaje claro a los británicos de que con Rusia no se juega, especialmente si se tiene en cuenta que el presidente Vladimir Putin fue el último jefe de los espías de la KGB en la extinta Unión Soviética.
Como era de esperarse, la diplomacia rusa negó cualquier participación en el asesinato y el canciller Sergéi Lavrov expresó que los aliados de Gran Bretaña han comprado a ciegas la versión de la primera ministra, Theresa May. Lo cierto es que la metodología empleada para el asesinato de Skripal con un agente nervioso en forma de gas -para el cual no se conoce antídoto- resulta amenazante puesto que cabe preguntarse ¿qué sucedería si fuera arrojado en grandes cantidades en lugares públicos? Los servicios secretos rusos siempre funcionaron de esa manera, dejando un rastro para que se sepa que fueron ellos aunque su diplomacia luego se encargue de negarlo. La amenaza es clara. Recuérdese sino el caso de otro exespía ruso, Aleksandr Litvinenko quien fuera asesinado mediante envenenamiento radiactivo por polonio-210 en 2006 en Londres, luego de que acusara a Putin de mandar a matar a dos personas.
La relaciones entre Rusia y Occidente
No caben dudas de que las relaciones entre Rusia y Occidente se encuentran en el nivel más bajo desde la Guerra Fría y siguen empeorando. Pero la realidad es que independientemente de sus metodologías absolutamente condenables, no son precisamente los rusos los mayores responsables de esas malas relaciones.
Desde la caída de la Unión Soviética, ni los Estados Unidos ni Europa pudieron encontrar un nuevo adversario con el cual identificarse. El terrorismo fanático identificado con el extremismo islámico fuertemente visibilizado desde los atentados de septiembre 2001 nunca logró entidad suficiente como para ocupar el vacío que dejó la Unión Soviética. Rusia, con su temible arsenal nuclear y su visibilidad territorial, siempre ofreció la posibilidad de construir un enemigo mucho más tangible.
Tras el colapso de la Unión Soviética, los Estados Unidos se convirtieron en la hiperpotencia global. Desde entonces, las relaciones de Occidente en general y de los Estados Unidos en particular con Rusia, pasaron a grandes rasgos por dos etapas.
La primera, puede situarse entre 1990 y 2008, y estuvo caracterizada por la distensión y la paz con Rusia, a excepción de las guerras en los Balcanes, las cuales no supusieron una verdadera amenaza de guerra entre Rusia y Occidente. Eso se debió principalmente a que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se mantuvo intacta y a que los Estados Unidos mantuvieron a Europa como uno de sus principales focos de atención internacionales, lo que supuso que se erigiese como árbitro en la manutención del orden en esa zona. Esto resultó positivo tanto para los países europeos como para Rusia, ya que reducía al mínimo la posibilidad de conflicto entre ellos.
Además, en esa época Occidente por medio de la OTAN no amenazó los intereses rusos. Pese a oponerse a la expansión de la OTAN, los rusos no vieron las dos primeras ampliaciones de ese organismo una amenaza mortal para sus intereses. Esas dos expansiones se produjeron en 1999 y en 2004. En la primera se incorporaron la República Checa, Hungría y Polonia. Y en la segunda expansión: Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia.
Para comprender lo que los rusos perciben como una amenaza, hay que entender primero que se trata de un país imperialista que vivió un proceso de expansión territorial ininterrumpido desde el siglo XVI hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando llegó a su máxima extensión. Durante todo ese periodo, Rusia mantuvo su unidad territorial, algo en lo que difieren de las por entonces potencias occidentales, que se expandieron a través de los mares. Además, la concepción imperial rusa estuvo estrechamente ligada a la identidad eslava y, por lo tanto, a un afán por tutelar a todo el mundo eslavo. De allí parte la justificación de que el Pacto de Varsovia pudiera intervenir en cualquier país miembro que tuviese la voluntad de cambiar de bloque. La Estrategia de Seguridad Nacional de la Federación Rusa continúa en el mismo sentido.
Además, la cultura rusa tiene una profunda raigambre en su capacidad para sobreponerse a circunstancias y condiciones de vida muy adversas, y caracteriza a una sociedad muy dada a los extremos. Estos rasgos permiten entender la necesidad de tener un liderazgo fuerte en una figura reconocible, que reúna los valores tradicionales rusos y demuestre capacidad para afrontar con éxito los desafíos que se le plantean al imperio.
También debe tenerse en cuenta la naturaleza geográfica del espacio que ocupa Rusia. Su inmenso tamaño y la falta de accidentes geográficos destacados, hace de la estepa rusa un objetivo vulnerable ante cualquier enemigo (como sucediera con las invasiones de Napoleón o Hitler). Por ese motivo, una de las constantes en el comportamiento internacional ruso ha sido la obsesión por disponer de territorios que actúen como un colchón para sortear la exposición la exposición directa a una invasión.
Esta breve síntesis de las principales constantes de la postura rusa en política exterior, permite comprender las últimas acciones emprendidas por Rusia en el escenario internacional, concretamente con respecto a Ucrania y siria. En ambos conflictos, Rusia demostró que es capaz de utilizar el poder militar convencional (es decir, no nuclear) con éxito. Desde la disolución de la Unión Soviética, el principal escudo tras el que se protegió Rusia fue su arsenal nuclear. Ante cualquier agresión, la respuesta primaria sería un contraataque nuclear. Sin embargo, desde la llegada al poder de Vladimir Putin, se produjo un profundo cambio en el pensamiento estratégico ruso. Durante sus dos primeros mandatos (2000-2008), Putin reconfiguró los tres conceptos principales, que habían sido elaborados entre 1997-1999, y que valoraban de forma positiva el papel cooperativo de Rusia en el concierto internacional.
El concepto de Política Exterior de Putin define una nueva visión de Rusia como una gran potencia, cuyos principales objetivos son robustecer su papel en la política regional, sobre todo en el espacio que perteneció a la antigua Unión Soviética, pero también en el ámbito internacional.
Liderazgo regional y protagonismo global
Tras esos dos objetivos se movió la política exterior rusa en los últimos años y desde esa interpretación pueden entenderse sus intervenciones en Ucrania y en Siria. La intervención en Ucrania y la anexción de la penísnsula de Crimea se refiere directamente a la recuperación del liderazgo regional, poniéndole un límite claro a las ambiciones de expansión de la OTAN desde lo militar y a la UE desde lo comercial. La intervención en Siria, está directamente relacionada con la recuperación del protagonismo global de Rusia, donde demostró su poder al defender a un régimen aliado y al destruir las ambiciones territoriales del Estado Islámico (ISIS).
Cuando Occidente le impone sanciones comerciales a Rusia e intenta acorralar al país, demuestra no entender cómo funciona la idiosincrasia rusa. Al acorralar al país lo torna más peligroso.
La pregunta que se formula cada vez más frecuentemente es si se ha iniciado o no una nueva Guerra Fría entre Rusia y Occidente. La respuesta no es tan sencilla dado que en la situación actual es difícil pensar en un conflicto de características idénticas al de la época del Bipolarismo, dado que no hay un componente ideológico comprometido. Todos los actores en disputa responden al capitalismo como sistema económico imperante. En realidad, esta disputa se parece más a un duelo de imperios que demarcan sus límites en una batalla que tiene que ver más con la dinámica de la competencia que con la construcción de bloques ideológicos alternativos.
La posibilidad de mejorar el vínculo entre Rusia y el mundo occidental pasará por aprender de los errores del pasado. No dar por hecho que Rusia es un enemigo y lejos de avanzar con el acorralamiento –que sólo logrará unir más a los rusos en torno a la figura de Vladimir Putin- debería trabajarse en la cooperación en torno a los aspectos de interés común, como por ejemplo la lucha contra el terrorismo y la proliferación de armas nucleares.